Escena para un Estado ausente, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ) 

En días recientes, al salir de una sesión plenaria en la Asamblea Nacional, nos percatamos del curioso esfuerzo que, seguramente, se repite en todos los caseríos, pueblos y ciudades del país. Luego de hacer la mezcla correspondiente y de tapar cuidadosamente el cráter en una avenida de amplia y densa circulación, la tan voluntariosa persona convirtió un pote de hojalata en la deseada alcancía para la contribución de conductores y peatones que, nos parece, abundaron más en el gesto de agradecimiento que en el dinero depositado.

Aparecen nuevas oportunidades y oficios que reemplazan la mendicidad, sobre todo en el medio urbano. Uno de ellos, es el de prestar un servicio a la comunidad que el Estado deudor ni siquiera se molesta en dispensarlo o excusarlo, excepto la suscripción y pago de sendas contrataciones que suelen culminar en la taquilla bancaria, aunque el más elemental remiendo del pavimento queda pendiente para otra ocasión de negocios.

 

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Frecuentemente, son los ciudadanos más sensibles y conscientes los que se ocupa de señalizar los huecos que exhibe la ciudad,  permanentemente afectada por la lechina de la desidia gubernamental. El servicio anónimo del ciudadano espontáneo,  tiende a evitar el accidente de personas y automóviles desprevenidos, cuando – cansados – los vecinos no arbitran sus escasos recursos para compartir el esfuerzo de una gratuita reparación de las vías que, por cierto, ha pagado por adelantado a través de los impuestos que rigurosa e inevitablemente paga, tal como lo ha hecho con el alumbrado público, pero – ornamentales los postes – debe aliviarlo y sufragarlo desde las casas, edificios y locales comerciales.

Una rápida lectura de la escena comentada, nos lleva – por una parte – a constatar la situación desesperada de quien, buscando llevar el pan a la casa, ingeniosamente se vale de las oportunidades que el Estado ausente abre. Hay un claro indicio del emprendimiento que lo cuestiona, haciéndolo simultáneamente con las condiciones de vida que rayan en lo inhumano, habida cuenta de la – antes impensable – crisis que padecemos.

E, igualmente, nos conduce – por otra – a constatar que, desde la fallida reforma constitucional de 2007, realizada luego inconstitucionalmente a través de leyes y reglamentos, ese Estado pretende transferir a las comunas subordinadas, siendo ésta una condición indispensable, los problemas fundamentales, aunque las excedan por su complejidad y profundidad, especialidad y necesidad de recursos. El poder central, a guisa de ilustración, no atiende – renunciándolas – las inmensas dificultades en materia de salubridad, seguridad personal y energía eléctrica, porque el exclusivo celo está en la preservación de sus reducidos elencos de conducción y de la jugosa inversión en la pólvora asimétrica.

 

DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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