India y Estados Unidos tiene un rival común, pero no valores comunes

Con motivo de su visita a Nueva Delhi, el entonces presidente estadounidense George W. Bush se permitió enviar el 6 de marzo de 2006 un saludo «de la democracia más antigua a la más grande del mundo”. Desde ese momento, esa frase se convirtió en una de las fórmulas estándar de la política exterior de Washington. También Joe Biden podría volver a servirse de ella para rendir homenaje al país más poblado de la Tierra, ahora que el primer ministro indio viaja a Estados Unidos.

Pero nada ilustra más el juicio erróneo de la política exterior estadounidense en asuntos referidos al subcontinente como esa expresión, ya que esta presupone que ambas partes -Washington y Nueva Delhi- consideran que sus relaciones están basadas en valores comunes. Joe Biden de ninguna manera es el único que tiene ese concepto equivocado. El canciller alemán, Olaf Scholz, dijo durante una visita a India en febrero de este año incluso explícitamente: «India y Alemania comparten los mismos valores”.

Ucrania como prueba de fuego

En realidad, el gobierno indio del nacionalista de derecha Narendra Modi ha hecho poco para probar la idea de las democracias del mundo libre sobre que realmente estas comparten con India una misma comunidad de valores. Eso se observa con particular claridad en la postura de India frente a la guerra en Ucrania. India continúa recibiendo, como antes, petróleo barato de Rusia, y ha preferido no juzgar al dictador del Kremlin, Vladimir Putin. Modi, cuyo nombre está vinculado a un pogromo contra los musulmanes en la provincia de Gujarat, en 2002, lleva a cabo una política chauvinista hindú que le niega la ciudadanía a los dosicentos millones de musulmanes en el país.

Modi no tolera ningún tipo de disidencia, y controla a la Justicia y a la prensa. En resumen: es un autócrata cuyas políticas no se ajustan a los valores de una democracia liberal ilustrada. Al mismo tiempo, es más popular en su país que cualquier otro político electo del mundo. El 77 por ciento de la gente dice que es un buen mandatario. Es el doble de la popularidad con la que cuenta su partido. Esas personas no apoyan a Modi justamente porque desprecia a los musulmanes, sino porque quiere derrotar la pobreza en India con un espíritu pragmático, y porque celebra públicamente cada éxito que logra.

Es probable que Narendra Modi vea de ese modo la relación con EE. UU.: de forma pragmática. Por ejemplo, ambos países pueden mantener, en su opinión, una excelente cooperación en el área de nuevas tecnologías. El mercado de ventas indio es interesante para la economía estadounidense, mientras que EE. UU. es un lugar de trabajo interesante para indias e indios talentosos. El presidente de Estados Unidos debería pensar en términos así de pragmáticos si quiere valorizar aún más las relaciones con India durante la visita de Estado de esta semana. Si no lo logra, se enfrenta a una decepción en la India, que no será inferior a la de la República Popular China.

La rivalidad con China no justifica todo

Washington esperaba que, gracias a su esfuerzo por el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio, en 2001, recibiría una especie de dividendo de amistad de Pekín. Pero esa esperanza se hizo trizas con Xi Jinping. Ahora, EE. UU. está preocupado, al igual que India, por el ascenso de una República Popular China cada vez más agresiva. Sin embargo, si EE. UU. ahora compartiera tecnologías militares sensibles con Nueva Delhi solo por ese motivo, eso podría desembocar en un duro despertar dentro de una década.

Es correcto que Washington y Nueva Delhi trabajen juntos de manera pragmática. Porque en India, las elecciones son libres, aunque no necesariamente justas. Pero el país está lejos de ser como China, que se ha convertido completamente en una dictadura bajo Xi Jinping. Sin embargo, desde el punto de vista de Modi, EE. UU. e India no son amigos, y los dos países no están unidos por una «alianza democrática». Joe Biden no debería olvidar eso.

Alexander Görlach es miembro sénior del Consejo Carnegie de Ética en Asuntos Internacionales e investigador asociado del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford. Después de sus estancias en Taiwán y Hong Kong, esta región del mundo, especialmente el surgimiento de China, se convirtió en su tema central. Ha ocupado diversos cargos en la Universidad de Harvard y la Universidad de Cambridge.

Con información de DW – US LATM

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