Los Obama vuelven a la Casa Blanca para descubrir sus retratos oficiales

Los Obama volvieron este miércoles a su antiguo hogar: la Casa Blanca. Vivieron allí ocho años, y los nuevos inquilinos, Joe y Jill Biden, los habían invitado para una ceremonia con aroma a eternidad político-artística estadounidense: el desvelamiento de los retratos de la pareja, Barack y Michelle, que colgarán en el complejo presidencial.

Su anterior ocupante, Donald Trump, nunca tuvo a bien recibirlos, pese a que la tradición dicta desde los tiempos de John Fitzgerald Kennedy (o más bien, desde los de su esposa Jackie, madre del invento) que los mandatarios deben abrir en un signo de deportividad bipartidista las puertas de la Casa Blanca al anterior residente para colgar el testimonio de su paso por esas habitaciones, independientemente del signo político de cada cual. Trump se saltó también esa norma de etiqueta.

“Barack y Michelle, ¡bienvenidos a casa!“, exclamó Biden al principio de su discurso, en el que destacó “la integridad y decencia moral” de su predecesor, a cuyas órdenes ejerció de vicepresidente, antes de repasar los logros de sus ocho años juntos en la Casa Blanca, especialmente en materia sanitaria y en la recuperación económica tras la crisis de 2008. A Michelle, Biden le dijo en un susurro cómplice: “Él lo sabe, todos lo sabemos: no podría haberlo logrado sin tu ayuda”.

Tras la intervención del presidente, los Obama subieron al estrado para retirar el velo que ocultaba las pinturas durante un acto distendido, marcado por el humor y la euforia de los presentes (claramente, ambos equipos jugaban en casa). Se celebró en la sala oriental del complejo, abarrotada por periodistas y miembros de ambas administraciones (”algunos de ellos, tan tontos como para trabajar en una y en otra”, bromeó Biden). Eso le dio al asunto un aire de reunión de viejos alumnos. Todos esperaban con gran expectación el momento en que los Obama volvían a hacer historia una vez más, al convertirse en los primeros afroamericanos en entrar en esa exclusiva galería de grandes hombres y mujeres.

El pintor hiperrealista Robert McCurdy ha sido el elegido para representar a Barack. Lo suyo son óleos con la virtud de parecerse muchísimo a una fotografía hasta hacer dudar al ojo. Está especializado en la representación impávida de grandes personajes, del Dalai Lama a Toni Morrison o Jeff Bezos, y así ha inmortalizado al expresidente, de pie, con las manos en los bolsillos, más joven de lo que se le vio este miércoles y mirando de frente al espectador.

Ella, por su parte, ha escogido a Sharon Sprung, relativamente desconocida artista figurativa neoyorquina, cuya carrera dio este miércoles un enorme salto adelante. Sprung pintó a la ex primera dama sentada, con gesto relajado, sobre un fondo rosa. “Quiero agradecerle que haya capturado todo lo que aprecio en Michelle. Su gracia, su inteligencia y el hecho de que está bien”, dijo Barack Obama. Del autor de su propio retrato destacó la “minuciosidad”, aunque eso signifique que no se haya ahorrado, pese a los intentos del expresidente, sus “grandes orejas”, “el pelo encanecido” o “las arrugas de la camisa”.

Después tomó la palabra su esposa, a quien le tocó ponerse seria: “Tradiciones como esta importan”, dijo en referencia poco velada a Trump, “no solo para quienes ocupamos estos cargos, sino para todos los que participan en la vigilancia de nuestra democracia. Por algo celebramos una toma de posesión: para garantizar una transición pacífica del poder (…)”. También elaboró un sentido discurso sobre el hecho de que una pareja como la formada por ellos lograra residir “en la dirección más famosa del mundo” dice aún sobre el maltrecho sueño americano.

Como sucede con esos cuadros antiguos que esconden composiciones sobre las que los artistas pintaron encima, la cordial capa de pintura de la ceremonia de hoy latía una realidad menos armónica, según la radiografía publicada por The Washington Post. Barack Obama ya había regresado a la Casa Blanca en abril para celebrar el decimoprimer aniversario de la Ley de Asistencia Sanitaria, más conocida como el Obamacare. Entonces, bromeó llamando a Biden por el cargo que ejerció durante sus ocho años al frente: “Gracias, vicepresidente Biden”, le dijo.

Según el Post, aquello no sentó del todo bien, y hay “tensiones y celos” entre los equipos de ambos, pese a que los jefes siempre han demostrado gran sintonía personal. Una sintonía que Obama quiso subrayar expresamente: “Dicen que si quieres tener un amigo en esta ciudad, lo mejor es que te busques un perro. Yo tuve la inmensa suerte durante ocho años de tener en Joe un verdadero compañero y un auténtico amigo”. La semana próxima está prevista además la publicación de un libro titulado The Long Alliance: The Imperfect Union of Joe Biden and Barack Obama (La larga alianza. La unión imperfecta entre Joe Biden y Barack Obama), en el que Gabriel Debenedetti, periodista de la revista New York, pone en duda el retrato ideal de la relación.

Obama fue el último presidente que recibió al enemigo en casa. Lo hizo en 2012, en el final de su primera legislatura, al filo de las elecciones en las que revalidó su presidencia. En un acto en el que reinó el buen humor, George W. y Laura Bush, enseñaron al mundo sus retratos, que encargaron al tejano John Howard Sanden. Aquel dijo que le tranquilizaba pensar en que su sucesor podría al menos mirar su pintura en los momentos difíciles, y preguntarse: “¿Qué haría George?” Obama, por su parte, agradeció el “estupendo paquete de canales deportivos” que Bush dejó a su paso, y sentenció: “Podemos tener nuestras diferencias políticas, pero la presidencia trasciende esas diferencias”.

Después de aquello, los Obama cumplieron en 2018 con el otro rito de paso presidencial en términos artísticos: presentar sus respectivos retratos en la National Portrait Gallery, donde se cuelgan, una vez cumplidos sus mandatos, las efigies de los presidentes. Por encima de la de este miércoles, más conservadora, como aconseja el escenario, esa sí es una elección que invita a la imaginación. Y si todas las decisiones estéticas son en cierto modo políticas, en el caso de los Obama aquella lo fue especialmente.

Barack escogió a Kehinde Wiley, uno de los pintores negros más relevantes de nuestro tiempo, gracias a sus retratos de hombres y mujeres afroamericanos representados con aire anacrónico y porte egregio a la manera de los maestros antiguos, sobre el fondo de un colorido papel de pared. La primera dama se decantó por la pintora, también afroamericana, Amy Sherald. Después, los lienzos se embarcaron en una exitosa gira por Estados Unidos. En ambos casos, era la primera vez que un artista no blanco recibía en Washington el solemne encargo, que se inscribe en una larga tradición en la pintura occidental, desde Velázquez y Felipe VI hasta Ingres y Napoleón.

Un paseo por la galería de retratos washingtoniana permite entender cómo cada líder escogió ser recordado: Bill Clinton, por ejemplo, buscó al pintor realista-desquiciado Chuck Close, mientras que Trump decidió ser el primero en aportar una foto, un contrapicado que le hizo la revista Time en el Despacho Oval. Cuando lo ocupaba, el 45º presidente tomó decisiones como mandar a Clinton y Bush hijo del vestíbulo principal a “una pequeña habitación”.

Biden devolvió los cuadros a su lugar preeminente tras jurar el cargo. Ahora queda saber si tiene previsto invitar a Trump y a su esposa Melania a que desvelen sus respectivos retratos (también si los homenajeados aceptarían, dado el clima de extrema polarización). Se lo preguntaron el martes a la portavoz de Biden, Karine Jean-Pierre, que escurrió el bulto como pudo: es una decisión, dijo, que corresponde tomar a la Asociación Histórica de la Casa Blanca.

Con información de El País

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