Vicepresidente de Brasil: “Llamarnos gobierno militar y compararnos con Venezuela es débil”

“Las muertes por COVID-19 duelen a todo el país”, asegura en entrevista con EFE el vicepresidente de Brasil, Hamilton Mourao, cuyas declaraciones contrastan con las del jefe de Estado, Jair Bolsonaro, quien ha minimizado en varias ocasiones el impacto de la enfermedad.

Mourao, general en la reserva, estima que el control de la pandemia (actualmente se registran más de 1.000 muertes diarias) será a partir de finales de agosto o septiembre, con el fin del invierno austral.

Hasta este jueves, la COVID-19 se había cobrado en Brasil 91.263 muertes y 2,6 millones de contagios. El gigante sudamericano es el segundo país más afectado del mundo por la pandemia en números totales.

“Creo que la actitud del presidente fue la de intentar mantener a la población sin un nivel de terror, aunque haciendo ver que la enfermedad era grave y que tenía que haber una protección, pero sin ser el final de los tiempos”, apuntó.

Bolsonaro llegó a tildar de “gripecita” la enfermedad que él mismo anunció haber contraído -y de la que aseguró ya estar curado- y públicamente pareció mostrarse más preocupado con el impacto económico del confinamiento que por el trágico balance de fallecimientos por el coronavirus.

En la entrevista, Mourao, de 66 años, también quiere dejar claro el compromiso medioambiental del gobierno brasileño en la preservación de la Amazonía, una exigencia de varios países europeos y de grandes fondos de inversión y niega la existencia de una política negativa hacia los indígenas.

El vicepresidente respalda el polémico veto de Bolsonaro que exime al Gobierno de la obligatoriedad de brindar agua potable a las aldeas indígenas.

Mourao, quien entró en la reserva de las Fuerzas Armadas después de 46 años de servicio, negó que el Ejecutivo brasileño sea de cariz militar como el venezolano, aunque el propio Bolsonaro sea capitán en la reserva y haya otros nueve ministros con formación castrense.

P. ¿Qué le está sucediendo a Brasil, que sigue como uno de los países más afectados del mundo por la COVID-19?
R. En Brasil se han hecho muchas comparaciones con Francia, Reino Unido, España, pero nosotros somos un país de contrastes, con marcadas diferencias en los niveles de desarrollo, distribución del ingreso y la capacidad de los agentes públicos para actuar, lo que hace imposible adoptar una estrategia unificada (…) Nuestro sistema de Sanidad ha sido exitoso, ya que la tasa de letalidad ha venido cayendo. Es decir, los protocolos que la medicina ha venido implementando, poco a poco, viene reduciendo el número de decesos, a pesar de estar comparativamente elevado.

Brasil ha invertido más que la media de los países avanzados y casi el doble que las naciones emergentes también para combatir los efectos económicos de la pandemia. Por ejemplo, el programa del auxilio de emergencia (120 dólares para unos 50 millones de brasileños con trabajos informales).

En cualquier caso, desde mi punto de vista, la verdadera pospandemia sucederá cuando tengamos una vacuna. Hasta entonces, estaremos sujetos a brotes ocasionales de esta enfermedad.

P. ¿Cuándo cree usted que la enfermedad estará más controlada, por debajo de las 1.000 muertes diarias? ¿El general Eduardo Pazuello debe quedarse como ministro de Salud o ya están pensando en un sustituto, que sería el cuarto ministro de la cartera este año? (Se marcharon en abril Luiz Henrique Mandetta y en mayo Nelson Teich).
R. Creo que el presidente Bolsonaro, en algún momento, pondrá a un ministro de Salud, digamos, definitivo. Pazuello vino inicialmente, recordemos, para ser el secretario ejecutivo del ministro Teich (quien estuvo un mes en el cargo). Para organizar y facilitar la cuestión logística para Teich (…)

Sobre cuándo sucederá una reducción en el número de muertes, creo que cuando salgamos del invierno, del invierno del sur. Ahora estamos en un momento favorable para la proliferación de enfermedades respiratorias (…) Así que, según nuestros datos, será a finales de agosto y en septiembre. Esos datos se tenían desde la gestión del ministro Mandetta (salió en abril por discrepancias con Bolsonaro).

P. El Consejo Nacional de Secretarios de Salud (Conass), que recopila los datos de la enfermedad en las 27 regiones del país, calcula hasta 150.000 muertes a finales de este año.
R. Me abstengo de hacer esa clase de cálculo. La última vez que me acuerdo de que se contasen cuerpos fue en la guerra de Vietnam (1955-1975), algo que se hacía diariamente. Es obvio que este número de muertes es un número que duele al país en su conjunto, a las personas que han perdido seres queridos. Yo mismo tuve tres buenos amigos que sucumbieron a esa enfermedad, pero es difícil hacer un pronóstico. Si sigue la escalada, podemos llegar a esa cantidad de muertes. Recordemos que anualmente mueren en Brasil 1,5 millones de personas, por diferentes causas. No se ha realizado una evaluación sobre si esa proporción sigue, porque no ha habido, por parte de la prensa, esa atención intensa sobre el número de decesos por violencia urbana y tráfico, que quizás hayan disminuido. Por eso es complicado hacer una proyección.

P. Donald Trump y Bolsonaro han sido de los mandatarios con actitudes más escépticas sobre el coronavirus. ¿Cree que la actitud del presidente entorpeció la lucha contra la enfermedad?
R. Aquí vemos una dicotomía, una contradicción. Gran parte de los medios dice que (Bolsonaro) no tiene ninguna capacidad de liderazgo, de hacer que las personas lo sigan, pero resulta que esos mismos medios dicen que él sería el gran propagador de una cierta indiferencia sobre la enfermedad. Creo que no (entorpeció). Creo que la actitud del presidente fue intentar mantener a la población sin un nivel de terror y haciéndoles ver que la enfermedad era grave y que tenía que haber una protección, pero no era el “Doom’s Day”, no era el final de los tiempos, no era el Armagedón el que había llegado (…) La enfermedad terminó siendo politizada dentro de todo lo que está sucediendo en el mundo.

P. Noruega y Alemania congelaron desde el año pasado las contribuciones al Fondo Amazonía -un vehículo de captación de donaciones para la preservación del mayor bosque tropical-. ¿Cómo está el diálogo con esos dos países, que son los principales contribuyentes?
R. Lo que sucedió es que el año pasado, el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, intentó hacer una auditoría sobre cómo se distribuían los recursos del Fondo Amazonía (…) Eso llevó a un frenazo de las discusiones, el comité regulador del fondo se disolvió (…), pero, este año, después de la creación del Consejo Nacional de la Amazonía (que el propio Mourao coordina), retomamos las conversaciones con los representantes de los dos países (Alemania y Noruega). Ellos primero quieren ver signos efectivos de compromiso en la reducción de las ilegalidades de la deforestación y la quema, y luego nuevamente desbloquear el recurso disponible en el Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDES).

P. ¿Cuántos recursos hay parados y cuándo estarán disponibles?
R. En torno 1.600 millones de reales (320 millones de dólares) que no tienen ningún proyecto y 1.200 millones (240 millones de dólares) en proyectos en análisis, un total de 2.800 millones de reales (560 millones de dólares), aparte de lo que está en aplicaciones financieras, que debe dar unos 300 millones más. Es en torno a 3.000 millones de reales (unos 600 millones de dólares). En los próximos días anunciaremos resultados positivos fruto de la Operación Verde Brasil 2 en relación a la caída de los índices de deforestación y el número de fuegos (…) Una vez que ese índice de los fuegos quede por debajo del mínimo histórico, tendremos entonces argumento para regresar a la mesa de negociaciones y reabrir el fondo. Tal vez en septiembre u octubre.

P. Llamó la atención de unos vetos del presidente Bolsonaro sobre la obligatoriedad de distribución de servicios y víveres en las aldeas indígenas. ¿Cómo está la relación entre el Gobierno y los pueblos indígenas?
R. Brasil cuenta con cerca de 1 millón de indígenas, de entre ellos, 750.000 están en la Amazonía, en una superficie de 1,1 millones de kilómetros cuadrados, una área de selva en su mayoría. Esas medidas que habían sido consideradas como obligatorias del Gobierno federal eran totalmente inocuas y el Gobierno incapaz de realizar más de lo que venía haciendo. Una de ellas, típica, era la distribución de agua potable en ese 1,1 millones de kilómetros cuadrados en la selva. ¿Cómo el indígena se abastece de agua hoy? Del agua de los ríos que bañan las tierras donde ellos viven. ¿Cómo sería la distribución de agua? ¿En botella de plástico? Para contaminar aún más la selva. Parece que las personas no razonan en el momento y creen que el presidente está negando el acceso al agua a los indígenas. Negativo. Ellos ya tienen acceso y de calidad, un agua a la que su cuerpo está acostumbrado (…)

No existe política negativa en relación a los pueblos indígenas, principalmente porque, yo mismo, como vicepresidente de la República, soy descendente amazonense. De la parte de mi abuela paterna son originarios de la Amazonía profunda, de la región de Humaitá, en el sur del Amazonas. Tenemos un contacto y una atención permanente.

P. ¿Cree que a las personas de fuera de Brasil les gusta opinar demasiado sobre lo que conviene a la Amazonía?
R. Existe una visión muchas veces romántica sobre lo que es la Amazonía. Está claro que la Amazonía es la última frontera virgen del siglo XXI, la otra es la Antártida. La explotación de la Amazonía y la permanencia del hombre en la Amazonía tiene que obedecer los dictámenes de la sostenibilidad, esa cuestión del pacto de generaciones. Mucha gente de fuera tiene una visión estereotipada sobre lo que realmente sucede dentro de la Amazonía. Existe ilegalidades, errores cometidos, no lo negamos. Hubo un aumento de la deforestación, de los fuegos, tenemos que lidiar con la pequeña minería (garimpo) ilegal. Pero también hay que ver que el 84 % de la Amazonía es área preservada. Sólo de área conservada y tierra indígena son 2.200 millones de kilómetros cuadrados, la mitad del área de la Unión Europea.

P. Junto a Venezuela, Brasil es el país con más militares en el Gobierno en la región.
R. Hay desinformación en esa cuestión (…) La inmensa mayoría de los militares que llegaron al Gobierno son oficiales en la reserva, que ocupan cargos de naturaleza civil, entre 400 y 500, cuando hay entre 14.000 y 15.000 cargos de naturaleza civil en total. Llamarnos gobierno militar y compararnos con Venezuela es una comparación débil. Te lo digo con conocimiento. Viví dos años en Venezuela y vi el inicio del desmonte del país impulsado por Hugo Chávez y su grupo. Nuestro gobierno es de centroderecha. Tenemos gente de centro y de derecha, es la suma de los dos. El presidente Bolsonaro es un hombre de derecha, pero el ministro (de Economía) Paulo Guedes es de centro. No se puede decir que sea un tipo de derecha total. Yo me considero como él, un tipo de centroderecha. Tengo mi visión de derecha, pero sé que en la búsqueda por la concertación tenemos que avanzar hacia el centro para absorber el número mayor de apoyos posibles.

Nos eligieron después de 24 años de gobiernos de centro-izquierda. Sufrimos una oposición sistemática del grupo apeado del poder y de los medios, que históricamente han tenido visión de izquierdas (…) Nuestro gobierno es liberal en la economía y conservador en las costumbres. EFE

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