El poder de lo estúpido. Por Eugenio Montoro

Muy conocido es el cuento del enorme elefante de circo que permanecía en su sitio con una pata atada a una delgada cuerda y una pequeña estaca clavada al suelo. Era evidente que con un simple tirón el elefante podía romper su amarre, pero no lo hacía pues el bicho había sido entrenado, cuando era pequeño y débil, de que eso era imposible y ahora, aunque grande y fuerte, lo seguía creyendo.

El poder de lo estúpido lo encontramos en muchísimos pasajes históricos. En 1519, Hernán Cortés llegó a Yucatán con hombres armados y caballos y el impacto que causó entre los pobladores fue descomunal y a finales de ese mismo año Cortés amenizaba con el emperador azteca, Moctezuma, en su palacio. Los aztecas creían en la venida de mensajeros divinos y asociaron a los españoles con eso. La estampa de aquellos ángeles con armaduras brillantes y montados sobre milagrosos, mágicos y enormes caballos completaba el cuadro fantástico y sobrecogedor. El poder de lo estúpido había triunfado.

Pero la fiesta no duró y al año siguiente después de la poco clara muerte de Moctezuma y al darse cuenta los locales de que no se trataba de enviados divinos sino de tipos comunes y con bastante mal olor, ocurrió una enorme rebelión. Los españoles planificaron una rápida salida de la acuosa ciudad, pero se produjo una batalla gigante que pasó a la historia con el nombre de “Noche triste” donde Cortés perdió la mitad de sus hombres y el resto terminó herido.

A los pocos días, los aztecas persiguieron al ejército diezmado y presentaron batalla en un lugar de nombre Otumba con un número cercano a doscientos mil hombres. La crónica cuenta de una gran refriega que, increíblemente, se definió cuando Cortés, conocedor de la simbología de sus enemigos, mandó a acabar con el grupo que portaba los estandartes aztecas de la victoria y superioridad. Esto causó gran confusión y dispersión entre los mexicanos y marcó la victoria de los españoles. El poder de lo estúpido triunfaba de nuevo, pues ese día absolutamente todo estaba, y por mucho, a favor de los aztecas.

El poder de lo estúpido es ilimitado y lo podemos apreciar en la terca repetición de los comunistas en instalar su doctrina. Ni siquiera las muestras vivas de Cuba y Corea del Norte los perturban y sus estandartes les impiden ver la realidad. El fracaso inmenso y cuantificable en Venezuela no les hace pestañear y (lo usual) la culpa es de otros.

Cuando sentimos que el régimen que aplasta a Venezuela es invencible, también estamos dándole poder a nuestra estupidez y caemos en la trampa que inmoviliza. Al repetir explicaciones como “es que a ellos los apoyan los cubanos que llevan 60 años en el poder” o “esta oposición no sirve para un carajo” jugamos fuerte al poder de lo estúpido y, lo peor, lo hacemos en nuestra contra.

Al igual que el elefante, de tanto haber sufrido derrotas ya nos parecen imposibles las victorias. Atrapados en declaraciones barrocas como “estos carajos solo salen con la fuerza de las armas” y “ningún país está dispuesto a emplear la fuerza de las armas” concluimos en que el cuento ha terminado.

La estupidez es una enfermedad extraordinaria pues no es el enfermo quien la sufre sino los demás y son efectos comunes la indisciplina y la crítica. Si el poder de la estupidez nos indica que no podemos vencer el régimen pues entonces ya no hago caso de nada ni de nadie para no perder el tiempo y, además, alguien debe tener la culpa (nunca yo) por lo que la crítica rabiosa a mi entorno no se hace esperar.

Salir de esta esclavizante noria no es fácil, pero hay que tratar. Cualquier declaración, no importa de quien sea, que critique a los de mi bando o cualquier comentario que favorezca al régimen, debe ser puesto bajo observación y rechazado pues no ayuda al serio combate que libramos. Cuando entendamos claramente que estamos en guerra contra unos hampones y no en paz democrática, no hará falta la advertencia. Por su parte, las afirmaciones de ánimo, la tolerancia y el apoyo mutuo son las vacunas necesarias y el agua que refresca en la pelea.

Los amigos de la PNL no dejan de advertirnos sobre el poder de nuestras creencias y como estas se forman con nuestras palabras. Es hora de cerrar filas, de creer en la victoria y de terminar con este mal sueño.

 

Eugenio Montoro /montoroe@yahoo.es

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