REFLEXIONES| Las “agarratodo” y el coronavirus. Por Luis Acosta

Visión y misión del problema 

Las garrapatas son insectos de la familia de los ácaros, de forma ovalada, de cuatro a seis milímetros de largo y con las patas terminadas en dos uñas, con las cuales se agarra al ganado vacuno para chuparle la sangre, tanta que su cuerpo se vuelve esférico; las llaman las «agarratodo”. Intestinos, las patas, desde el muslo hasta el tobillo, toda la estructura física y orgánica de la res, diezmando su torrente sanguíneo y agotándole su movilidad. Hasta que apareció un poderoso insecticida, activo y penetrante, llamado Creolina, si no mal
recordamos, de los Laboratorios Pearson de USA.

Pues bien, esta plaga del Coronavirus, que está viviendo el planeta, nos hace recordar aquella “agarratodo” porque ese virus terminó por cambiar todo, de modo colectivo y total, lo cual se muestra como un regaño del Señor para todos. La salud, vidas, empleos, alimentos, mascarillas y guantes higiénicos; médicos, enfermeras; sueldos, pulmones, bronquios y respiradores; la circulación comunal aérea y terrestre. Todos, sin excepción, según el dicho del pueblo y las oraciones del Santo Padre. Este virus, contagioso y peligroso, luce como nacido de una falta de oración colectiva que ha venido creciendo de abajo hacia arriba por el desacato humano, de infieles y poco creyentes, de comunistas y guerrilleros, de escuálidos y desordenados, que puede conformarse como el “penúltimo” aviso celestial y del Santo Cielo hacia la humanidad.

En efecto, no es para menos. Las instituciones de las partes más delicadas del comportamiento humano están en crisis, en abandono y más precarios que nunca. Los valores familiares, los morales y los estéticos están totalmente desgastados y empequeñecidos. Cada día los matrimonios cristianos son menos y los profanaos son mas. Los divorcios se multiplican y los promedios de unión duradera van de capa caída. Los hijos sin padre crecen y los matriarcados, solos, florecen. Los nobles están renunciando a la nobleza y los plebeyos carecen de
toda organicidad. Las familias se desmoronan como por arte de magia; sus miembros se debilitan y decaen. Así mismo, la violencia doméstica es un azote y sin policía. Por otro lado, la administración pública no tiene representación social, ni solvencia moral, ni nutriente del orden y disciplina. Sus miembros se debilitan tanto cuanto tiemblan los factores de trabajo y preparación. Por lo mismo, cualquiera puede ser gobernador, alcalde o concejal, o peor, ministro o consejero.

El 20% de la población mundial es analfabeta. El 30% vive en concubinato y sin obligación cívica, ni económica. Los sujetos a obligaciones legales, o convencionales, se ríen de las leyes. Es necesario establecer cuartillas para cumplir mínimos de preparación para optar a cargos públicos específicos. La pelea sobre el aborto se vuelve odiosa y grosera. El hombre solo defiende su infiel actitud ante el abuso de su poder, sin decencia y sin amor, creciéndose con horror cualitativa y cuantitativamente.

En niño sin padre es el futuro niño sin escuela, sin universidad y sí, por el contrario, absorto por la corriente y la indisciplina doméstica y colectiva. Es el futuro mal administrador público, como los gobernantes que desobedecen las autoridades del estado, que tienen la obligación de asegurar el bienestar y el buen orden de la población. No olvidaremos el maltrato femenino y la violencia doméstica, ignoradas por años, como viene sucediendo en el país de Benito Juárez y Zapata y reconocido por el propio Presidente de Brasil.

No podemos tampoco omitir que los presupuestos locales son una aberración, los regionales, un despilfarro y los nacionales, unos negocios entre dirigentes. En este sentido, no existe la prioridad, ni el sentido común. Los dirigentes parecen párvulos neófitos, vacíos, incoloros e insípidos. En síntesis, todo parece que el que toque a todos por igual es la sabia decisión del Señor o la advertencia que nos cabe. Sin dudas, hay que hacer de nuevo a este mundo y llamar a Dios a bendecirlo junto a su Iglesia y el Santo Padre.

Entonces, hoy solo tenemos desorden y no vida. Hemos convertido la tierra en camposanto de esperanzas enterradas y, como dice Carlos Fraga, “es preciso detener, observar y respirar”, no para existir sino para vivir.

Aprovechemos este toque mágico, sagrado y profundo, que acusa y reclama, que pide acción y reacción, sacrificio, tolerancia y humildad en nuestros sentimientos y pareceres.

Luis Acosta

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