REFLEXIONES| Stalin y sus dictadoras (III). Por Luis Acosta

La muerte de Kato dejo a Stalin en un estado de profunda depresión que sintetizaría con las siguientes palabras dichas frente al cajón abierto: “esta pobre criatura ablando mi corazón de piedra. Ahora muerto, mueren con ella los últimos sentimientos cálidos que tenía hacia la humanidad”. Para Reyes Blanc, esta frase resulta un reconocimiento estremecedor de su propio carácter, un anuncio escalofriante de lo que les esperaba a su país  y al movimiento comunista mundial bajo su dictadura”. En el momento del entierro se lanzó hacia la fosa para abrazarse al féretro y, ante el riesgo de que se suicidara, quienes le acompañaban le quitaron la pistola que tenía enfundada.

A su hijo Jacob, explica Reyes Blanc, lo abandonó primero en manos de su madre y, cuando muere ella, lo deja con sus tías y abuelos. Es su segunda mujer, Nadia, la que le dice a Stalin “cuando formemos un hogar vamos a traernos a tu hijo”. Si no se le llega a ocurrir a Nadia, Jacob nunca habría ido a vivir al Kremlin con su padre a quien prácticamente no había visto jamás. Así, llega a Moscú un chico cuyo carácter suave y tranquilo era obviamente herencia materna. En un momento, Jacob intentó suicidarse y se pegó un tiro, pero no muere. Stalin con desprecio y le dice “no has sido capaz ni de matarte, no sabes ni pegarte un tiro”.

Cuando Stalin vivió en Petrogrado, después de la caída del zarismo, la revolución estaba en marcha y su vida de dividía entre la redacción del periódico Pravda, del que era director, y las reuniones en el Presidium con el Comité Ejecutivo de Petrogrado. Si le quedaba algo de tiempo, lo pasaba con Ludmila Stal, su antigua amante, que ahora detentaba un papel político más importante y con quien había reanudado su antigua relación.

Al igual que Hitler, Stalin era un sicópata incapaz de condolerse por el prójimo. Su sentido del amor era perverso. Necesitaba verse como un héroe y reforzar así su narcicismo. Ellas se adaptaban a ese papel porque ese era un mundo donde cultivar afanes y ambiciones personales resultaban difíciles.  Así, muchas decidían acercarse a la luz de un “gran hombre” para vivir su existencia.

Aunque Stalin era de estatura baja, tenía un brazo deforme y la cara picada de viruela, no carecía de atractivo para las damas, quizás por su aire de guerrillero aguerrido, de pistolero autor de atentados, o tal vez, simplemente, por su brutalidad, porque existen mujeres que sufren el espejismo de creer que debajo de toda esa ferocidad se haya escondido un ser tierno y, lo que es peor, incluso llegan a creer que ellas podrían rescatarlo.

Según Olga Romanovna, directora del Museo de la Casa del Malecón, “Stalin gustaba mucho a las mujeres, sabía aparentar y echar humo con tono romántico de hombre sufrido”. Era todo un bandolero, un héroe romántico medieval, y eso gustaba a las damas bolcheviques.

Después del triunfo revolucionario, Stalin fue nombrado Comisario de las Nacionalidades. María Kuzakova, quien había sido su casera durante su confinamiento en la Región de Arkángel, se había convertido en su amante habiendo tenido un hijo de él, Constantín. Le escribió pidiendo ayuda material pero Stalin jamás respondió. Entonces, la mujer viajó a Petrogrado y se presentó en la oficina de Lenin, donde trabajaba Nadia que finalmente consiguió una pensión para la madre del niño.

En abril de 1918, Stalin fue enviado a la estratégica ciudad de Tesaritsin, sobre el Rio Volga, a enfrentar en la guerra civil al ejército blanco que alentaba restablecer el zarismo. Allí su figura cobró relevancia. Nadia había sido secretaria de Lenin y cuando marchó hacia Tesaritsin, Stalin se la llevó junto a su hermano mayor Fiodor. Pero Nadia no iba solo como secretaria y mecanógrafa de Stalin sino que además cuidaba de su ropa, su comida y de su cama. Nadezhda Aliluyeva, Nadia, había nacido en Tiflis  el 22 de septiembre de 1901. Era la cuarta hija de un matrimonio revolucionario. Reyes Blanc explica que el padre, Serguei Aliluyeva, siempre estaba dispuesto a dejar el trabajo y volcarse a la acción. Desde niña, Nadia estuvo comprometida en aportar su esfuerzo en la lucha revolucionaria, pero siempre se sintió mortificada por el papel auxiliar, femenino que le otorgaban los dos hombres a quienes ella más admiraba en el mundo. Olga Romanovna cree que “Nadezda realmente fue la única mujer a quien Stalin amó de verdad alguna vez y fue la única persona que podía contradecirle, que velaba por su propia dignidad. Esa mujer no se dejó ni humillar, ni corromper. A sus 14 años, llevaba adelante esa familia tan difícil”.

Después de la boda entre Stalin y Nadia en 1919, ellos se establecieron en el Kremlin y, a partir de entonces, las cosas entre ellos no hicieron más que empeorar. El 8 de noviembre de 1932, Kliment Voroshielov, el militar favorito de Stalin, organizó una fiesta para celebrar un nuevo aniversario del “Asalto al Palacio de Invierno”. Iba a ser un gran acontecimiento. El hermano de Nadia, Pavel, y su esposa Zhenya, le habían llevado a Nadia desde Alemania un vestido de gala negro con rosas rojas bordadas. Pero, una vez comenzada la celebración, todo derivó en desastre. Stalin no hacía caso de Nadia y, en cambio, coqueteaba con una actriz muy bella llamada Galia Zekrovskaya que tenía a todos embelesados. A medida que pasaba la noche y Stalin se iba emborrachando, comenzó a lanzarle bolitas de pan a Galia, cosa que provocó unos celos terribles en Nadia quien salió a bailar con otro para devolver las atenciones de su marido. El clima se fue espesando hasta que en un momento determinado Stalin propuso un brindis. Nadia no brindó y él, entonces, le dijo “!eh tú, brinda!”. Ella respondió: “a mí no me llames ¡Eh tú!”. Se levantó y abandonó el lugar. Después de esto, el hombre más poderoso de la Unión Soviética lloraba amargamente diciendo “no puedo seguir viviendo así”.

 

Luis Acosta

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