Disfrazados de mendigos. Por Gervis Medina (@gervisdmedina)

El tiempo parece que repite temas, en estos días, vivimos una película de terror, que pudiera ganar el preciado premio “Oscar”, cuyo director y principal actor es el Gobierno Nacional; como actor secundario el triste liderazgo de la Oposición, y el Pueblo Pendejo como actores de reparto. Donde se desarrollan los carnavales más tristes del siglo; debido a la debacle antropológica, financiera, económica y política; sufren los integrantes del país que han forzado a sustituir los tradicionales días playeros y los desfiles callejeros; por los desfiles en búsqueda de alimentos, repuestos, cauchos, baterías, medicinas, además de urgar en la basura para comer. Y en muchos casos, a la desesperada, lucha por conseguir salud, botellas de agua potable, el mejor puesto posible en las colas de las cadenas de abastos, supermercados, farmacias, para adquirir los bienes a precio justo o regulado, y porque no una cajita del Clap.

 

Esta pobreza, debajo del disfraz de mendigo que algunos les resulta incómoda, la observan con angustia sintiéndose cada vez más cerca de sufrirla en sus propias carnes. Para otros se ha convertido en sinónimo de suciedad, enfermedad, desesperanza, inseguridad y pocas ventas. Cuesta escribir algo bueno en este ambiente sobrecargado de reivindicaciones y quejas, pero, aun con la crisis, debemos ser resilientes, también astutos e inteligentes.

El mejor trabajo remunerado es la especulación y el bachaqueo, donde los profesionales pasamos a ser el proletariado. Somos ahora el proletariado, disfrazado de mendigos y hediondos a pobreza, debido a que ellos ponen los precios de los productos que están controlados por el Gobierno en complicidad de sus funcionarios, y nosotros debemos trabajar más de sol a sol para pagar más, dícese también de las últimas reformas del Impuesto sobre la Renta, donde ahora debido a las distorsiones de los planes económicos nos meten la mano en el bolsillo a quienes devengamos salarios, incluyendo el bono vacacional y los aguinaldos, contrario al principio de  igualdad jurídica y capacidad contributiva establecidos en la Constitución.

Venezuela es un país políticamente inmaduro. Un país, que tiene un grave peligro, un país que no sabe cuáles son sus debilidades. Que no conoce muy bien cuáles son sus flancos débiles. Que no está haciendo nada para reforzarlos o prevenir cualquier catástrofe. Estamos viviendo, felizmente una vida de parásitos, como lo dijera “Uslar Pietri” Si algo presenciamos, es el fin de las ideologías. Hoy en día no hay propuestas mágicas. Hoy en día no hay trabajo, producción y organización. No estamos discutiendo la viabilidad de un proyecto nacional, sino la supervivencia de unos pocos.

En todos los regímenes los líderes terminan con los bolsillos abarrotados y sus arcas llenas; mientras mantienen al pueblo como borregos, con un lavado de cerebro permanente, obedeciendo los dictámenes de turno. El pueblo pasa a ser el mendigo del sistema, hambriento de dádivas, porque solo de esa manera puede mantenerse en pie. Las masas no tienen criterio, no piensan, no son racionales y obedecen solo a sus instintos primitivos. Cuando la gente desfila en las colas buscando comida, un medicamento, o artículos para la higiene ¿a qué está obedeciendo? Pues, a los instintos básicos de supervivencia.

¿Cuánto cuesta un kilo de dignidad? En las colas ya no solo está el pueblo olvidado, ese al que Chávez “empoderó” e hizo visible. Ahora está toda Venezuela. El país está en las colas. Y el gobierno, mientras, esconde la basura debajo de la alfombra: manda a hacer las filas, en un intento por ocultar una realidad imposible de tapar. La fe en los rostros de los venezolanos de hoy es la esperanza por conseguir un kilo de azúcar o un litro de leche, porque a eso nos lleva la cola: a la esperanza de conseguir lo que necesitamos para garantizar el sustento de nuestras familias. Y esa es la gente, es ese pueblo disfrazado de mendigos, que está en las colas quienes exigirán el cambio de rumbo y de conductor de la película.

Pero, en la vida real, en estas fiestas carnestolendas la película no acaba ahí. Si obligáramos al director y al guionista de la citada película a continuarla una hora más, sospecho que no sabrían qué meter, porque en esa explosión acaba todo, porque sospechan que lo que viene después, en realidad no quiere verlo nadie y seguimos disfrazados de mendigos.

 

DC / Gervis Medina / Abogado – Criminólogo – Escritor / @gervisdmedina

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