Es común que las críticas nos acompañen más que los halagos. Este fenómeno se conoce como sesgo de negatividad y tiene raíces evolutivas. Nuestros antepasados necesitaban estar alerta ante posibles peligros, lo que los llevó a recordar mejor las amenazas. Así, podían evitar situaciones riesgosas, como un ruido extraño en la selva.
Este sesgo ha sido crucial para nuestra supervivencia, pero hoy en día también puede afectar nuestras decisiones y cómo nos percibimos. Según Catherine Norris, psicóloga del Dartmouth College, la negatividad influye más en nuestra conducta que la positividad.
Aunque este mecanismo puede ser útil en contextos peligrosos, suele hacernos más propensos a enfocarnos en lo negativo. Esto ocurre porque nuestra mente tiende a ver las críticas como amenazas y les da más relevancia.
Un solo comentario negativo puede arruinar una presentación laboral que iba bien, mientras que un reproche puede afectar una relación. Las palabras negativas impactan más en nuestra memoria y emociones y requieren una mayor respuesta cerebral. Por ello, tendemos a recordar más los insultos y traumas que los elogios.
Cabe mencionar que no todas las críticas tienen el mismo peso: no es lo mismo una crítica destructiva que una constructiva, que ofrece sugerencias para mejorar.
Aunque es más fácil recordar lo negativo, hay buenas noticias: con la edad, este sesgo tiende a disminuir, y se desarrolla lo que se conoce como sesgo de positividad. Sin embargo, mientras llegamos a ese punto, hay formas de afrontar las críticas:
Las críticas pueden ser dolorosas y generar ansiedad, pero en ocasiones son necesarias y pueden incluso impulsar nuestro rendimiento. Se estima que para contrarrestar una crítica negativa se necesitan entre cinco y seis comentarios positivos. A pesar del desafío, es posible lograr una perspectiva más balanceada mientras nuestro cerebro sigue trabajando para mantenernos seguros.
DCN/Agencias