
Con la llegada de diciembre, muchos empiezan a preocuparse por su figura ante la proximidad de las celebraciones navideñas. Se observa que muchas personas deciden recortar su alimentación, ante la inminente llegada de mazapanes y turrones.
No obstante, los expertos alertan que las dietas estrictas antes de la Navidad no ofrecen beneficios reales. María Argente Pla, del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), destaca que las dietas muy bajas en calorías pueden perjudicar el control del peso a mediano plazo. Estos planes, que suelen ser menos de 800-1,000 kcal diarias, a menudo conducen a una pérdida de peso rápida que no se mantiene, resultando en la recuperación del peso perdido en meses.
Argente aclara que estas dietas solo deben considerarse en situaciones específicas, como obesidad severa o antes de procesos quirúrgicos, siempre bajo supervisión médica. No son recomendables como estrategia previa a las fiestas para la población en general.
Las guías de obesidad y nutrición subrayan que el enfoque debe ser la sostenibilidad de los hábitos alimentarios, en lugar de una restricción a corto plazo. El fenómeno del efecto rebote está estrechamente relacionado con las dietas hipocalóricas. Tras una intensa reducción calórica, el cuerpo activa mecanismos biológicos que fomentan la rápida recuperación del peso, a veces incluso superando lo que se había perdido.
Entre estos mecanismos se encuentran alteraciones hormonales que aumentan el hambre, como el incremento de grelina (que estimula el apetito) y la disminución de leptina y GLP-1 (que regulan la saciedad). Además, la reducción de la ingesta calórica lleva a un metabolismo basal más bajo, dificultando así el mantenimiento de la pérdida de peso y aumentando la posibilidad de sobreconsumo.
Los riesgos de seguir una dieta muy restrictiva son tanto físicos como psicológicos. La pérdida de masa muscular, el catabolismo y déficits de micronutrientes como hierro y vitamina D son algunos de los problemas fisiológicos que pueden surgir. A esto se suman la fatiga, irritabilidad y trastornos del sueño.
Desde el punto de vista psicológico, puede aumentar el riesgo de atracones y generar una mentalidad de «todo o nada», donde la persona se siente atrapada en un ciclo de ansiedad y culpa respecto a la comida, lo que a la larga puede afectar negativamente su relación con la alimentación.
DCN/Agencias