
Históricamente, la satisfacción con la vida seguía un patrón predecible, descrito por la "Curva en U". Esto significaba que, de niños, comenzábamos con una alta felicidad, luego disminuía en la adultez temprana por la carga de responsabilidades, y finalmente mejoraba en la vejez, a medida que las perspectivas cambiaban.
Sin embargo, este patrón no es inamovible. Las tensiones de la vida moderna, como el trabajo y los compromisos familiares, solían intensificarse en la adultez. Según David Blanchflower y otros investigadores, el lado izquierdo de la curva ha cambiado significativamente. Hoy, los jóvenes inician sus vidas en un estado de inquietud, y si no se modifican las condiciones actuales, su desarrollo podría estancarse.
Las estadísticas son claras: los índices de ansiedad, depresión e ideación suicida entre adolescentes y jóvenes están en niveles alarmantes. Conceptos como la “policrisis” —definidos por Edgar Morin y Anne Kerne— reflejan la experiencia actual de la juventud. Una infancia marcada por la pandemia de COVID-19 y el aislamiento ha dado paso a preocupaciones sobre el cambio climático y la rápida evolución de la inteligencia artificial, que afecta incluso sus perspectivas laborales.
En este contexto, la adolescencia, que Erik Erikson describió como clave en la formación de la identidad, se enfrenta a un entorno inestable. Investigaciones indican que la adversidad durante la juventud puede dejar marcas permanentes, y ante un mundo volátil, la satisfacción vital se erosiona. La habitual promesa de que la felicidad se recupera con la edad se encuentra en riesgo.
El panorama laboral está cambiando, y nuestras instituciones todavía responden a un modelo lineal de educación y trabajo que ya no refleja la realidad. Las ocupaciones están siendo transformadas por la automatización y la inteligencia artificial. Al alentar a los jóvenes a seguir caminos muy especializados, corremos el riesgo de que sus esfuerzos se conviertan en años perdidos si esas industrias cambian o desaparecen.
Para enfrentar este desafío, es crucial que se fomente la resiliencia mediante el desarrollo de diversas habilidades. Los jóvenes deben estar expuestos a un mundo real lleno de incertidumbres y oportunidades. Pasantías que reflejen trayectorias laborales auténticas y un currículum que valore la exploración son necesarios.
Además, se requiere un cambio en la narrativa cultural sobre la pasión y el rendimiento. La presión de “seguir tu pasión” puede ser contraproducente; es vital que se reconozca que la diversidad de intereses y la capacidad de adaptación son igualmente importantes.
El mundo de la “policrisis” es una realidad que persistirá. Aunque no podemos eliminar la incertidumbre, sí podemos preparar a la próxima generación para prosperar en este entorno. Si no se actúa, las brechas en bienestar continuarán ampliándose, afectando cada vez más a nuestra juventud.
DCN/Agencias