La crianza es un desafío constante, en la que se busca un balance delicado entre el control extremo y la indiferencia total.
El caso de Mara, madre de un adolescente de 15 años, ilustra este dilema. Dejó una nota de dos páginas con instrucciones detalladas sobre la rutina de su hijo: «Calienta el chocolate un minuto». A pesar de su buena intención, esta supervisión se convirtió en una atmósfera opresiva.
En el extremo opuesto, Lucas creció sin supervisión considerable, asumiendo responsabilidades en el hogar desde muy joven. Su padre lo llama «independencia», mientras que expertos sugieren que esta situación representa abandono.
Un estudio de la Universidad de Colorado revela que el 73% de los adolescentes dependen de sus padres para afrontar problemas cotidianos, mientras que el 61% de los adultos considera que sus hijos son demasiado autónomos.
Esta polarización es consecuencia de dos estilos parentales: la hiperpaternidad, que se caracteriza por un exceso de control, y la hipopaternidad, marcada por una falta de presencia efectiva.
La psicóloga Silvia Álava Sordo enfatiza que estamos confundiendo el amor con una protección que busca eliminar todo sufrimiento, argumentando que esto inhibe el desarrollo de habilidades para enfrentar la frustración y la toma de decisiones. Por su parte, la neurocientífica Carina Castro Fumero advierte que este comportamiento limita el desarrollo del lóbulo prefrontal, que es fundamental para la regulación emocional.
En la era digital, los padres tienden a proteger a sus hijos en la vida real, limitando su autonomía, mientras que en el ámbito virtual, los dejan navegar sin supervisión.
“Estar físicamente no siempre implica estar emocionalmente disponibles”, afirma la licenciada Yanina Oliva.
Los hijos de padres sobreprotectores desarrollan ansiedad y una baja tolerancia al fracaso. Investigaciones de la Universidad de Utrecht indican que estos niños tienen menor capacidad para enfrentar adversidades en la adultez.
Aquellos con padres ausentes, como los de Sofía, crecen sin un modelo claro para regular sus emociones, llevando a inseguridad emocional y desconexión. Un estudio de la Universidad de Stanford indica que estos adolescentes tienen un 48% más de dificultad para manejar el estrés.
No se trata de alcanzar la perfección, sino de coherencia. La crianza debe ser un constante balance entre fomentar la autonomía y brindar contención.
Los expertos proponen un acompañamiento activo y no invasivo, lo que implica confiar y permitir que los hijos tomen decisiones, se equivoquen y aprendan a recuperarse. Al final, los hijos necesitan padres que crean en su capacidad para enfrentar la vida.
Una crianza equilibrada no es un manual rígido, sino un ejercicio consciente día a día. Es en este espacio de confianza donde se cultiva un amor que libera más que aplasta.
DCN/Agencias