Para todo hay su tiempo. Por José Pons

Tiempo de nacer, tiempo de morir. Aseveración Bíblica que encierra profundas verdades e insoslayable destino en la humanidad. Siendo imposible detener, cambiar o flexibilizar, nos obliga a someternos a tal infortunio. Decía el poeta, “Pueda que ese fenómeno llamado Muerte, sea el latente curso de la vida que esta misma ha creado en su proceso Eterno, Abismal, Insondable e Incomprensible. Lo cierto empero que para mí un mal por siempre; porque te he perdido. Sera que me resigne y vea en tu partida un adiós intemporal, más este dolor o sangre mía. Con ser tan hondo en sombría noche…”  (JP2006)

Colmara en nuestro ser, tiempos que pasearnos en el “Cosmos de la Imaginación” y los recuerdos, donde encontraremos en ellos los elementos que acompañaran nuestro ser en los días del nacer y morir que llevamos en nuestra naturaleza como en el devenir, siendo ciudadanos de nuestro muy personal mundo. Buscar en nuestros inventarios, imagines e instantáneas, que nutrirán el presente de un pasado que no volverá nunca más. He allí, la libertad que lograremos disfrutar y que nadie podrá cambiar o sustituir por nada, ya que es única e irremplazable.

Es en este adiós, donde nuestro esfuerzo es darle tiempo a la finita relación con nuestros ser amado en este plano terrenal. Es entonces, la lucha ya perdida de antemano, se convierte en ofrecer un digno homenaje que haga sentir que cumplimos nuestro deber sagrado de amar a los nuestros, a veces sin ser de nuestra sangre, pero son más allegados a nuestra alma que muchos que ostentan un apellido igual. Son personajes protagónicos de nuestra vida, son los héroes de nuestras películas que han forjado lo que somos, imperfectos sí, pero llenos del amor que nos une a lo nuestro.

Cualquier fecha quiebra nuestros corazones ante este gran dolor que afrontar, más en diciembre encontramos el momento más sagrado e íntimo que a través de la fe podremos cambiar estos panoramas sombríos en una sonrisa esperanzadora por aquel que nació para derrotar la muerte. Símbolo y escudo del poder que Dios Padre coloco en Jesús, el niño nacido en Belén. En tal sencillo acto, las promesas y profecías de tristezas cayeron sin valor por el poder divino y logramos encontrar el sendero de la vida eterna. Donde la compañera de la vida, la muerte, termina en vida eterna.

Ser cristiano se convierte en una fugaz pincelada ante Dios. Pero, cuando somos creyente  de ese Cristo crucificado entendemos con claridad que el abismal espacio sideral de la muerte se encuentra burlado por un sencillo acto de Fe en el camino de la salvación y redención. Aceptar la gran verdad que de tal manera amo Dios al mundo que dio a su hijo Jesucristo para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.

Finalmente, un buen hombre se despide con dignidad de la vida. Excelente Padre, amigo, comprensible y académicamente formado, un genio para los que estuvimos con él en la vida, y vimos en sus alegrías, nuestras alegrías, en su risa contagiante un honor en compartirla. En su amor por la música, las canciones que nos hizo sentir de él, la vibra de una vida sana y abundante. Capaz de despojarse, para lograr el bien común. Sus hijos, Leonardo y Ricardo, fiel reflejo de esa vida que heredaron con su presencia, mi afecto por siempre.

 

Dr. José Ernesto Pons B

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