El partido de la muerte. Por Noel Álvarez

Para ponerme a tono con los tiempos, hoy quiero hablarles de futbol y a propósito de ese tema, no puedo dejar de comentar algo que me causó desazón: con ocasión del reciente encuentro de futbol entre Venezuela y Argentina, pude observar un grupo de venezolanos que coreaban desenfrenadamente cada gol anotado por el equipo argentino, contrastando con el silencio sepulcral que guardaron cuando Venezuela marcó su gol. Sin profundizar mucho en este escabroso tema, es evidente que, en algo estamos fallando como nación: me parece imposible ver a un mexicano yendo en contra de su selección nacional, por solo poner un ejemplo latinoamericano ¿Dónde se nos quedó el patriotismo y el orgullo de ser venezolanos? Menospreciar a nuestro gentilicio, trae como consecuencia que dejemos de creer en nosotros mismos.

 

Perdonen la perorata inicial, a partir de ahora, me concentraré en lo que vine a contarles. Sin duda, el balompié es el deporte de las mayorías. El mas seguido en el mundo, el que tiene los más grandes estadios, pero, desde que comenzó a practicarse a comienzos del siglo XIII en Inglaterra, siempre ha estado asociado a la violencia. En sus orígenes servía para arreglar rencillas y disputas de tierras a modo de agresión tribal y se disputaba en cualquier escenario, con un número de jugadores que en muchos casos no era el mismo para cada equipo. Los amantes del fútbol tienen información sobre cientos de históricos y emotivos partidos, de entre ellos destaco uno que fue jugado en 1942, durante la II Guerra Mundial, conocido como el “Partido de la Muerte”, donde perder la vida fue el premio para los vencedores.

 

En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, Ucrania era una de las repúblicas socialistas soviéticas que formaban parte de la URSS. Kiev, la capital, fue ocupada por los nazis hasta el 6 de noviembre de 1943. Entre las primeras actividades que fueron prohibidas se encontraba el campeonato nacional de fútbol, y uno de los principales afectados fue el equipo, Dynamo de Kiev. Un panadero ucraniano de origen alemán llamado Josef Kordyk, seguidor del proscrito equipo, se encontró en las calles a un mendigo ucraniano y lo reconoció, era Nikolai Trusevich, portero y antigua estrella del Dynamo. Viendo el lamentable estado en que se encontraba, lo llevó a trabajar en su negocio.

 

Entre harinas y levaduras, se pusieron de acuerdo para reconstruir en tiempos de guerra la plantilla del Dinamo de Kiev, a fin de disputar algunos partidos amistosos. No eran del todo inocentes las intenciones del panadero Kordik, ya que, él suministraba alimentos al ejército nazi y quería ganarse el favor del general de división Friedrich-Georg Eberhardt. El pastelero, ayudado por Trusevich logró emplear a 7 jugadores del Dinamo y a 3 del Lokomotiv de Kiev, con los cuales lograron conformar un nuevo equipo, llamado FC Start.  Los nazis compraron la idea de organizar partidos amistosos entre equipos de sus aliados o simpatizantes contra el equipo ucraniano: “cualquier ocasión sería buena para demostrar la superioridad aria frente a unos jugadores exhaustos y mal alimentados”, pensó el General Eberhardt.

 

El primer partido enfrentó al FC Start con el Rukh, un equipo formado por jugadores ucranianos simpatizantes de Hitler. La goleada fue sonada, 7-0. El Start también derribó sin piedad a sus siguientes rivales, equipos de las guarniciones húngaras o rumanas, colaboradoras de los nazis. La misma suerte corrió el MSG Wal, un equipo profesional húngaro que viajó expresamente a Kiev para jugar dos partidos y fue derrotado en ambas ocasiones. El rival llamado a terminar con la racha de victorias de los ucranianos fue el Flakelf, el equipo de la Luftwaffe, la fuerza aérea del ejército nazi, al que se incorporaron varios futbolistas profesionales de Baviera. El partido se jugó el 6 de agosto de 1942 y el FC Start se impuso 5-1. Inmediatamente, el equipo alemán solicitó revancha, la cual sería jugada 3 días más tarde.

 

Al partido jugado el 9 de agosto de 1942, en el estadio de Kiev, se le bautizó como ‘el partido de la muerte’. Los jugadores del FC Start sabían que, en aquellas circunstancias, lo mejor era dejarse ganar para aliviar el herido orgullo de los nazis. Habían recibido varios consejos para no emplearse a fondo. Antes del partido, un oficial de las SS entró en el vestuario del equipo rival y les dio un mensaje: Soy el árbitro. Respeten las reglas y saluden con el brazo en alto”. Pero mientras el Flakelf gritaba ‘Heil Hitler’ con el brazo en alto hacia la tribuna, los ucranianos ignoraron las instrucciones. Cuentan algunos que, incluso, se llevaron el brazo al pecho para gritar ‘¡Fizculthura!’ (viva el deporte). 

 

El partido comenzó con una agresión a Trusevich, el portero del FC Start. Pero al descanso se llegó con 3-1 a favor de los ucranianos. En el vestuario, los jerarcas nazis volvieron a presionarlos: “por su bien, sería mejor que levantaran el pie del acelerador”. Se cuenta que un oficial de las SS fue tajante: “¡perded este partido o moriréis!”, les gritó. Lejos de bajar el ritmo, los ucranianos siguieron defendiendo su orgullo sobre el campo. Ya con 5-3 en el marcador, Klimenko se permitió el lujo de regatear a varios rivales, plantarse en boca de gol y enviar el balón fuera mirando a las gradas, donde se encontraban los jerarcas alemanes, en un gesto humillante para ellos. El partido acabó 5-3. “Los ucranianos entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantar las ganas de ser dignos”, cuenta Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra. Por cierto, actitudes muy escasas, por estos días, en estas calles.

 

Aún hubo tiempo para que el FC Start jugase un último partido, de nuevo ante el Rukh, el 16 de agosto. Esta vez la goleada fue (8-0), pero los jugadores ucranianos ya no volverían a jugar juntos. Dos días después de ese partido, la Gestapo acudió a la panadería de Kordik, donde arrestó a varios jugadores. Los acusaron de pertenecer a la KGB, la policía secreta soviética que controlaba el Dinamo de Kiev antes de la invasión alemana.

 

El primero en caer fue Korotkich, que murió después de ser torturado pocos días después. El resto fue enviado al campo de concentración de Syrec. Allí, Klimenko, Kuzmenko y el portero Trusevich fueron ejecutados en 1943, supuestamente por haber sido sorprendidos robando alimentos. Goncharenko y Sviridovsky lograrían escapar. Putistin y Tyutchev sobrevivieron hasta que los nazis abandonaron el campo de concentración. En realidad, todos los jugadores del FC Start sufrieron las consecuencias de aquel partido, incluso años después, porque Stalin llegó a acusar a los supervivientes de colaboracionistas con el régimen nazi.

 

Noel Álvarez

Noelalvarez10@gmail.com

@alvareznv

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