¿Política deportiva o deportiva política? Por Leandro Rodríguez

Al momento de escribir estas líneas, Venezuela posee en su haber 21 medallas olímpicas, 10 en la llamada cuarta república y 11 en la actual quinta, a decir verdad, son pocas para un país rico de cuna, trágicamente administrado, pero a la vez son muchísimas, porque en la mayoría de esas preseas nada tiene que ver la mano del Estado, sino exclusivamente el heroico esfuerzo individual de los atletas.

Ello ha sido así desde siempre, pero como en todo lo que nos aqueja, en la Venezuela socialista esa calamidad ha empeorado. Las declaraciones de la atleta venezolana Rosa Rodríguez, quien participa en Tokio 2020, son concluyentes, denunció que fue contactada por el Comité Olímpico Venezolano poco antes del viaje, en los años anteriores entrenaba sola, por su cuenta, en un estadio de beisbol abandonado.

Solo después que estos héroes criollos obtienen sus medallas, el aparataje gubernamental los toma en cuenta para exhibirlos mediáticamente como un triunfo gubernamental, luego son olvidados. Insistimos, no es solo una furtiva praxis politiquera de hoy, en Venezuela siempre ha sido así.

Desde 2006 al 2016 aproximadamente, el régimen chavista inundó al país de entrenadores cubanos e hizo un festín publicitario, como todo en “revolución”, fue solo un boom propagandístico, desde hace muchos años el país no cuenta con instalaciones aptas ni suficientes entrenadores (han emigrado), nada que permita propulsar el deporte más que el ímpetu de los atletas.

La mayoría de nuestras estrellas deportistas se han marchado a vivir fuera del país, se han ido a buscar apoyos de otros gobiernos, de inversores privados e incluso, los que pueden, se han tenido que costear inicialmente sus aventuras, como el ciclista y hoy medallista olímpico Daniel Dhers.

El amenazador tercermundismo que hoy se avizora en el horizonte de Venezuela no es fortuito, es víctima de una élite que destruyó todo aquello que puede hacer libre e independente a los ciudadanos; la educación y el trabajo. Repetimos, no es fortuito, es parte del proyecto castrista que se encarga de destruir la nación, endilgar culpas a terceros y luego extraer provecho de una nación debilitada, dependiente de las “ayudas del gobierno”. Con Chávez el populismo salvaje le permitía (hasta 2006) la vía “electoral” como fachada, con Maduro, desde 2013, la violencia institucionalizada es la vía infraganti.

Lo único que hoy es rentable en este oscurantismo son las exportaciones oficiales sin control alguno e importaciones perpetradas por las élites rojas rojitas, provenientes de países con gobiernos aliados del régimen, como China, Rusia, Turquía e India. Mismas que permiten una sospechosa oleada nacional de bodegones, concesionarios, farmacias y pare de contar, desde luego, con productos de dudosa reputación, eso sí, a precios dolarizados. Más del 80% de los venezolanos se rebusca a pie, en mercados populares, sobreviviendo con actividades informales o de las cada vez más exiguas remesas que envían familiares emigrados por necesidad.

El caso es que Venezuela no cuenta con nada de lo que pueda hacerla próspera como Estado, no hay planificación, no hay políticas de Estado relacionadas con nuestra Constitución, sino a los intereses de una élite depredadora. Los venezolanos estamos aferrados exclusivamente a nuestras capacidades y talentos, pero en el marco de la individualidad. Existen 30 millones de venezuelas presas de la doctrina del personaje novelesco Eudomar Santos “Cómo vaya viniendo, vamos viendo”… necesitamos un cambio de 180° como nación, volver a ser una sola Venezuela. 

 

Leandro Rodríguez

@leandrotango

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