Leyes y normas hogareñas, estilos y costumbres. Por Luis Acosta

Después de la pandemia, muchas cosas nuevas han aparecido y otras viejas han aflorado. En la esencia de las necesidades, al final, son los niños quienes sufren las consecuencias. De verdad, cuando el muchacho afloja en los estudios, la madre cede. De cierto, se forma un circulo vicioso que asombra y entra sin aguja hasta que su penetración llega a molestar una parte del sueño en su reacción o extraña madurez. Esto no parece ser un problema global, pero es mortificante porque ataca en su preferencia a lo más inteligente.

La medición de la inteligencia es rara y, si se quiere, caprichosa, pero se estimula cuando el muchacho se decide entrar en la línea de conducta procedente, es decir, sencillamente se mete en su clase y en poco tiempo logra equilibrar su nivel anterior. 

En general, es necesario mantener al niño al margen de los asuntos propios del hogar aun dentro de lo que le corresponda responder. El niño es como el maestro, el ingeniero o el estudiante de medicina, exige privacidad, disciplina, quietud y silencio. Estas comodidades las observa el niño con distinción y les luce una complacencia de sus padres con el perseguir que el niño cree consciencia y para que siempre mida y agradezca las atenciones que recibe. 

Por otro lado, todo el tiempo de ensenar el niño es interesante y oportuno. Nos queremos referir al vestido o el uniforme. En efecto, los perfiles de la ropa o de su vestido deben ser planchados, no arrugados. Cuando el niño se presenta de forma descuidada, no se ve bien, ni tampoco el vestido se ve bien en lo personal. Igual debe conservarse con un olor en su cuerpo que señala no haberse bañado. Unas veces el no tiene buen olor pero la camisa si huele bien. Esto sucede porque la colonia va rociada en el cuerpo y no en la ropa o en el vestido del niño. 

La boca del estudiante debe cuidarse con el mejor esmero. Las caries y danos de hoy en los dientes de los muchachos son los descuidos de ayer. Mascar chiclets y chupar caramelos nos es útil. Los útiles si son un buen cepillo para dientes y unos especiales aseos para sus muelas y encías. 

Un niño bien formado salta a poca edad a dar importancia al horario de su vida para hoy y para mañana. Un reloj modesto pero que le permita saber y cuidar sus horarios para cubrir sus obligaciones domesticas y estudiantiles no es un lujo; en cambio, su uso cubre una necesidad. Nada que se ensene al niño entre los 5 y los 15 años se pierde; al contrario, le sirve para toda la vida. Los padres dejan para después, quizás por omisión y no por no tener importancia, el sembrar su delicadeza y ponerle en la mano y en su pequeño cerebro detalles chiquitos pero útiles para el venir de su vida que al final lo hace mejor o peor caballero o dama hacia el futuro.

Desde el Libro de Mantilla, de Alejandro Fuenmayor, que cubría los primeros años del principio del siglo, no aparecieron libros de este tipo que ayudaran a los padres, y en muchos casos, al propio estudiante, a formar el su ambiente la disciplina de la convivencia y el actuar en fina postura. Además, con alimentada generosidad y con una especial razón para sembrar tino y certeza en sus decisiones y en su armónica manera de pensar con juicio y buen criterio.    

Las costumbres finas y amigables no se aprenden solas. Se practican con su aplicación diaria que se vuelven y desenvuelven en simple acciones y detalles que no pasan sin ser percibidas en sus formas y performances que pueden penetrar las fibras más severas del cuerpo humano, figuras y personajes. 

Una persona que comienza a educarse para la vida con celo, con educación, mesurada conducta y modestas proporciones esta listo para trabajar en cualquier mercado que le de sabiduría y disposición para ingresar a la universidad que ensena a pensar y decidir sobre las vicisitudes en las diarias tareas. Al final, al entrar en el catecismo de su iglesia, el niño automáticamente se prepara para vivir con su Cristo al lado.

Luis Acosta

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