El revivir de la esperanza. Por Luis Acosta

La Semana Mayor, siempre en su espacio sagrado, se convierte, es y se transforma en una vía santa para hablar, hacer, pedir y sentir los mejores elementos para aliarse con la esperanza. En efecto, se ruega a la acción corporal que nos ayude en lo que queremos para ponernos en el camino de lo virtuoso y lograr que el pueblo masónico, evangélico y católico, con sus plegarias y el caluroso rezo de su amor, sea capaz de convocar con las puras intenciones al pueblo todo y llamar a sus dirigentes y recordarles lo que una vez hicieron que bregando con unidad y caminando con una misma ruta, le dieron vida a 40 años que rindieron y lograron que Venezuela estuviera en productividad en el cuarto lugar de las economías de la región. Además, fueron días prestigiosos, sin soberbias y de unión plena en el camino de la fe.

Sabemos que los pueblos tardan pero no olvidan; que los pueblos siempre son la suerte y el destino de sus nativos. A la larga, sin pueblo poco se hace; todos queremos vivir moviendo nuestra propia nobleza. No hacer nada es manifestarse pobre de espíritu y torpe de inteligencia porque el amor no solo es el amor carnal, hay otras cosas importantes en la vida que solo el pueblo puede y sabe dar, como por ejemplo, el apoyo colectivo y la fraternidad; y como buscar a Dios para obtener Su Consuelo y la Expresión de Su Ayuda. 

Tenemos que entender que el pueblo es el único cuerpo orgánico que puede manejar y dar las más valiosas posibilidades  para usar el “amigo secreto”. Por otro lado, es evidente que ningún otro sector cívico humano tenga más poder y energía como el pueblo que lo hace poderoso y leal.

Todos estos recuerdos molestan y se echan de menos, pero no se ha pensado en recuperarlos con propiedad. En traerlos bajo hazañas de ídolos y el calor de volver a hacer, a ser y a actuar. En fin, para triunfar. Las ilusiones tienen que volver a traer vida a este país muerto, donde nadie se explica esa osadía. Todos nos asombramos de este afán colectivo de no hacer nada, de cuadros débiles y de ofertas y causa que no penetran. Este no es el país de Gavilanes y Pastora, de Luis Aparicio y Alfonso Carrasquel. Esta no es la nación del tiempo de Luis Prado, del Frigorífico Venezuela, de la chuleta ahumada y de la hacienda de plátano más grande de América Latina. 

No son uno, ni ninguno de los 40 años del puntofijismo rendidor y conformador de una sana y bien orientada manera de manejar el estado y dirigir su economía. Había un país lindo y limpio. Respetuoso y sin abusos. Era una república como Bolívar la había sonado y enseñado. 

Para que esto se repita, es necesario un pueblo igual o semejante a aquel que tuvimos. No para repartir premios sino para laborar, rendir y vivir. Usar la cabeza sana para pensar y unas garras honestas para ganar igualdad; para hacer y producir reservas que conlleve a lograr el país noble que una vez tuvimos y ahora deseamos.  

La Semana Santa, de otrora tiempos y circunstancias, está rezada, respetada y dispuesta a una acción apostólica de firmeza para combatir la pandemia con palabras de aliento para defender el país y resguardarlo con verdadera austeridad. Fueron 40 años de ensueños, dedicación y de efemérides notables. No queremos hablar tonterías, ese país un día y por cuarenta años fue nuestro tesoro, alma y cuerpo pero las ánimas se lo llevaron. 

Contra el diablo solo puede Dios! Pidámosle a Dios, en esta Cuaresma y Semana Santa, ¡el milagro!

 

Luis Acosta

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