El escandaloso caso de compartir datos de WhatsApp con Facebook. Por Leocenis García (@LeocenisOficial)

El guionista de Hollywood, Walter Bernstein, perseguido y en la lista negra durante la era McCarthy, obligado a escribir bajo seudónimo para seguir trabajando, ha descrito la dinámica de la opresora autocensura surgida de la sensación de estar siendo vigilado: «todo el mundo iba con cuidado. No era cuestión de correr riesgos… Había escritores que no figuraban en la lista negra, no sé como lo llamarías, gente en el filo, pero no políticos. Se alejaban de la política… Creo que imperaba la sensación general de no arriesgarse (…) Es un ambiente que no ayuda a la creatividad ni deja que la mente funcione libremente. Siempre corres el riesgo de la autocensura, de decir, no haré esto» (Efectos escalofriantes, Pen América, 13 noviembre de 2013).
La reciente actualización de WhatsApp que permite compartir los datos personales con Facebook, ha alarmado al mundo. Es el nuevo negocio de las compañías de redes sociales: recolección de datos.
 La recolección de datos , almacena información sobre las opiniones políticas de la gente, sus historias médicas, amantes y vida financiera. Jamás la humanidad estuvo tan amenazada. Una información privada que se ha conseguido, utilizado para tal fin lo datos que los usuarios aportan para tener comunicación, no para que se las quitarán, es realmente un crimen. Quien lo comete es un criminal.
Gracias a un sinfín de justificaciones (verdades mezcladas con mentiras), se ha conseguido la tolerancia por parte de la gente de graves invasiones en su ámbito privado; las justificaciones han sido efectivas, al punto de lograr el aplauso de este abuso, mientras las compañías recogen inmensas cantidades de datos sobre lo que dicen, leen, compran y hacen los ciudadanos.
Cuando en 2001, en una entrevista para la cadena CNBC, Etic Schmidt, presidente de Google, fue interrogado sobre la retención de datos de usuarios por parte de la compañía, dijo: «Si haces algo que no quieres que sepa nadie, quizá para empezar no debes hacerlo». Esto era el equivalente a decir, si te acuestas con dos chicas a la vez, y no quieres que tu esposa lo sepa, no uses Google. Como saben, lo escandaloso de esta respuesta es que Google no es una red social, es un buscador.
Marc Zuckerber, fundador y presidente de Facebook dijo en 2010: «En la era digital la privacidad ya no es una norma social».
Ambas respuestas eran escandalosas.
Cuando Dianne Feinstein, la presidente del Comité de Inteligencia del Senado de EEUU insistió en que la recogida de datos -no constituye vigilancia – pues no incluye el contenido de ninguna comunicación- hubo protestas donde se le exigía que llevara sus afirmaciones a la práctica: ¿Publicaría la senadora cada mes la lista de pretendientes que le suspiraban por Whatsapp cómo querían tenerla desnuda en una bañera, o el destino de las llamadas o correos electrónicos? ¿O el número de pin en su chat BlackBerry? ¿O las fotos húmedas que enviaba a su novio?
Todos entendemos por instinto que el terreno privado es donde podemos actuar, pensar, hablar, escribir, experimentar y decidir cómo queremos ser, al margen del escrutinio ajeno. La privacidad es una condición fundamental para una persona libre. El voto es secreto, en la democracia, precisamente porque los políticos saben que solo en la privacidad, la gente se siente libre de decir sus preferencias sin presiones.
Louis Brandeis, magistrado del Tribunal Supremo de EEUU, en el caso Olmstead versus EEUU en 1928, dijo: «El derecho a que lo dejen a uno en paz es el más absoluto de los derechos, y el más valorado por las personas libres». El valor de la privacidad, decía Brandeis, «tiene un alcance más amplio» que el de las meras libertades cívicas.
Para Louis Brendeis, los padres de la Constitución de los Estados Unidos de América, concedieron a los ciudadanos frente al gobierno el derecho a no ser molestados, salvo que los ciudadanos atenten contra otros.
Antes de ser nombrado miembro del Tribunal Supremo de EEUU, Brendeis había escrito en 1890, cuando era un joven en Harvard Law Review un artículo que constituía un monumento de los principios de la privacidad: «El derecho a la privacidad no es el principio de la propiedad privada, sino el de la personalidad inviolada».
Por tanto, la vigilancia generalizada, es intrínsecamente represiva, incluso en el caso improbable, de no ser utilizada abiertamente por funcionarios vengativos, que quieran obtener información privada sobre adversarios políticos.
En el siglo XVII, Jeremy Bentham, se volvió «viral» como diríamos hoy los usuarios de Twitter, con su idea del panóptico, el cual partía de su experimento de un edificio, que a su juicio, permitiría a esta institución – el edificio- controlar la conducta humana. La principal innovación del panóptico era una gran torre central desde la que los guardias (los vigilqntes) podían controlar a todo momento, cualquier habitación o celda, sala o aula. Sin embargo, como los habitantes del edificio no podían ver dentro de la torre, no sabían jamás si estaban siendo vigilados o no.
Puesto que la institución –cualquier institución- no era capaz de observar a todas las personas durante todo el tiempo, como Yahveh asomado desde el cielo con unos enormes binoculares, entonces la so- lución de Jeremy Bentham fue crear en la mente del habitante del edificio «La aparente omnipresencia del inspector». Algo como Dios.
Decía Bentham: «Las personas a inspeccionar han de sentirse, como si estuviesen siempre, bajo inspección, o al menos como si esto fuera muy probable».
En la década de 1970, Michel Foucault señaló que el principio del panóptico de Benthan era uno de los mecanismos fundacionales del Estado Moderno. En el libro «Microfísica del Poder», señaló el panoptismo como un tipo de poder aplicado al individuo, en forma de supervisión continua, en forma de control, castigo y compensación, y en forma de corrección, es decir, el moldeado y la transformación de los individuos con arreglo a ciertas normas.
Foucault fue un poco más allá, asegurando que la vigilancia generalizada, induce a los individuos a interiorizar a sus vigilantes: Deciden hacer por instinto lo que se espera de ellos, sin darse cuenta siquiera de que están siendo controlados, creando en el interior un estado de conciencia y visibilidad permanente que garantiza el funcionamiento autónomo del poder. Además, este modelo de control tiene la enorme ventaja de crear al mismo tiempo la ilusión de libertad.
Las personas que dan por sentado que sus comunicaciones y sus vidas están siendo espiadas modifican su conducta de tal modo que limitan su libertad de expresión y restringen el flujo de información.
La privacidad es indispensable para la vida. Si alguien llama a una línea de chicas ardientes, a una línea de ayuda a suicidas, visita un médico abortista, frecuenta una página de sexo o es una fuente que llama a un periodista, sobran razones para mantener estas acciones en secreto aunque no tengan nada de ilegales.
El reportero Barton Gellman, lo explicaba de una manera extra naria: «La privacidad es relacional. Depende de tu audiencia: No quieres que tu patrón sepa que estás buscando empleo. No explicas tu vida amorosa a tu madre o a tus hijos. No cuentas secretos comerciales a tus rivales… la transparencia total no existe… todos tienen algo que ocultar».
La tecnología permite actualmente un tipo de vigilancia omnipresen te que antes la tenía solo Yahveh de los Ejércitos y la ciencia ficción, por supuesto. La lucha que lideran los hombres libres, si lo son real mente y quieren conservar la libertad, es oponerse al «estado vigilante nocturno».
Leocenis García
@LeocenisOficial
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