“Las videollamadas no se hicieron para despedir. Hoy me tocó darte tu último adiós, hermana, a través de una pantalla”, escribió Indira Malpica el 29 de abril en la descripción de la que es la foto más dolorosa de su Instagram, la del día que lloró la muerte de su hermana Yannis Coromoto Malpica viendo su féretro a través de internet.
Su duelo se hace más agudo por el sinsabor de haber tenido que ver cómo se deterioraba su salud por videollamadas y fotos, y sentir que no la pudo tocar una última vez. También la atormenta pensar que el accidente cerebrovascular (ACV) por el que falleció se dio en un contexto que deja en evidencia el lado más inhumano de una sociedad en la que “es más importante la plata que la vida de una persona”, más si es un migrante. Dinero que jamás será equivalente al valor de una vida o los recuerdos que se atesoran, tales como ese del último adiós que se dijeron sin saber que terminaría siendo una despedida para siempre.
Sobreponerse a la pérdida
Yannis, de 44 años, era oriunda de Valencia, estado de Carabobo (Venezuela), y fue la mayor de una familia de 10 hermanos (ocho mujeres y dos hombres). Nunca tuvo una vida fácil. Sin embargo, esta situación, en lugar de dejarla en el suelo, hizo que demostrara su fuerza y tenacidad para sobreponerse a cada dificultad. La resiliencia que mantuvo con los años siempre la mostró inquebrantable.
Uno de sus retos más grandes fue el de ser mamá. Sacó adelante a siete hijos, entre ellos a Felielshy, que nació con condiciones especiales. Aunque su proyecto de familia era un trabajo en equipo, enviudó y le tocó salir adelante sola. “Fue como si a mi hermana la vida se le fuera poniendo ruda poco a poco desde hace 6 años. El país comenzó a caer en crisis, pero ella siempre apostaba a seguir luchando”, asegura Indira Malpica.Yannis vendía ropa en la calle Independencia del centro de Valencia, un oficio del que tuvo que salir corriendo por órdenes del alcalde cuando entró en vigor el decreto que prohibía a los trabajadores informales laborar en esa zona. Luego optó por poner un puesto de comida rápida afuera de su casa. Aunque no tenía un sueldo fijo, se las arreglaba para cumplir con todo.
Sobrevivía del día a día, pero la escasez en Venezuela la arrastró y llegó al punto en donde no conseguía nada. “Teníamos que amanecer afuera de los supermercados para poder comprar cuando llegaba algún producto de la cesta básica. A veces terminábamos con las manos vacías, no era fácil, y por eso, a mi hermana le tocó dejar de vender comida rápida”, recuerda Indira.
Pese a los obstáculos, ella seguía buscando mejores condiciones y por eso se dedicó a limpiar casas durante dos años. Todo parecía volver a estabilizarse hasta que le diagnosticaron tuberculosis a su hija Feliannys, de 17 años. Con la enfermedad vinieron nuevas complicaciones, a tal punto que, mientras trataba de controlar las convulsiones en aumento de Felielshy, debía enfrentarse a la escasez de los medicamentos que necesitaba para hacer tratar la tuberculosis de su otra hija.
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