Cortes eléctricos en Venezuela afectan cadenas de frío de algunos medicamentos

Están cansados de perder. Los grandes laboratorios y proveedores internacionales se han ido de Venezuela y aunque pequeñas casas de representación intentan suplir la escasez de medicamentos con productos importados desde India, Cuba, Uruguay, República Dominicana y México, este último año la situación se ha complicado por un deteriorado Sistema Eléctrico Nacional que apaga durante 50 horas mensuales sus farmacias.

Tan solo las cadenas mixtas cuentan con plantas eléctricas, el resto debe lidiar diariamente con los riesgos y la incertidumbre que genera la pérdida del suministro de energía. El portafolio de medicamentos refrigerados con los que contaban en años anteriores se ha reducido porque precisamente la variación de la temperatura en sus neveras los hace perder su eficacia.

Paradójicamente para conceder el permiso de funcionamiento a estos establecimientos, el Ministerio del Poder Popular para la Salud les exige contar con áreas acondicionadas que garanticen la correcta conservación, control y dispensación de medicamentos termolábiles como la insulina, albúmina, toxoide, las vacunas y supositorios. Pero los constantes apagones han hecho que una vez abiertas, disminuyan el petitorio mínimo.

“Un año catastrófico”

En Carabobo la falta de un plan de administración de carga por parte de la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) ha impedido por ejemplo a los gerentes establecer horarios de atención favorables para el público y sus trabajadores. De 700 farmacias que existían en el 2018 actualmente solo 500 se mantienen activas y de esas más un 85% no cuenta con planta eléctrica; los únicos productos que mantienen en nevera son soluciones orales, óvulos y supositorios.

La crisis económica y social que enfrenta Venezuela ya había hecho algunos estragos en el sector según el presidente del Colegio de Farmacéuticos en esa región, Reinaldo Piña, pero este año las restricciones propias de la pandemia de la COVID-19, los constantes cortes eléctricos y la escasez de combustible complicaron mucho más las cosas. “El traslado de medicamentos desde otras regiones se limitó, las droguerías vienen si acaso una vez por semana y de noche la población queda desasistida porque no se tiene cómo asegurar al personal de farmacia: seguridad, transporte y mayores ingresos, a excepción de las grandes cadenas”, reveló.

Se sienten desgastados tanto física como emocionalmente. Carmen Rosa Hidalgo, regente farmacéutico en Valencia, se atreve a decir que el 2020 ha sido “un año catastrófico” para el sector; en su caso el sistema de facturación es computarizado, lo que significa que cualquier falla energética le impedirá revisar el precio del producto, “aclaramos al usuario si lo tenemos o no disponible para que pueda pasar cuando regrese la luz”, pero nada garantiza que así lo harán e invertir en una planta eléctrica no es una opción en este momento.

Tanto ella como Osmeiro García, gerente de otra farmacia local, tomaron la decisión de no vender medicamentos refrigerados para no correr riesgos. “Se nos va la luz todos los días, algunos días en la mañana o en la tarde y eso hace que tampoco tengamos puntos de venta; la falta de combustible impide la movilización de los clientes y la obtención de los medicamentos por parte de las droguerías; si no vendes no produces impuestos y no sabemos cómo terminará”, advirtió.

Otros miedos
Saber cómo y cuándo responder a la crisis energética tampoco es sencillo para ellas. Hace tres años, Alicia fue diagnosticada con diabetes tipo 1; necesita recibir insulina y es su hija quien se ocupa de ella, pero en dos ocasiones la empresa estatal encargada del suministro eléctrico ha saboteado sus esfuerzos.

Cuando los equipos electrónicos de la casa se apagan, su hija Marlene, recorre gran parte de la parroquia Santa Rosa del municipio Valencia, en búsqueda de hielo, pero no siempre tiene éxito. La última vez su nevera dejó de resistir tantos cambios en el voltaje y falló; y cómo la luz se fue a las seis de la tarde y volvió al siguiente día, perdió dos ampollas de insulina. “Fue muy duro, lloramos muchísimo porque estábamos apretados económicamente”, expresó.

Por lo general, Marlene dijo que la interrupción del servicio en su comunidad alcanza las siete horas continuas y no obedece a una planificación concreta. Cuando eso ocurre tanto ella como sus familiares deben “salir corriendo” a comprar hielo, almacenarlo en una cava pequeña y “rogar a Dios que no dure más de 24 horas, porque el costo de una insulina es tan elevado (casi 10 millones de bolívares por ampolla) que es un sacrificio para toda la familia reunir el dinero para comprarla”.

Velar por la salud de su madre de 75 años es un reto cada día, porque además de ser una paciente insulinodependiente es hipertensa, por recomendación de una vecina fue incluida en el club de diabéticos de un ambulatorio de su localidad, pero el apoyo que recibe mensualmente sigue siendo insuficiente. “No han llegado ampollas los últimos meses y no queremos estar sin provisiones porque ya vienen las navidades, el dólar sigue incrementándose al igual que los medicamentos. No es solamente el gasto de la insulina, es conseguirla, y el dinero que se gasta mensual en jeringas, necesitamos 40 y cada una supera los 60 mil bolívares”.

Como si temerle a la muerte no fuese suficiente, los pacientes con este tipo de patologías desconfían de la vida misma, la crisis económica les impide practicar sus respectivos controles, cumplir una dieta balanceada e incluso conservar la esperanza. Marlene guarda las ampollas de insulina de su madre en un envase plástico dentro una nevera imperfecta que tampoco puede renovar y que depende como ella de un inestable sistema eléctrico.

Almas inocentes
Para Lucía tampoco ha sido fácil, su pequeño hijo de 4 años sufrió un shock séptico medular y osteomielitis, hasta llegar a su más reciente diagnóstico: leucemia. Ambos oriundos del estado Cojedes han tenido que luchar contra esta enfermedad en la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera (CHET) ubicada en Valencia, estado Carabobo; vivir entre ambas regiones le ha mostrado la cara más dura del país.

“Tanto en Cojedes como en Carabobo se interrumpe mucho el servicio eléctrico, eso hace que las quimioterapias estén en riesgo porque deben permanecer refrigeradas, nosotros les ponemos hielo alrededor, pero a las horas se derrite. En uno de esos regresos a casa, dejamos las quimioterapias en Naguanagua, al llegar a Carabobo, nos topamos con una falla eléctrica gravísima que dañó todas las ampollas del tratamiento, metrotrexacto, citarabina y mincristina, así como los antibióticos”.

Además de esa situación, sobrellevar el proceso de sanación de su hijo, tal y como cree que es, requiere de grandes esfuerzos. Una vez terminada la jornada de quimioterapia, Lucía se traslada a Cojedes con los tratamientos en mano, confiando que el hielo los mantendrá a salvo en una cava de anime convencional.

“Por indicaciones de su médico, Fernando debe permanecer en lugares frescos y ninguno de los estados en los que vivimos lo son, nuestro aliado es el aire acondicionado y cuando la electricidad se va toda la noche su salud peligra porque llegan los zancudos y una picadura podría comprometer su sistema inmunológico; el debe dormir hasta en el día para no afectar su estado de ánimo”, recalcó.

Efecto dominó
A estos inconvenientes se le suma la falta de otros servicios públicos. La ausencia de gas obliga a sus vecinos a cocinar con leña y ese humo afecta las vías respiratorias de su bebé, tanto ella como su esposo deben cocinar las frutas que Fernando consume antes de licuarlas, y la ausencia de luz no lo permite; ni siquiera el agua sale por las tuberías cuando aplican estos racionamientos. Todo compromete la salud del niño.

En la Unidad de Infectología de la CHET tampoco hay planta eléctrica y cuando Corpoelec suspende el servicio en esa zona, no se le administra las quimioterapias a los pacientes oncológicos y hematológicos. “Es una situación que ha cobrado vidas en otras áreas del hospital como en la Unidad de Cuidados Intensivos, porque cuando se va la luz hasta la planta eléctrica falla y hay niños atados a una máquina como estuvo mi hijo”, denunció Lucía.

Trasladarse de un estado a otro; del hospital a los laboratorios privados en los que debe realizar los exámenes de su hijo es imposible sin gasolina. La escasez de combustible mantiene al estado paralizado en colas interminables que ella no pude hacer. “En Valencia tanto militares y policías se han negado a escucharme, siempre ando con el niño porque si no estoy en la CHET estoy buscando medicinas; lo ven, les muestro el informe sellado y firmado por el hospital y se niegan a ayudarme, no hay prioridad para ningún caso médico; si no fuese porque en Cojedes me permiten llenar el tanque de mi vehículo una vez por semana no sé qué haría”.

Mantener la frente en alto y no sucumbir ante estas presiones sociales y económicas es lo que tantas madres hacen hoy en el país, sobreponerse ante las injusticias y la impotencia es una tarea diaria que realizan para levantar a su familia. “A todos nos afecta el deterioro de los servicios públicos, pero a los familiares que tienen pacientes hematológicos más porque las condiciones de higiene y salud deben extremarse. Si no fuese por Dios, fundaciones como “Santa en Las Calles” y los ángeles con batas que nos han ayudado no sé cómo podría seguir adelante”.

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