La palabra no vale nada. Por Noel Álvarez (alvareznv)

Con la entrega de este artículo concluye la serie dedicada a mi viaje a Honduras. Aquí relataré mi encuentro con el presidente del Congreso Hondureño, Roberto Micheletti, entre otras incidencias. En reunión de estrategia, los directivos de la Cámara de Comercio de Honduras me habían advertido dos cosas: que Micheletti, a pesar de ser miembro del partido Liberal, el mismo de Zelaya, mantenía severas diferencias políticas con él; también hicieron hincapié en la actitud ambigua del jefe del parlamento sobre el tema del ALBA, ya que, en privado era muy crítico con el tratado, pero en público se mostraba muy escurridizo. 

 

Llegamos a la sede del parlamento, puntualmente, a las 2 pm, inmediatamente fuimos recibidos por el presidente, me llamó la atención que se encontraba solo. Cuando nos presentaron, me miró de arriba abajo, con un semblante entre escéptico y desconfiado. Por mi parte, yo también lo analicé, tratando de adivinar cual podría ser su flanco débil. Me fijé en que, era un hombre de mediana estatura, como de 60 años, con hoyuelos en la cara, quizás a consecuencia de haber sufrido viruela, lo que más me llamó la atención fue su tono de voz, ronco y desagradable, a consecuencia de eso, casi no podía entender lo que decía.

 

Al igual que Zelaya, Micheletti se vanagloriaba de los logros alcanzados al frente de la presidencia del congreso, a pesar, según él, del poco apoyo que recibía del poder ejecutivo. Nos habló de todas las leyes que habían aprobado y de las que tenían en agenda para ser autorizadas. Nos contó sus experiencias como empresario del sector transporte y su rechazo a las medidas que Zelaya se proponía aplicar a los empresarios. Por último, se mostró confiado en su triunfo en las primarias del partido liberal que lo convertirían en el abanderado presidencial de ese partido. Hecho que finalmente no ocurrió.

 

Me concedieron la palabra y de seguidas le consulté a Micheletti su opinión sobre el acercamiento del ejecutivo hondureño con el sector venezolano chavista y sobre lo que nos había comentado Zelaya, acerca de que el Congreso muy pronto aprobaría el ingreso de Honduras al ALBA. Igualmente le manifesté mi asombro ante el hecho de que, por algunas afinidades políticas se pudiera estar hipotecando la independencia política de Honduras porque, según mi criterio, el ALBA más que un tratado de libre comercio era un instrumento de dominación política, en donde Honduras tendría muy poco que ganar.

 

Micheletti me respondió que el estaba de acuerdo con mi opinión. Negó la versión de Zelaya, acerca de que, estaba cercana la aprobación de ingreso de Honduras al ALBA y casi juró que mientras el fuera presidente del congreso, eso no sucedería. Respetuosamente lo interrumpí señalando que, según tenía entendido, él nunca había manifestado públicamente su desconfianza en el ALBA, pero que, si deseaba hacerlo, este era el mejor momento. Micheletti respondió que, si estaba dispuesto a expresarlo públicamente y aprovechando su momento de vacilación, lo invité a que me acompañara.

 

Micheletti y yo, flanqueados por todos los delegados salimos a las puertas del congreso donde aguardaban los periodistas. Abrí la rueda de prensa señalando que era representante de Venezuela en CAMACOL y que, por mi condición de venezolano, me tomaba muy en serio la posibilidad de ingreso de diferentes países al ALBA. Tema que discutimos con el presidente del congreso, pero sería él quien se pronunciara al respecto. Diría que forzado por la ocasión, a Micheletti no le quedó más remedio que manifestar su rechazo al ALBA y dejar claramente establecido que, mientras el fuera presidente del congreso, ese ingreso no sería aprobado. Inexplicablemente, meses después el señor Micheletti cambiaría su decisión.

 

Esa misma noche estaba pautada una velada musical que se llevaría a efecto en un museo de Tegucigalpa. Como es mi costumbre, llegué temprano y allí me encontré con un hombre muy joven, quien en forma solitaria caminaba por los espacios del museo. Nos saludamos e iniciamos una intrascendente conversación, esas que sirven para consumir tiempo. Estábamos en eso cuando se nos acercó uno de los directivos de la cámara hondureña, quien manifestó: «¡Qué bueno que usted ha conocido a nuestro buen amigo venezolano!». Mi joven interlocutor puso cara de asombro, pero inmediatamente se recuperó diciendo: «¡De manera que usted es el venezolano que tiene revuelto a mi país!». 

 

Ante la afirmación del joven, ahora el sorprendido fui yo, no me quedó más remedio que expresar: «¡Bueno! la verdad es que tenemos rato conversando sin haber sido presentados, pero ahora, me encuentro en desventaja porque usted sabe quien soy, pero yo ignoro quien es usted». «Mi nombre es Elvin Santos, soy el vicepresidente de Honduras y precandidato presidencial», respondió. «¡Caramba! lo menos que imaginaba es que usted tuviera ese elevado cargo. En mi país un funcionario como usted tendría al menos unos 20 guardaespaldas y usted aparentemente anda solo», le comenté. Él me señaló a un señor que caminaba en los alrededores, despreocupadamente: «Ese es mi único guardaespaldas», dijo en voz baja. Antes de despedirnos me manifestó que se sentía muy identificado con el discurso que yo estaba transmitiendo en los medios y que contara con él para lo que necesitara.  

 

Al día siguiente, estaba convocada nuestra última rueda de prensa en Honduras, a celebrarse en el auditorio de la cámara de comercio. Después de terminado el directorio, para darle participación a los diferentes directores, me pidieron que no bajara al lugar del evento. Yo estuve de acuerdo, sin embargo, a los pocos minutos subió el presidente de la cámara y desde la puerta nos comunicó: «Dicen los periodistas que, si el venezolano no asiste, no habrá rueda de prensa». Autorizaron mi presencia en el encuentro con los medios y para cerrar con broche de oro, de las 33 preguntas formuladas por los periodistas, yo respondí 30. Así culminó mi participación en Honduras y me dispuse a enfrentar, nuevamente, a la guardia nacional a mi regreso, pero afortunadamente, un condiscípulo universitario, empleado del aeropuerto, me esperó a la salida del avión y agilizó mis tramites en inmigración. Contemplando desde la distancia los hechos que posteriormente sucedieron en Honduras, concluyo que, las palabras que le expresé a Zelaya, resultaron ser premonitorias.

                

Noel Álvarez / alvareznv / noelalvarez10@gmail.com

 

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