Experiencias mundiales para reunificar y salvar a Venezuela. Por Juan D Villa Romero (@jdiegovillave)

La negociación no es un camino alternativo a la guerra, sino un instrumento de esta. Esa vía jamás debe cerrarse porque se puede negociar bajo las balas o incluso desde la prisión como hizo el gran Nelson Mandela.

Hubo negociaciones entre Vietnam y Estados Unidos; en Sudáfrica, a pesar del Apartheid; en el complejo conflicto que azotó a Irlanda del Norte y en Guatemala, donde ocurrió un genocidio. Las hay en Afganistán entre Estados Unidos y los talibanes, a pesar del 11 de septiembre; y en Birmania donde hay un genocidio.

El Presidente Donald Trump se ha reunido a negociar con el mandatario de Corea del Norte Kim Jong-Un; el gobierno predecesor que tuvo Colombia negoció con la guerrilla FARC -hoy partido político- a pesar del terrorismo y el narcotráfico y, recientemente se firmó un acuerdo de paz en Mozambique, donde en 15 años hubo un millón de muertos.

También la República de El Salvador vivió los Acuerdos de Paz de Chapultepec, firmados el 16 de enero de 1992 entre el gobierno de ese país y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Esos acuerdos terminaron con una Guerra Civil que dejó alrededor de 75.000 personas muertas -en su mayoría civiles-, familias devastadas, hambre y pérdidas materiales. No fue tarea fácil, las primeras negociaciones entre gobierno y guerrilla fueron acercamientos al diálogo, sin obtener verdaderos acuerdos que derivasen en el fin del conflicto. Tras varias rondas de negociación, el número de víctimas seguía creciendo y la polarización política dificultaba la finalización pacífica del conflicto. Se iniciaron negociaciones que arrojaron acuerdos concretos para la salida consensuada al conflicto. En 1989 con cooperación de la ONU se designaron comisiones negociadoras por ambas partes y se estableció una agenda para abordar los puntos álgidos por resolver. Como resultado de la negociación, se produjeron importantes acuerdos, que permitieron que ambas partes cedieran hasta lograr un consenso. En 1997, Butros Ghali, ex Secretario General de Naciones Unidas, dio por finalizado el proceso de paz en El Salvador, señalando que: «Sí bien era cierto que no todos los acuerdos se habían cumplido en su totalidad, el grado de cumplimiento era aceptable».

Por otra parte tenemos el regreso de la democracia chilena, cuyos actores les tocó convivir con la Constitución impuesta por el dictador Augusto Pinochet, conservando al General como comandante de las Fuerzas Armadas de ese país; en España la transición se desarrolló con un partido AP, -actual Partido Popular- cuyo liderazgo provenía del franquismo, Carlos Fraga Ex ministro de Franco. Los líderes de la caída de la Unión Soviética fueron los mismos que años antes eran fieles dirigentes del PCUS y así podría extenderme con otros ejemplos, en los que prevaleció la línea de la negociación para abrir caminos en terrenos anteriormente clausurados.

Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, inclusive nuestro país Venezuela (1958) y en toda nuestra América del Sur experimentamos transiciones ordenadas bajo mecanismos pacíficos, institucionales e internos como el voto y la negociación. Solo la clase política de una Nación vecina de USA «que lleva 4 letras en su nombre» se puso a rogar a autoridades norteamericanas que los libraran de su dictador, y eso les costó 61 años de represión desmedida, escasez, precariedad; embargos, sanciones y bloqueos que solo han favorecido a sus «secuestradores» y han empeorado las condiciones de ese pueblo «los secuestrados.»

Con estas tesis realistas queda desmentido y anulado en lo absoluto el «solos no podemos» que unos pregonan por allí, -que por cierto- son los mismos que fracasaron con el Carmonazo, el “Mantra”, el “Macutazo” y otras derivaciones demenciales. También se reafirma que el «Todo o Nada» no son el camino idóneo hacia la libertad, más el «Ganar-Ganar» es lo que nos puede empujar a progresar y ser libres.

Ahora bien, meditemos, reflexionemos y preguntémonos: ¿Por qué razón, después de tantos años bajo un conflicto, -que no es guerra-, no hemos hallado una solución negociada, mientras en casos aún más graves y complejos como algunos de los anteriormente descritos, esta ha sido posible? La respuesta a dicha interrogante es simple, pero a su vez representa una verdad contundente:

Las partes involucradas en el problema -unos para arribar al Poder y otros para preservarlo- por arrogancia, orgullo, mezquindad e intereses individuales han optado por usurpar funciones, desconocerse, ejercer terrorismo contra la ciudadanía y jugar al más fuerte transitando velozmente hacia caminos de destrucción mutua y violación sistemática a la Constitución; en lugar de reconciliarse y acordar una hoja de ruta conjunta que fomente la soberanía, el respeto a la ley, rescate la moral en el accionar de todos los funcionarios públicos y ponga el crecimiento y la calidad de vida del «Ser Humano» como centro de acción política.

El odio nos ha quebrado como sociedad y este ha engendrado a un hijo sumamente malo que lleva por nombre «difamación». De la «difamación» hoy somos víctimas los demócratas aguerridos que no creemos en atajos, revanchas, ni improvisaciones y aspiramos al reencuentro, la sanación y el crecimiento sostenible de esta casa llamada Venezuela. Pero ese mal provisto por aquellos que jamás aprendieron a argumentar o que pretenden imponer su hegemonía a lo “Jalisco”, no podrá desenfocarnos, ni desmarcarnos de la racionalidad porque los buenos somos mayoría y estamos orientados a construir, jamás a destruir.

Desde nuestra fuerza política Unidad Visión Venezuela luchamos sin descanso por un gran acuerdo de Inclusión Nacional, no entre dos fuerzas en pugna, sino algo plural, social y amplio que nos vincule a todos. Hablamos de un acuerdo que esté por encima de intereses ideológicos, partidarios y sectoriales, en donde seamos capaces de perdonarnos los unos a los otros y avanzar juntos en busca de paz, verdad, pan, justicia, libertad de expresión, respeto, empleo con protección, salud, hogar para quienes hoy están sin techo propio, servicios básicos de calidad, progreso económico, seguridad, instituciones sólidas, entre otros elementos necesarios para vivir en plenitud y sin preocupaciones, ni tristezas.

El dilema no está entre; ¿votar o no?; ¿negociar o no?; ¿protestar o no?; sino entre luchar o quedarnos con los brazos cruzados. Yo elijo luchar hasta que termine mi vida, oír al pueblo y agotar todos los mecanismos pacíficos, nacionalistas y legales para que triunfemos, avancemos y tengamos éxito. Que Jehová de los ejércitos nos bendiga, pero por sobre todas las cosas que Cristo derrame su sangre de reconstrucción sobre Venezuela. ¡Amen!

Juan D Villa Romero / juandiegovillaromero27@gmail.com / Twitter e Instagram: @jdiegovillave

 

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