REFLEXIONES| La Policía Norteamericana. Por Luis Acosta

Enaltecer la Policía Norteamericana, en estos momentos de dificultades, vale la pena y, además, es nuestra obligación como ciudadanos del mundo y como visitantes continuos de este país. En efecto, venimos pisando como turista esta nación desde el año 1957, como referencia, un poco antes de la llegada de Fidel Castro a La Habana. 

Hemos visitado al menos 25 estados de la Unión, muchos de ellos por carretera. Nuestra sede era Denton, TX, ubicación de la North Texas State University. Recordamos que en Dallas, alrededor del año 1979, cerca del lugar donde asesinaron al Presidente Kennedy, chocamos con una Radiopatrulla abordada por dos agentes policiales. Eran las siete de la mañana de ese día. Asustados, vimos con complacencia que no detuvieron nuestro auto y solo nuestro chofer, Samuel Antonio, fue citado a la Corte. De igual manera, en nuestros 63 años de visitantes y conductores de carretera, recibimos otras dos o tres boletas por exceso de velocidad que fueron cabalmente atendidas.

Hemos viajado en automóviles rentados desde Houston y desde Denton, hasta Miami; desde Miami a Boston; de Boston a Chicago; de Chicago a Las Vegas; de Las Vegas a San Diego para regresar a Houston. No teníamos muchos fondos para boletos de avión, pero sí nos ayudaba una moneda con poder adquisitivo que nos permitía comprar un dólar con escasos 4,30 bolívares. Además, hacíamos ahorros para poder viajar, estudiar y disponer. 

En nuestros diferentes paseos, hemos salido por la I-10 rumbo al Este de los Estados Unidos y regresado por el Oeste dentro de los seis millones de kilómetros de carreteras pavimentadas y vigiladas del país y muchos de los 10 millones de kilómetros cuadrados de superficie territorial. Hemos visto pasar a nuestro lado a miles de automóviles de los 300 millones de vehículos que circulan “por esas calles” y que forman el parque automotriz para el traslado, paseo y carga con gandolas de ocho hasta dieciocho ruedas con los alimentos e insumos que suplen el mercado y la industria. Falta ahora agregar el cuidado de 360 millones de ciudadanos más varios otros de visitantes que componen el grupo de pisatarios flotantes que pululan en los Estados de la Unión.

Sin embargo, el espacio formidable que cubre el cuerpo policial de los Estados Unidos, no termina allí. Es justo y necesario incluir la contribución en el servicio y vigilia que precisan esos seis millones de kilómetros de carretera urbanas donde circulan cientos de autobuses llenos de pasajeros que solo una policía presta y preparada puede cumplir en su seguridad y difícil atención.

Todo esto para asegurar que conocemos este país por dentro y no vemos que existan para reclamos y quejas elementos de juicio competentes y válidos para pedir el reordenamiento y reorganización de la Policía norteamericana que es la más organizada y rendidora del mundo pues solo Inglaterra y su Policía podría competir y tener derechos de comparación.

Lo que sí necesita la Policía, manejada independientemente por cada estado de la Unión, es mantener ese total de un millón de mujeres y hombres bien pagados y dotados, disciplinados y decentes, con una enseñanza y experiencia acumulada de 200 años. No existe manera de valorar esta red de trabajo, obra social, comunal y vial, cuyos extraordinarios servicios cubren 3143 Condados de los 50 Estados de la Unión, que no sea como incomparable y exitosa. No es aceptable ser mezquinos, para restarle eficacia, capacidad y cobertura. 

Lamentablemente, George Floyd inició y formó su propio problema al intentar la compra de una caja de cigarrillos con un billete falso, lo cual es delito, mientras, por otro lado, los agentes policiales jamás pensaron que iban tras acabar con la vida de un hombre de 1.90 de estatura y una fuerza corporal de 250 libras que exigía de 4 hombres para controlarlo. Sencillamente eso pasó y no lo paraba nadie. Las circunstancias y los sujetos humanos se salieron con la suya y el pueblo fue víctima de su propia torpeza. Que pague la Policía es un error de convicción enorme. La Policía debe ser siempre el último culpable y no el primero. Además, no puede ser racismo lo que la policía no empezó. Esa acusación fue grave y vilipendiosa. 

Últimamente, por varios patios de urbanizaciones y escuelas, se oyen disparos y se hieren policías gravemente. Pero eso no parece molestar a nadie. Esos sucesos no son otra cosa que el movimiento de los pueblos que se complican más otros asuntos de la sociedad que hemos vuelto siniestros. Seamos consientes de que somos ocho mil millones de seres en el mundo y una buena porción de ellos, alrededor del 60%, actúa como analfabeta funcional, aquel a quien le cuesta leer, escribir y entender con sana normalidad. Por ello, no podemos empezar las mejoras en los equipos, normas y entornos retocando o intentando curar lo que está sano y funciona a la perfección. El eliminar los fondos sociales, de trabajo y servicios de la Policía norteamericana es una aberración sin causas y sin razones que tendrá, con el tiempo, las peores consecuencias  en el sistema de bienes y servicios.

La protesta pacífica constituye un derecho democrático pero tenemos que poner reglas y sanciones severas a las protestas que tornan en vandalismos. Destruir una estatua de Cristóbal Colon es ignorar la historia, así como, romper la esfinge de Washington es darle una bofetada a los Padres Fundadores de este país. Desde luego, incendiar un negocio familiar de 60 años de trabajo y protección, como el de la Casa Ramírez, de Macario Ramírez,  en el área de Houston Heights, es una grosería fuera de tono que Dios no quiso porque quemar e incendiar los inmuebles donde se distribuyen alrededor el 60% de los insumos y alimentos de todo el país, según profesor investigador de Harvard, es un crimen de Lesa Humanidad que convierte al inocente en víctima y al victimario en culpable irredento de por vida.

Es necesario entender que estamos obrando mal o peor aun. Los anarquistas, regularmente comunistas, nos hacen olvidar que lo primario es el piso de la nación, y cuando quemamos un negocio que da vida y trabajo al colectivo nacional, estamos maltratando nuestras ideas y pertenencias e interrumpiendo una vivencia económica y útil al vigor del Estado.

Tiene razón el Presidente Trump: “todo menos acabar con la vida del cuerpo policial de los Estados Unidos”. Desde luego, la vida es única e irreparable, pero la nación es sagrada. Por tanto, quien quema la nación está quemando la Patria. Las leyes son la máxima expresión de la justicia. Nadie, léase bien, nadie tiene derecho a tomar la justicia por su propia cuenta y, quien lo haga, pagará sus culpas. 

A la conclusión de este trabajo estaremos contentos de haber contribuido en proteger y enaltecer la verdad porque “La Verdad nos hace libres”.

 

Luis Acosta

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