REFLEXIONES| ¡A nuestras madres! Por Luis Acosta

En unos versos que un día le dediqué a mi madre, le decía: “¡Oh mi madre! -Dulce y buena! -De tus entrañas nací -y por eso te venero -con amor y frenesí -y cuando se te ocurra algo, -¡Oh madre!, ven hacia mí -que aquí encontraras al hijo -que da la vida por ti”.

Nuestra madre fue una gran mujer; vivió hasta los 94 años. Mamaría, su madre y abuela nuestra, vivió 97 años y mi bisabuela, Ma’Mena Peley de Valbuena, vivió 104 años.

Viejas y olorosas todas. Su aliento y calor sentimental era inagotable. Su cariño, desbordante de nobleza e intimidad. Su amor, contagioso y grande, irradiaba frescura y exquisitez. Su delicadeza, parecida en las tres, nadie entraba en dudas. Se trataba de la hija, la madre y la abuela que representaban el calor, el honor, la familia y, al final, la nobleza. ¡Una delicia de mujeres!

Nuestra madre era un poco más blanca, de ojos verdes penetrantes y grandes. Mamaria, trigueña y ojos grisáceos y Ma’Mena, algo increíble por la lozanía de su cara. El perfil de las tres caras distintas y la tez blanca de nuestra madre la tez blanca de nuestra madre las conducían hacia ángulos diferentes. Tenían la boca y los labios finos no carnosos que llamábamos “boca de suspiro” que era una porción usada como postre en las familias con punta hacia arriba, muy delicada y suave al paladar. Todo, para terminar anotando que nuestra madre Mirtiliana tenía su boca pequeña como Ma’Mena, en cambio, María Amable, Mamaría, sí tenía los labios gruesos que provocaban besarlos repetida y formalmente. Sin embargo, un común parecido se destacaba, la nariz. Las tres, de nariz grande, hermosa y gruesa, mas con figura moldeada de aspecto agradable.

Ma’Mena usaba unos camisones de dos piezas, y su falda hasta los pies. Por cierto, su ahijado Luis Prado le enviaba todas las semanas un regalo de tres bolívares. Ella lo repartía todos los sábados, entre Lina, mi menor hermana, Luis Ramón, mi persona, y ella. Con ese Bolívar, comíamos empanadas y cepillados en el carrito de Juan, al frente del Instituto Pestalozziano del maestro Hermágoras Chávez de la calle Ciencias. Luis Prado era muy trabajador y ganaba buen dinero. Se hizo famoso en el Mercado Nuevo de Maracaibo, cerca de la Plaza Baralt y el Convento. Tenía La Carnicería Modelo, la mejor equipada de ese tiempo. Luego fundaría el Frigorífico Venezuela, en la avenida El Milagro con la bajada de Pichincha, que traería a Maracaibo las chuletas ahumadas, de grandes recuerdos y suculencias.

Nosotros fuimos cinco hermanos: Lía, Luis, Lucina, Lina y Lilia. Aun vivimos Lina, Lilia y Luis. Por cierto, Lía también se hizo famosa porque ella se desposó con el bachiller Joaquín Araujo Ortega, a quien llamaban “Venenito”, que era muy conocido porque, junto a Jesús Faría, manejaba el Partido Comunista de Maracaibo.

Volviendo a ellas, esas matronas nos ensenaron a vivir, no solo a rezar. Nos alejaron de la malicia y la envidia, y, si existía el estrés, Dios nos salvó de ello. Fuimos y somos felices dondequiera que vivimos. En Cumaná y Puerto La Cruz, durante 45 años, toda una vida, nos trataron dulce y respetuosamente. Nuestros hijos se casaron en La Primogénita, en Puerto La Cruz y en Maracaibo.

Pues bien, quisimos escoger este Día de las Madres para agasajar con grandeza y orgullo a nuestras grandes madres, abuelas, bisabuelas, suegras que tanto nos enseñaron para tener fortaleza, ánimo y conciencia de vida respetuosa y generosa, tal lo dejó dicho, hecho y establecido Ma’Mena cuando repartía dos de los tres bolívares que tenía y que le enviaba Luis Prado por los años 40s. 

Al cerrar estos recuerdos, no podemos olvidar a la Sra. Eugenia Carrillo, madre de nuestra esposa Carmen Cecilia, que vivió en Maracaibo durante toda su existencia. 

Cariños, amores y nuestro respeto, hoy y siempre, para ¡todas las madres del mundo! ¡Ellas lo merecen!

 

Luis Acosta

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