Populistas, caudillos y reyes: una entrevista con Enrique Krauze. Por Ernesto Andrés Fuenmayor

Que América Latina sea terreno fértil para el populismo no debe sorprender a nadie. El mesianismo es una tradición regional centenaria: el caudillo carismático, con sus promesas redentoras, dominó el panorama político del siglo 19. Ante él palidecía el orden republicano, plagado de abstracciones y marañas burocráticas. Con la monarquía española como antecedente, ha sido difícil deshacernos de la tendencia a concentrar el poder en un individuo, y populistas de diversas inclinaciones ideológicas han sabido aprovecharlo.

 

El historiador, ensayista y editor mexicano Enrique Krauze ha hecho un inmenso esfuerzo por arrojar luces sobre esta problemática. Gran parte de su trabajo como pensador ha sido intentar explicar patrones culturales a partir de la historia, plasmando sus conclusiones en más de veinte ensayos. Su trayectoria como intelectual empezó junto a Octavio Paz en la revista Vuelta, y desde entonces ha sido editor en el New York Times, El País, Reforma y demás publicaciones. Es, además, director de la revista cultural Letras Libres y la Editorial Clío.

 

Hace unas semanas tuve el placer de entrevistarlo a propósito de su libro «El pueblo soy yo», en donde realiza, entre otras cosas, una síntesis histórica del populismo latinoamericano. A continuación un fragmento de la conversación:

 

El populismo es un fenómeno conceptualmente escurridizo, sin tintes ideológicos. ¿Cuáles diría usted que son sus características principales? La presencia de un líder carismático es esencial. La fabricación de la verdad, la modificación de la narrativa histórica, el repartimiento del tesoro público para permanecer en el poder, la monopolización de la atención mediática y la permanente movilización de las masas son también elementos constantes. Finalmente se vulnera la institucionalidad republicana y la democracia queda herida de muerte.

 

La fabricación de la verdad busca con frecuencia darle tintes emocionales al proceso electoral, ¿no le parece? Se crean enemigos internos, externos o históricos apelando a la visceralidad del individuo. Tal como lo vimos el siglo pasado con el fascismo. Los resultados los conocemos. Pareciera que en el siglo 21 no hemos aprendido del todo la lección.

 

¿Cuál es el origen de la palabra «populismo»? ¿En dónde se usó por primera vez? En Rusia y Estados Unidos ya se utilizaba en el siglo 19, pero hacía referencia a un fenómeno completamente distinto al que describí anteriormente. En Rusia los populista eran jóvenes idealistas de la burguesía que buscaban guiar al «pueblo» con el objetivo de acabar con la monarquía. En Estados Unidos se entendió como una cercanía de algunos políticos como Andrew Jackson a las clases sociales menos acaudaladas. Sin embargo, el populismo, tal como yo lo entiendo, es un hijo directo del fascismo y de la política de masas del siglo 20. 

 

La demagogia es un fenómeno antiguo que pareciera corromper el orden democrático, tal como lo hace el populismo. ¿Qué es exactamente y de dónde viene? Sí, son fenómenos similares. La demagogia es una adulteración, una desviación del proceso democrático. Es el uso deliberado de la palabra para mentir y manipular la voluntad popular. Ya en la Grecia clásica se observó en líderes como Alcibíades, quien provocó una guerra desastrosa para Atenas. La demagogia es el precedente histórico del populismo.

 

Pasemos a la historia latinoamericana. Los españoles trajeron consigo una mentalidad medieval, ya no se hablaba de democracia ni de demagogos. La Corona se legitimaba a si misma a partir de la Gracia de Dios, y esta es la base intelectual sobre la que se erigen las colonias. En «El pueblo soy yo» exploró ese cimiento filosófico de la Corona española. Opino que había un vínculo místico entre el soberano y el pueblo: la influencia de Tomás de Aquino fue inmensa. Este vínculo sagrado trascendió a lo largo de los siglos y precede a fenómenos como el caudillismo. El caudillo ya no reforzaba tanto la sacralidad del poder, sino la fuerza telúrica del poder. Toda la región se llenó de caudillos a lo largo del siglo 19. La historia no ha preparado a América Latina particularmente bien para el desarrollo de ordenes democráticos, a diferencia de Estados Unidos.

 

Quizás la tardía llegada de la Ilustración a España jugó un papel decisivo. Mientras que a partir del siglo 17 pensadores como Hobbes y Locke influenciaron en gran medida al Imperio Británico, no fue sino hasta las Guerras Napoleónicas que el liberalismo se abrió camino en España. Por otro lado, en Estados Unidos se heredó directamente al liberalismo como doctrina de Estado. Pues sí. Llegó tarde. Es un tema de estudio interesante, pero ya no podemos cambiar siglos de historia. Lo que vemos actualmente en la región es el extremo al que puede llegar el populismo, como es el caso de Venezuela. El desastre avanza, se aferran al poder, pero no queda otra cosa más que resistir. Las nuevas generaciones tienen que hacer política y generar un cambio. Lo peor que puede pasar es que las generaciones jóvenes bajen la guardia.

 

Sigue habiendo una expectativa en el electorado de que los líderes sean carismáticos, lo cual es problemático, ya que el gobierno es una administración, no un teatro. ¿No le parece que esto debilita la vitalidad del proceso democrático? Sí, y lo importante es que se de cuenta la mayoría. ¿Cuál puede ser la solución? ¿Una pedagogía democrática? Puede ser, pero no la he visto funcionar en ninguna parte. Fíjese todo lo que tuvo que pasar en Venezuela para que se tomase conciencia.

 

¿Se imagina una América Latina libre de populismo? ¿O es un mal intrínseco de la región? Es posible imaginarla. Y mucho depende de la suerte de la democracia en dos países: Venezuela y México. He hecho lo que he podido por defender a la democracia en ambos; en esto se nos va la vida en América Latina. El populismo es la vacuna que necesitamos a mediano plazo para no volver a incurrir en el.

 

Ernesto Andrés Fuenmayor

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