REFLEXIONES| La corona inglesa. Por Luis Acosta

Por los años 1950 y mas, después de terminada la II Guerra Mundial, el Gobierno Británico junto a la Reina Isabel, decidieron abrir la vida monárquica de la Familia Real a fin de que, con toda prudencia, eliminar los misterios y ventilar en la luz pública los hilos íntimos, familiares y virtuosos de la corona, y aprovecharon la popularidad obtenida en vista de la Coronación de Isabel II como Reina de Inglaterra, luego de la muerte de su padre el Rey Jorge VI, monarca virtuoso, serio y valioso hombre de estado y de familia pero fumador empedernido, vicio que le quitó la vida.

Pensamos, además, que llevar la historia de la vida monárquica, sin señuelos y escondites, se constituía en un  acto de honestidad y prestigio más que de solo valentía. Se presentaron las dificultades y las diferencias de una vida social distinta pero también, cómo habían logrado remontar más de 100 años de trabajo, disciplina y orden. Así que, la Monarquía sabe de sus obligaciones, y el Gobierno inglés también dejando claro, por añadidura, que entre ambos ni pueden existir diferencias de ningún tipo, ni interrogantes que, en cualquier modo, surjan sobre el respeto único ante Inglaterra y sus instituciones.

Así pues, comienza una serie histórica a partir del año 1936, cuando el Rey Eduardo VIII abdica a favor de su hermano menor, el Rey Jorge VI, prefiriendo vivir su compromiso amoroso con una joven divorciada americana, no compatible con la Monarquía Inglesa y su realismo mágico, distinto al danés y al noruego por el tamaño y la jerarquía. Lo cierto es que, mientras unos se quedaron en sus medidas, otros crecieron con su gobierno al punto de constituirse en la cuarta nación en importancia en el mundo por causa de su Aviación Real, su Ejército y su Estatuto Constitucional.

Su Alteza Real Isabel II tenía 30 años cuando recibió su reinado. Empero, el rumbo nuevo no se hizo esperar. En efecto, su hermana menor, La Princesa Margarita, mujer díscola, imprudente y arrogante, presentó su disposición  de casarse con un famoso héroe de guerra y antiguo Secretario Privado de su padre el Rey Jorge VI, pero que a la sazón estaba casado. Margarita presionó a la Reina, su hermana, tanto como pudo pero la Reina no cedió a nada. El juramento de servicio a la patria prevaleció al juramento hecho a su hermana ante su padre. Las cosas no pararon allí. Su marido el Duque de Edimburgo, criticaba las posturas familiares de la Reina y sus decisiones de gobierno y, aunque no cumplía gestiones de Gobierno, si le eran asignadas gestiones de representación de la Reina. Aunque él mal manejara esas encomiendas, la Reina no cambiaba sus obligaciones de Alteza Real de Inglaterra por encima de los caprichos de su esposo.

Así mismo, cada día aparecían comentarios de estado en el sentido de que el Primer Ministro, Winston Churchill estaba viejo y cansado, pero la Reina sentía seguridad con la compañía de aquel extraordinario hombre, todo amor a su pueblo y estratega victorioso de las guerras, que lucía tener más años de servicio que de edad. La Reina siempre tenía presente que tenía que gobernar para los 50 países que conformaban la Mancomunidad Británica, entre ellas, la India como Colonia Inglesa hasta hacía muy poco.

Ante sus dudas y dificultades de aunar criterios en sus aspiraciones de cogobierno, ordenó la contratación de un profesor universitario y de la vida real, que le ayudara a sortear sus debilidades para el pensamiento y la toma de decisiones. Este profesor se mantuvo por varios años y ella se alimentó de ese diario saber. Por su parte, la actuación de Winston Churchill se eleva a la mejor potencia en el siguiente hecho: se presenta en la Isla un problema atmosférico de raro contenido gaseoso que cubrió la ciudad de Londres de sombra por días consecutivos. La niebla acumulada no permitía la visibilidad; los ingleses caminaban sin orientación y sin rumbo. Churchill arengó a la prensa para tranquilizar a la sociedad alegando que la causa no era ni pública ni conocida, y que el gobierno se encargaría de la investigación y solución de la dificultad. Cinco días después, el sol apareció y la niebla cedió hasta volver a la normalidad. Habían fallecido 12 mil ingleses producto de semejante calamidad, pero, después de todo, la Reina y su Primer Ministro habían sorteado con éxito la difícil situación.

Así  ha sido siempre. La reina ha crecido tanto cuanto se aumentaban sus dificultades. Ella ante que hija, esposa, hermana o sobrina fue, es y será la Reina de Inglaterra. Nada la hizo variar lo grande y lo bello; lo competente y lo fino, lo legal y lo hermoso. Ella es tan sustantiva que aprueba lo necesario y niega lo que no se debe hacer. No importa la procedencia, su única obligación es ser útil a Inglaterra.

Hoy está viva y consentida. A sus 93 años hace gobierno y reinado mientras sigue consecuente y leal. Por eso es el personaje político más importante de la historia contemporánea de Europa y, además, mantuvo como asesor a su lado al hombre más preparado y atrevido que tenía la monarquía: Sir Winston Churchill.

¡Dios salve a la Reina!

 

Luis Acosta

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