Cambio climático: ¿Se pueden salvar los océanos?

A simple vista, estos 57 kilómetros cuadrados (22 millas cuadradas) de agua no parecen nada excepcional.

Pero debajo de la superficie –a 20 o 25 metros (60 o 70 pies)– de profundidad, hay un paisaje marino espectacular. Esponjas, bálanos y gusanos cubren las salientes rocosas del lecho oceánico, dándole vida al fondo del mar.

Gray’s Reef es poco más que una gota en el océano a 30 kilómetros (19 millas) de la costa de Georgia, pero no hay que confundir su tamaño con su importancia. En una de sus últimas medidas oficiales, el presidente Jimmy Carter declaró el arrecife un santuario marino nacional a pedido de conservacionistas que dijeron que la abundante vida allí era algo único, que merecía ser preservado para las generaciones futuras.

Por casi 40 años, el gobierno estadounidense ha protegido el arrecife, donde hay más de 200 especies de peces y una sorprendente cantidad de invertebrados, casi 1.000. Se permite la pesca recreativa y el buceo, pero no está autorizada la pesca comercial ni otras formas de explotación del mar.

El ejemplo de Gray’s Reef ha sido imitado y otras naciones designaron santuarios y áreas protegidas que abarcan ahora aproximadamente el 6% de los océanos. Esto es de gran utilidad para los investigadores y, lo que es más importante, una gran forma de salvaguardar el mar.

Persisten las dudas acerca de hasta qué punto se puede realmente preservar esas partes de los océanos. El año pasado fue el más caliente de que se tenga noticias en los océanos y las áreas protegidas no pueden hacer nada para contener la fuente de calentamiento: la emisión de gases con efecto de invernadero. El gobierno de Estados Unidos dice que más del 90% del calentamiento registrado en el planeta en el último medio siglo se produjo en los océanos.

Esto tuvo un enorme impacto en las aguas que cubren el 70% de la superficie terrestre. Los científicos vinculan el calentamiento con la crecida de los mares, la desaparición de peces y el blanqueo de los corales. El océano se ha tornado más ácido porque los humanos liberan concentraciones de dióxido de carbono más altas que van a la atmósfera y eso hace peligrar los crustáceos y las planctons que son la base de la cadena alimenticia.

Entre los partidarios de las zonas protegidas figuran desde los pescadores que viven de lo que pillan en las islas más pequeñas del Pacífico hasta los investigadores de los principales centros académicos.

“No protegemos estas áreas para nosotros”, dice Roldán Muñoz, biólogo del Servicio Nacional del Pesca Marina, durante un viaje reciente a los arrecifes. “Las protegemos para nuestras naciones”.

En una expedición de la Administración Nacional del Océano y Atmosférica a Gray’s Reef, la nave Nancy Foster está llena de científicos que harán todo tipo de investigaciones para determinar, por ejemplo, si el pez león está en la zona y el impacto de las cambiantes condiciones del océano en los corales.

La coordinadora de las investigaciones del santuario Kimberly Roberson y otros científicos se preparan para sumergirse y recabar información acerca de los peses que se encuentran en la zona, mientras que Craig Aumack, profesor adjunto de biología en la Georgia South University, analiza algas con un microscopio.

Aumack destaca que a medida que se calienta el agua aparecen más especies de algas marinas y peces tropicales, como el lábrido payaso, un pez nativo del Mar Caribe que fue encontrado en las costas de Georgia este año. Seguramente fue desplazado cientos de millas hacia el norte por el cambio en las temperaturas del océano.

El santuario lleva el nombre de Milton “Sam” Gray, un biólogo que lo estudió en la década de 1960 y que lo identificó como un ecosistema que vale la pena salvar; un arrecife no muy lejos de la costa estadounidense lleno de vida, sobre todo con una “una abundante diversidad de invertebrados”, según cuenta Roberson.

Sin esa designación, este hábitat bien pudo haber desaparecido a raíz de las industrias de alto impacto, como un barco pesquero comercial, que ahora están prohibidas.

“En algunos sentidos, esto es una prueba de lo que las zonas marinas protegidas pueden hacer por los alrededores”, dice Clark Alexander, director y profesor del Instituto de Oceanografía Skidaway y exmiembro de la junta asesora del santuario. “Era un sitio ideal para preservar este tipo de hábitat y ponerlo a disposición de los investigadores y para recreación”.

En las décadas que pasaron desde que se creó el Gray’s han surgido más zonas protegidas en todo el planeta.

La Phoenix Island Protected Area, creada en enero del 2008, abarca 388.00 kilómetros cuadrados (150.000 millas cuadradas) cerca de la pequeña isla de Kiribati y es mencionada por los científicos por haber traído de vuelta ciertas especies de peces en una década. Una zona dos veces más grande, el Área Marina Protegida de Rapa Nui, rodea la isla de Pascua desde su creación en el 2018.

Los expresidentes George W. Bush (hijo) y Barack Obama ampliaron significativamente las áreas protegidas. Bush creó el Papahanaumokuakea Marine National Monument frente a Hawai y Obama la agrandó a fines de su presidencia hasta abarcar 1,5 millones de kilómetros cuadrados (582.000 millas cuadradas).

Se agregaron otras áreas protegidas más pequeñas, como los 12.900 kilómetros cuadrados (5.000 millas cuadradas) del Cañón del Noroeste y el Monumento Nacional Seamounts, frente a Nueva Inglaterra, creado por Obama en el 2016.

Hace nueve años, la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica se fijó el objetivo de tener un 10% del océano protegido para el 2020. La ONU dijo en el 2017 que está bien encaminada para cumplir ese objetivo y que las áreas protegidas “contribuyen con beneficios sociales, económicos y del medio ambiente”.

Un problema común de las áreas protegidas es la dificultad para hacer cumplir leyes que restringen la pesca comercial y otras actividades invasivas de zonas a las que poca gente se aventura, sobre todo en partes del mundo en desarrollo, donde los recursos escasean.

Crear áreas protegidas nuevas sin reducir las cuotas de pesca no salvará las especies, afirma Daniel Pauly, profesor de pesca en la Universidad de la Columbia Británica de Vancouver.

No es un tema pequeño. Algunos estimados indican que la cantidad de peces en el océano se redujo a la mitad de 1970 al 2015. Se espera que esa cifra siga cayendo como consecuencia del calentamiento global.

“La reconstrucción requerirá no solo unas pocas áreas protegidas nuevas, sino también que se reduzcan las cuotas”, dijo Pauly.

Numerosos científicos creen que proteger grandes extensiones en los océanos no servirá de mucho.

Un grupo de investigadores encabezado por el profesor de ecología marina de la Universidad de Carolina del Norte John Bruno publicó el año pasado un pesimista estudio del impacto del cambio climático en las áreas protegidas. Comprobaron que esas áreas se calentarán unos 5 grados Fahrenheit hacia el 2100, destruyendo especies y la vida marina, a pesar de las protecciones.

Los estudios de Bruno reflejan la realidad del blanqueo de corales en sitios como Great Barrier Reef, frente a la costa de Australia, que está muy protegido pero de todos modos es vulnerable al impacto del calentamiento mundial.

Esto deja una lección que ilustra el legado del Gray’s Reef: Las áreas protegidas pueden evitar que pedazos del océano se extingan, pero no pueden salvarlo todo.

“Si de mí dependiera, protegía un 30% del océano”, dice Bruno. “Lo que tratamos de decir es que debemos abordar de frente el tema del cambio climático a partir de la reducción de emisiones. No hay otra salida”.

AP

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