Peñalver, distancia y categoría. Por Luis Barragán (@LuisBarraganL)

Incontables son los acontecimientos públicos vividos desde hace veinte años, en medio de tantos disparos y lacrimógenas. E, incluso, hay quienes los ordenan, clasifican e, inventándose otros, selfiándose con los más llamativos líderes opositores en las autopistas, convierten la experiencia en una hazaña para la vanidad personal o para la solicitud de asilo político, mientras llega la transición.

 

Desconocemos, aunque imaginamos, las razones esgrimidas por Richard Peñalver para tramitar el asilo, recientemente negado por las autoridades españolas. Muy quizá enfatizó una riesgosa disidencia con Maduro Moros, como pudo alegar el temor generado por una oposición que pide su cabeza, pero lo cierto es que, desestimada la petición, tampoco – a su favor – ninguna agencia policial lo aprehendió por vinculaciones con el narcotráfico o lavado de capitales, ni – en contra – pudo infiltrarse en la diáspora, una hipótesis valedera por increíble que parezca.

 

Probablemente, hubiésemos olvidado a  los pistoleros del Puente Llaguno de aquellos días aciagos de abril de 2002, de no contar todavía con un afortunado video delator, perdidas  miles de imágenes a favor de una formidable, calculada y perversa ingeniería de la confusión y falsedad. Otros, peores que aquéllos, ya bastante decir, gozan de un extraordinario anonimato que seguramente los convierte ahora en cínicos campeones de la causa de la  libertad, más allá o más acá de las fronteras.

 

Peñalver, literalmente disfrutó de una inmoral amnistía que Chávez Frías ordenó mediante una ley de buena factura técnica, por cierto. Ahora, recordamos la ocasión en la que almorzamos un amigo y el suscrito en un modesto restaurant del centro caraqueño y, celebrado como un valiente paladín del chavismo, entró el otrora concejal a quien tardamos un poco en identificar, porque nunca lo habíamos visto tan de cerca: entre cada abrazo con el resto de los comensales, fijaba cada vez más la mirada en nuestra mesa y preventivamente apuramos la marcha para salir del estrecho lugar, pues, al fin y al cabo, junto a Clemente, fueron no pocas las jornadas libradas en la calle contra el régimen.

 

Ícono de varios momentos, el activista parece contar con recursos para un periplo de varios países en la búsqueda de comprensión, aceptación y alojo que, suponemos, no ha hallado en Cuba o Corea del Norte, por ejemplo. Además, una búsqueda que no puede equipararse a la de millones de venezolanos forzados a huir del país.

 

En nada sorprendería un inmediato regreso del antes celebrado héroe de la revolución, sin preocupar en lo más mínimo a la dictadura o que, caída, pase apenas un ligero y rápido susto.  Verá, desde algún pueblo remoto, la liberación de los agentes  de la Policía Metropolitana después de quince injustos años tras barrotes, haciéndose llamar por un apodo que hoy no adivina.

 

El de Peñalver es un caso que, por supuesto, debe conocer la justicia, pero también merece la atención del científico social para particularizarlo e, incluso, categorizarlo. Siendo un operador que las circunstancias lo hicieron el más notable frente a otros con igual o mayor responsabilidad, intentará a toda costa sobrevivir indemne e impávido a la caída de la dictadura socialista por la que tanto abogó, aún allende los mares.

 

Luis Barragán  / Diputado AN / @LuisBarraganL

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