Ocaso arbitral. Por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

A los fueros de derecho, se suman los de hecho, intermediados por los de carácter moral. En un caso, encontramos a  los parlamentarios y líderes sindicales, con distintos ámbitos de protección; en el otro, los que acarrean un determinado riesgo al desconocerlos; y, luego, los que inspiran y ejercen una reconocida auctoritas, con mayor frecuencia en el medio académico, religioso y deportivo que en el político.

En las dictaduras suelen prosperar mejor aquéllos intocables, incluyendo a sus relacionados, revestidos o no de autoridad, varias veces, trastocados en agentes de extorsión, a los que muy teóricamente se les puede demandar y juzgar.  En las democracias, como ha ocurrido, existen mayores y reales posibilidades de combatirlos y derrotarlos, aunque el prototipo exhiba algunas variaciones que no tocan propiamente el delito, resultando difícil en una época meterse con los militares, curas, estudiantes, periodistas y empresarios, según lo expresara Carlos D’Ascoli, en un texto de 1980  (http://lbarragan.blogspot.com/2018/08/fueros.html).

Naturalmente, en los regímenes autoritarios todo depende de una sola voz, aun guardando las formas para una sucesión calculada. En los totalitarios, la aparente colegiación de un partido u otro artefacto dizque institucional, jamás negará el predominio de aquél que promueve y celebra sendas purgas, con o sin sangre.

Una modalidad de la auctoritas,  el liderazgo de vocación y convicción democrática no se reduce a esa sola voz, sino que debe atender y entenderse con otros referentes tanto o más importantes, según las circunstancias.  Luciendo obvia la pluralidad, distintas jefaturas políticas están condenadas a una concertación mínima de objetivos y procedimientos, cobrando una extraordinaria el parlamento y otras fórmulas para la debida composición de diferencias que, además, no puede soslayar a las minorías.

Hacia 1958, atravesamos una experiencia desgraciadamente olvidada por buena parte de los actuales elencos dirigenciales, pues, fueron varios los líderes políticos que debieron básicamente acordarse para darle viabilidad a la democracia que, por cierto, otro olvido, tardó en estabilizarse. Y es que también supieron reconocer el elevado costo de sus errores políticos, presionados por una activa sociedad que velaba por la suerte común. Y, valga la observación de Miguel García Mackle, ese mismo año (http://lbarragan.blogspot.com/2018/08/desafuero.html),  supuso o selló el ocaso arbitral de Eleazar López Contreras.

En perspectiva, el siglo XXI nos ha sorprendido con una interesada depuración del liderazgo opositor que la dictadura socialista desea, por siempre, a su medida.  Exaltándolo para su pronta ridiculización, por ejemplo, se ha servido de las diferentes jornadas de diálogo para pulverizarlo, prefiriéndolo único, dócil y emblemático. Por supuesto, en esta acera, hay competencia por ese reconocimiento, celando los fueros políticos de hecho, aunque escaseé la autoridad moral.

La transición democrática requerirá de un liderazgo múltiple y representativo, presto al acuerdo, ganándose María Corina Machado un indiscutible cupo, por su razonable, como consecuente, coherente y corajuda conducta, la que, valga la acotación, la lleva a recorrer todos los rincones de la calamidad nacional, bajo las aguas o en medio de la obscuridad, como muy pocos, con soltura. Más allá del factor generacional, toda una ilusión óptica, suerte de visado automático con lo que basta estar en la cola, en ese futuro liderazgo que hoy se construye, no habrá, es lo deseable, poder arbitral alguno u otras expresiones de los fueros de facto que animan a una ya vieja cultura política venezolana en la era post-rentista.

DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ

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