Ya entendimos. Por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

10De ninguna, escasa, mediana o gran notoriedad, los hay pidiendo asilo político en los países de regímenes antes denostados. Contribuyendo a la exportación neta de la peor vertiente de la sociología venezolana, dejan y dejarán fiel testimonio de los inderezables entuertos que los  empujan, junto a los vástagos, a residenciarse en los predios de la democracia liberal que, acá, de un modo u otro, ayudaron a siquitrillar.

 

Poco importa que tratemos de una fracasada candidata oficialista al parlamento, un destacado burócrata o, incluso, del emblemático pistolero de Llaguno de década y media atrás. O del familiar o testaferro al que, gozoso y goloso, no le alcanzará el tiempo para gastar todo lo acumulado en las varias cuentas bancarias de las que sabrán y celebrarán la tercera o quinta generación sucesiva, a la caza de alguna cédula de gracias al sacar que borre el turbio pasado en un país del que ya no recordarán el acento ni el idioma mismo.

 

En las redes sociales, ya notamos las denuncias sobre aquellos que, además, tomaron las más injustas e infames decisiones judiciales contra las indefensas víctimas de la persecución y represión, importándoles un bledo las consecuencias. Aparecen, hoy, como refugiados inocentes, frágiles y decentes aún en los caseríos insospechados de países que no son precisamente Cuba, Corea del Norte o Somalia, exhibiéndose en un supermercado, en una fiesta cumpleañera o empuñando una escoba para limpiar casas ajenas, pues, no todos agarraron lo suficiente en la rebatiña, trastocando el título académico en marca de detergente.

 

La diáspora venezolana es diversa y, así,  por encontradas razones, también desespera.  Coexisten los más genuinos, sentidos y reales argumentos, con las más falaces y desvergonzadas invenciones, aunque – es de suponer – muchos callarán, azotados  por  la consciencia, procurando olvidar los enfermizos aplausos, diligencias y réditos suscitados en nombre de Hugo y Nicolás.

 

Al dictador se le ocurrió, ahora, con el desparpajo de siempre, frasear sobre el exilio que, nunca antes, nadie lo había creado, empujado y festejado como él. No encontramos mejor respuesta que la concedida por  la escritora Krina Ber,  en las redes sociales: “Ya entendimos que es mejor lavar dinero que lavar pocetas”.

 

 

DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ

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