¡3 meses! #MasacredeElJunquito Familiares de Lisbeth Ramírez aún no entienden porqué la ajusticiaron #15Abr

Tres meses han representado una eternidad para Farides Mantilla, madre de Lisbeth Ramírez, la joven tachirense que murió junto a Óscar Pérez en la masacre de El Junquito. Para ella, el perder a su hija menor fue lo más doloroso que le ha tocado vivir en su vida, pues aún recuerda esa noche donde tuvo que enterrarla sin poder velarla y con una bolsa negra que solo dejaba descubierta la mitad del rostro.

Las lágrimas son inevitables para la madre. Al mencionar el nombre de su hija, de 29 años, rompe en llanto de inmediato y, al intentar decir cuánto la extraña y cuánto le hace falta, las palabras se quedan a medio pronunciar. “Se iba a graduar, mi niñita. Ella era una inocente que se iba a graduar en diciembre de odontóloga”, logra decir la mamá de Lisbeth Ramírez.

Así como Farides llora, a sus hijas Shirley y Leidy, que la acompañan, también le salen lágrimas, no solo por ver a su mamá sumergida en la tristeza, sino por recordar a su hermana. “Nos quitaron a la más pequeña, ella era quien ayudaba a mi papá en todo, así no supiera. Cambiar bombillos, cosas eléctricas, batir cemento, lo que sea por ver a mis papás felices y ayudarlos”, dice con tristeza Leidy Ramírez, hermana de la joven asesinada en El Junquito.

No ha habido descanso ni tranquilidad en el medio de la tristeza. Cada mañana para los padres hay un recordatorio de que su hijita ya no está, para sus hermanas sigue pareciendo una pesadilla no tener a “la flaca” como le decían e, incluso, para los sobrinos de Lisbeth aún es doloroso asimilar a tan corta edad que la tía que les colocaba tareas, se las revisaba y les enviaba mensajes cariñosos ya no volverá.

“Mi hija de 13 años estaba confundida durante esos días. Aunque le dijimos lo que pasaba ella no reaccionó sino hasta después. Aún la encuentro llorando y al preguntarle qué le sucede responde que es por su tía, porque la extraña”, cuenta Leidy.

Por no aumentar el dolor de la mamá, los hijos prefirieron no mostrarle nada de lo que aparece en las redes sociales sobre Lisbeth, pero por el uso de la tecnología, luego de dos meses y medio de la muerte de la joven, la señora Farides vio el video que hay en las redes sociales y escuchó la nota de voz donde habla su hija.

“Yo no había visto el video donde está ella debajo de la cama, pero eso fue muy triste para mi. Ver otra vez su carita y ver cómo estaba tan indefensa mi hijita. Asustadita y decía ‘yo estoy bien, yo estoy bien’, pero asustadita, mi pobre niñita. Han sido tres meses muy difíciles, yo esto no se lo deseo a nadie”, logra decir Farides en medio de las lágrimas.

La vida resumida en una caja…

Lisbeth Ramírez era enfermera y estudiante de odontología en Maracaibo. Allí vivía junto a su novio Jairo Lugo, quien también fue asesinado en la masacre de El Junquito. Luego de la muerte de ambos, la familia viajó desde el Táchira hasta el Zulia para buscar las pertenencias de la joven, situación que resultó ser igual de dolorosa para las hermanas que cuando enterraron a la joven.

“Aquí están sus cositas. Tuvimos que resumir su vida a una caja, nos trajimos cosas que ella compró y nunca usó porque la iba a utilizar cuando ya empezara a trabajar. Nos dio mucho dolor porque en una maleta metimos su ropa y en una caja su vida. Eso fue muy doloroso”, cuenta con esfuerzo para no quebrarse en llanto Shirley Correa Mantilla.

La familia estaba acostumbrada a ver un pequeño estuche con el que Lisbeth iba a San Cristóbal para hacer la limpieza dental de sus cinco sobrinos, no se imaginaban que tenía tantas cosas. Lisbeth Ramírez había construido poco a poco su futuro. Tenía cajas selladas, instrumentos sin utilizar, uniformes, baberos y gorros. Tenía todo listo para cuando se graduara en el mes de diciembre.

Mientras las hermanas sacaban de una caja insumos de odontología y contaban que cada uno fue comprado con el sacrificio de la joven que vendía cosméticos y uniformes para sus compañeros de clase, la madre lloraba viendo cada una de las cosas que pertenecían a su hija.

Farides inevitablemente llora al ver baberos y monos del uniforme de odontóloga que cocieron juntas. Las lágrimas caían cada vez más cuando veía una cartera que Lisbeth no pudo terminar de hacerse. “Como no tenía para comprarse una nueva, agarró un blue jean que no le quedaba y lo estaba convirtiendo en cartera; ella era así, nada se perdía porque lo donaba o lo reciclaba, lo convertía en algún bolso, gorro para trabajar o un parche para algo roto”.

Al terminar de mostrar todo lo que había en la caja, Shirley y Leidy nuevamente guardaron todo como estaba. Aunque ambas lloraban, su mamá sonrío por primera vez y dijo “estas cosas tan lindas que hacía mi niña y vienen a decir que era una terrorista, qué tontería”.

El relato de una semana trágica…

Leidy Ramírez fue la representante de la familia que viajó hasta Caracas para realizar los trámites necesarios de reconocimiento del cuerpo en la morgue de Bello Monte. Todo lo sucedido y vivido por esa semana fue difícil y lleno de mucho dolor e impotencia por no poder hacer nada.

Camino a Caracas ella y su esposo tuvieron un accidente de tránsito, pero así fue a hacer todo el papeleo para trasladar a su hermana al Táchira. Lo que vivió lo recuerda claramente. Cada detalle, cada olor de la morgue, cada sensación, cada voz y la última vez que vio a su hermana en una “cama que parecía una cámara de bronceado”, todo eso lo tiene en su memoria.

De aquello revive a diario el momento en que vio a su hermana ya muerta en la morgue de Bello Monte. Acompañada por el director, su asistente, una patóloga, una fiscal del Ministerio Público (porque a quien esperaban de un Tribunal Militar nunca llegó) y dos funcionarios con armas largas y capuchas.

“Me acuerdo que bajé dos pisos y subieron la tapa de esa cámara que parecía de bronceado. Estaba completamente tapada y solo se le veía la cara, más nada. Yo pregunté qué tenía ella cerca de su ojito porque se le veían como unos huequitos y me dijeron ‘eso es un disparo, a su hermana le dieron un tiro de gracia’; yo seguía impactada”, narraba la hermana de Lisbeth Ramírez.

Ante la incertidumbre de todo lo que estaba viviendo y el no tener la certeza de lo que sucedió, pidió que se la mostraran completa. Un trabajador fue autorizado y abrieron la bolsa en la que estaba metida. “Habían pasado cuatro días y ella estaba firme, no estaba hinchada, no tenía moretones ni nada, estaba como dormida, pero vi que tenía otro huequito en el abdomen y varias marcas en la barriga; por supuesto pregunté y me dijeron que recibió un disparo en el ovario y lo de la barriga eran esquirlas”, siguió relatando.

La duda que nunca pudo resolver fue la de las esquirlas, porque aunque preguntó no tuvo respuestas. Aún se pregunta ¿por qué tenía esquirlas en la barriga pero no en los brazos, cara, espalda u otras partes del cuerpo? para ella pudo ser otra la razón. Pese a que nadie le dio una versión en la morgue, un forense que conoce y a quien le describió las heridas, le aseguró que eso pudo haber sido porque su hermana fue apuñalada varias veces en el vientre, pero eso es algo que no tiene la certeza, jamás podrá saber.

Cuando se conoció la muerte de Lisbeth Ramírez se informó sobre un supuesto embarazo del cual la familia no sabía nada; sin embargo, les asombra que, de ser cierto que estaba esperando un bebé, le hayan clavado tantas veces algo en su vientre.

“Estamos muertos en vida”

No hay día que no piensen en Lisbeth o que las conversaciones les lleven a hablar de ella. “Nosotros estamos muertos en vida, esto nos cambió la vida. Y si nosotros estamos así, peor está la mamá de Jairo Lugo (novio de Lisbeth que también murió en la masacre de El Junquito). Esa señora no vive, come porque el hijo que le quedó vivo le dice que lo haga, para ella su vida se acabó porque le asesinaron a dos hijos. Las familias estamos enlutadas y todo nos cambió”, indica Leidy.

No tienen miedo del futuro o de lo que pueda pasar, ya perdieron a quien tanto amaban. Solo esperan por la justicia divina, esperan por los diputados que se ofrecieron a ayudarlos cumplan y lleven a instancias internacionales lo sucedido para que se castigue a quienes asesinaron a Lisbeth Ramírez, junto con Óscar Pérez y otras cinco personas más.

Perder a un ser amado fue doloroso para la familia. Aún no creen lo que sucedió. Todavía se asombran de que Lisbeth Ramírez haya sido asesinada de manera “tan cruel y despiadada” y que al cumplirse tres meses desde su muerte no haya ni un responsable.

El padre de Lisbeth sufre igual que la mamá, aunque “se hace el fuerte”, según dicen sus hijas. Así también el hermano de la joven asesinada, Ángel Alfredo Ramírez, quien a diario la recuerda y hace publicaciones a través de mensajes de WhatsApp expresando el dolor que siente por perder a “la flaca”.

Tienen la certeza que Venezuela sabe que ella no era una terrorista, sino una joven que estudiaba y ayudaba a todos quienes más necesitaban, en la crisis que se vive en el país. Por ello, y en tributo a Lisbeth, sus compañeros de clase en la Universidad del Zulia (LUZ) colocarán como nombre “Lisbeth Andreína Ramírez Mantilla” a la promoción, como un homenaje.

La dinámica de la familia cada fin de semana es la misma, los sábados o domingos van al cementerio. “Quisiera quedarme siempre con mi niña allá en su morada. Me da tanto dolor. Me conmueve mucho ver la cantidad de gente que va a acompañarnos y que no conocemos, pero que sienten cariño y empatía por mi hija, eso es muy bonito, porque saben que era una inocente a quien asesinaron”, dice Farides.

Cada domingo van al cementerio, adornan la tumba de la joven con flores que acompañan la bandera de siete estrellas que siempre está izada y que, según explicó la familia, “representa a los siete mártires que murieron en la masacre de El Junquito”, haciendo referencia a Lisbeth Ramírez, Óscar Pérez, Daniel Soto, Jairo Lugo, Abraham Lugo, Abraham Agostini y José Pimentel.

 

DC / El Pitazo

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