El corazón de la ciudad y su economía

Los apretujones a la caza de remates son cosa del pasado en el Callejón de Los Pobres. Los sobrevivientes diversifican rubros a la venta. 

Por siglos, el espacio de la plaza Baralt ha sido el corazón comercial de Maracaibo. Alrededor del Convento, extendiéndose hacia el paseo Ciencias, la avenida Libertador y el Callejón de Los Pobres, se edificó un informal ‘mall’ que  la crisis ha logrado apagar de a poco.

La energía de la plaza Baralt va quedando, apenas, como una chispita en la oscuridad. “Ya por aquí no viene casi gente”, se quejó Alexis Rosario, un buhonero que camina el centro ofreciendo hojillas, mentol chino, talco para pies y cortaúñas.

A las 10:00 am, la erupción del ruido entre vendedores, música, tráfico y compradores era indescriptible en el centro de la ciudad. La crisis bajó el volumen y acabó con el bullicio de la plaza Baralt.

Muchos de los locales han sido clausurados. Otros, permanecen abiertos pero con escaso inventario o con nuevos rubros a la venta, buscando diversificar su oferta y, con ella, el ingreso.

En los 92 metros entre la avenida 5 y la entrada de la plaza Baralt, por el paseo Ciencias, hay ocho locales. Están clausurados: una antigua venta de loterías, otra de venta de telas de tapicería y alfombras y una reconocida franquicia de ropa y trajes de hombre.

Sobreviven tres ventas de tela: una de reciente creación y dos firmas de tradición. “Lo que ha mermado es el suministro de telas.

Hay mercancía que no llega, otras que no se reponen. Los inventarios son limitados”, dijo una empleada.

Justo en la esquina detrás del Convento, donde antes había una gran cantidad de tarantines con distintos tipos de mercancía, quedan pocas mesas ocupadas. Los hierros de exhibición han quedado allí, soldados a la acera. Vacíos, solos.

Carteras, vegetales, repuestos de refrigeración doméstica… Hasta el frutero que vendía la piña en rebanadas han desaparecido del trasiego diario.

“Parece domingo”, apunta José Castro. De sombrero, el abuelo transita con cuidado el piso de granito de la plaza. “Todo se está acabando”, señala. “Si no hay billetes, ¿qué buhonero puede sobrevivir?”,   se pregunta.

Como ese ejemplo hay varios: una papelería y dos librerías cerca de McGregor, la zapatería de la esquina del Tito Abbo… Los quioscos nuevos que instaló el Centro Rafael Urdaneta (CRU) en la gestión anterior tampoco están a full capacidad. Hay más de diez desocupados.

De los edificios intervenidos por el CRU solo se pintó la fachada. Adentro de la Botica Nueva (Los Sansones) aún hay logística de buhoneros. En el Tito Abbo hay basura. El Becoblohn tiene las santamarías abajo, en concordancia con la plaza.

Los intentos por contactar al presidente del CRU, Francisco Urbina, fueron infructuosos.

Un comercio de reparación de máquinas de coser, famoso en toda la ciudad, está funcionando pero ha incorporado mercería a su exhibición. Sobre la fachada, ganchos con ropa usada se exhiben en el paseo Ciencias. Es la nueva mercancía “de moda”.

“Todavía hay quien compra”, se apura a contestar Lisbeth Franco. “El centro siempre será el centro, por los precios y por la variedad”, afirma mientras mira zapatos en oferta.

Al pregón de los remates le bajaron todo el volumen. Solo queda en el recuerdo de anteriores generaciones las ofertas de “¡Todo a 20 mil!”, “¡Meta la mano!”, “¡Rematando, rematando!”.

El Callejón de los Pobres no está vacío, pero tampoco exhibe ni la mitad de la mercancía de otros tiempos, ni un cuarto de los apretujados clientes que aguzaban la vista buscando ropa, zapatos, carteras, bisutería…

 

DC / Panorama

 

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