Cosas que pasan, por Jesús Rangel Rachadell (@rangelrachadell)

Todo empezó como a las 9 de la noche del domingo 14 de enero de 2018, día de la Divina Pastora. En varias camionetas grandes, último modelo, todas de color oscuro, menos una que era blanca, llegaron a un edificio del este de Caracas como 40 hombres, todos vestidos de negro y con las caras ocultas, portando armas largas, muy largas, según refieren los vecinos.

Le pidieron al vigilante que los dejara pasar y al llegar a la garita le enseñaron las armas, lo pusieron contra la pared y le ordenaron que no contestara el intercomunicador. A una vecina que alimentaba a los gatos a esa hora, le quitaron sus llaves para poder usar los ascensores. Apostaron en cada piso a un hombre encapuchado con esos rifles de asalto y como a las 9:15 pm procedieron a romper la puerta del apartamento 131. Hay que reconocer que estas puertas de seguridad que se estilaban en otra época son buenas, le dieron durísimo muchas veces, lo que les dio tiempo a los esposos y su hijo menor de edad a pedir ayuda a los vecinos. Pedían auxilio por cuanto no sabían si quienes estaban tratando de irrumpir en su vivienda eran ladrones, invasores de apartamentos, órganos de seguridad o colectivos armados. Es difícil hacer la diferencia desde el otro lado de la puerta. Los vecinos llamaron a la policía y esta llegó hasta la esquina, de allí no pudieron pasar al ver a unos de estos encapuchados con el arma larga, se detuvieron, observaron y se fueron.

Como a las 9:50 de la noche, al recibir una llamada, dejaron de romper la puerta, a todas estas no habían podido destrozar la puerta del 131. La llamada fue para aclararles que no era el 131, que era el apartamento 113. Que pelón, se equivocaron, rompieron la puerta incorrecta, y así la dejaron.

En el apartamento 113, los hombres de negro tocaron la puerta, me imagino que de la pena de andar por ahí rompiendo puertas sin estar seguros, y la dueña les abrió. A la señora le dieron un fuerte golpe en la cabeza y le rugieron que debía cooperar, le cubrieron la cabeza con una tela y procedieron a sacudir todo. Al retirarse le dijeron que estaban buscando a un terrorista y que mañana se enteraría por la prensa (al día siguiente ocurrieron los hechos en los que terminó muerto Oscar Pérez). La propietaria hizo un inventario de los destrozos y descubrió que le llevaron documentos personales, anillos y cadenas de oro, computadoras, aparatos electrónicos, y tres bolsos que vaciaron y llenaron de lo que se cargaron.

No se llevaron a nadie detenido.

A las señoras de la junta de condominio las insultaron, les exigieron ver el lugar en los que se encontraban los grabadores de las cámaras de seguridad, las amenazaron con 13 años de cárcel por encubrir un terrorista. Las señoras facilitaron el acceso a los DVR, que graban a quienes han entrado últimamente a ese edificio. Los encapuchados comentaron que están buscando a alguien, que tal vez se estaba escondiendo. Los fulanos de negro arrancaron los DVR y se los llevaron. Unos vecinos dicen que la información contenida en los equipos no les interesa, que fue para que no subsista esa constancia del operativo, para que no quede evidencia de lo que hacen y cómo realizan los procedimientos. Todos coinciden en que no pagarán los daños ni lo que se llevaron. Lo más probable es que esos aparatos no los devuelvan, tal vez ya los hayan botado en cualquier basurero o los vendan por internet.

De los bienes que sustrajeron de un apartamento o los bienes (DVR) que se llevaron de la comunidad, no se dejó constancia. Los hombres de negro nunca se identificaron como pertenecientes a un cuerpo de seguridad del Estado, nadie se identificó como fiscal del Ministerio Público, no presentaron orden de allanamiento autorizada por un tribunal. Mientras estaban en la planta baja hablaron por walkie talkie, aunque tampoco se identificaron por un nombre ni mencionaron a la persona que estaban buscando.

Persisten muchas dudas: ¿Quiénes fueron los que se presentaron con un nivel tan alto de armamento? ¿Era necesario usar un lenguaje tan soez en contra de unas señoras indefensas? ¿Se justifica golpear, romper o robar? ¿Fue indispensable ese despliegue para un allanamiento? ¿Quién es esa persona tan requerida? ¿Qué nivel de información o inteligencia posee esta gente para hacer tal despliegue de fuerza para no encontrar a quien buscan y hasta de equivocarse del apartamento en el cual pretendían irrumpir?

No se tiene información de quiénes fueron los que hicieron este operativo, pero esa misma noche el periodista Nelson Bocaranda twitteó: “Patrullas del DGCIM en operativo sorpresa en cerro verde”.

A veces se lee sobre las actividades de los cuerpos de seguridad en los barrios, y de los que se denuncia la muerte de inocentes, esos que llaman OLP; la angustia que generan, la desazón que producen, la inconformidad con la situación; una cosa es leerlo y otra vivirlo.

Este es nuestro país, la indefensión en la que estamos. No tenemos un Estado responsable que pague los daños y los bienes, en el supuesto de que haya sido un cuerpo de seguridad el que hizo estos abusos. El país en el que nadie supo, nadie sabe, nadie sabrá. Fue horrible.

 

DC / Jesús Rangel Rachadell / Abogado – Profesor / @rangelrachadell

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