Los recuerdos y los hechos, por Luis Acosta

Era el año de 1973 cuando Carlos Andrés Pérez ganó las elecciones a Lorenzo Fernández. Lorenzo era mucho más sensato que Pérez, pero no era simpático. Pérez, en cambio, entrenaba sus brincos que lo hicieron famoso. Lorenzo se presentaba serio, abogado, ex ministro de Caldera, competente profesional y trabajador con distinción para el cargo complejo de la Presidencia de la República. Por otro lado, un hombre de familia formado en lo espiritual y la economía doméstica. Amén, manejador de una exquisita conversación y preparado para dirigir bien lo que se proponía conquistar.

Pero eso no era suficiente. Muchos, en el propio partido Copei, lo veían soso, o demasiado tranquilo y lento, o mejor, lucía cansado y sin actividad propia. Lo cierto es que Lorenzo no tuvo el fuelle necesario y suficiente para ganarle a Carlos Andrés, que distribuía destreza, vigor y hasta arrogancia, es decir, presumía que era el más fuerte y dinámico.

Pues bien, así fue siempre. Preferimos al gritón que al pasivo y pensador; distinguimos más al atrevido que al sensato; al peleón y alevoso que al austero y tranquilo. Hemos visto más agradable al carismático que al profundo y, en esa función, pragmática y desdichada, se llegó a votar por Chávez con más fuerza que por Caldera en sus oportunidades. En efecto, la inteligencia se esfumó, el atrevimiento brotó y, alevosamente, lo abusivo ganó con creces y sin limitaciones en tamaño a las referencias al estudio y al coctel de conocimientos que debían asegurar una mejor obra en todos los sentidos.

Pero esa obra no se dio ni antes, ni después. Caldera en su segunda etapa frenó su energía. Los valores se declararon en huelga y se divorció de Oswaldo y Eduardo. De esa forma los delfines se alejaron de la dirección donde se habían formado y el barco, en esa oportunidad, casi naufraga en su travesía antes de pelear.

Pero al entrar Chávez el siniestro se acentúa. Se rompen los canales democráticos de distribución y se abren caminos para regalar, como en el negocio del trueque: “Nosotros le damos petróleo y ustedes nos lo devuelven con servicios de salud, militares y, además, nos ayudan a controlar el coroto”. A otros se les hacen entrega de petróleo contra compromisos de votos, principalmente, en la OEA y ONU. A la larga, y al final, perdieron los dos: Caldera perdió el gobierno y Chávez perdió al país. En efecto, los trueques dieron los votos para el control político internacional  pero el petróleo solo le ha servido a Cuba, que ha consumido millones de dólares, todos ajenos, sin hacer nada distinto que tener soldados en una Venezuela guapa, que todavía aguanta, y en pagar una milicia dura, sin dudas, pero lejos de lograr algo útil para el pueblo de Martí y la Virgen del Cobre y, mucho menos, para Venezuela.

Entonces, se pide “no injerencia” donde se acepta cada dio la intervención cubana e iraní y la miliciana. Por otra parte, se pide “no injerencia” pero Evo manda más que el que más manda y se atreve a decir todo como intervención de Venezuela mientras que el ordinario de Daniel Ortega se mete desde lejos en lo que no le importa, ni sabe. En este sentido, Evo y Daniel sí son un buen ejemplo de la mejor dictadura tanto, que nada se alejan del mal recordado gobierno de Somoza.

De suerte pues, le toca al régimen cambiar el mensaje injerencista y vigilar con sentido patriótico la relación cubana, atrevida y sin mediciones. Como si fuera poco, le toca también ahuyentar al dúo Evo-Daniel que poco dan pero, en cambio, mucho hay que darle.

 

DC / Luis Acosta

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