El juez Sergio Moro se ha convertido en una celebridad en Brasil tras investigación de corrupción

Un tímido juez federal se ha convertido en una singular celebridad en todo Brasil, donde ha remecido la estructura del poder y supervisa la que podría ser la mayor investigación de corrupción en la historia de Latinoamérica.

La mayoría aplaude -aunque algunas veces abuchea- a Sergio Moro cuando sale a un restaurante. Los asistentes a los conciertos ovacionan cuando los artistas lo señalan entre el público. Los turistas son trasladados en camión para contemplar la oficina en la que trabaja en Curitiba, la capital del estado de Paraná.

Muchos brasileños ven al juez de 44 años de edad como un héroe que limpia a una nación plagada por la corrupción, mientras que los detractores lo acusan de ir injustamente tras figuras del Partido de los Trabajadores, de filiación izquierdista, que gobernó al país desde 2003 hasta mediados de 2016.

Durante los últimos tres años, Moro ha sido fundamental en la llamada «Operación Autolavado» que ha encarcelado a decenas de políticos y empresarios, y se sigue expandiendo.

«La investigación Autolavado no puede tener un solo héroe. Hay jueces, fiscales, detectives», dijo Igor Romario, el principal investigador de la policía federal en el caso. «Pero Moro está en el centro de la operación. Sin él no estaríamos donde estamos».

Amigos, colegas y periodistas que han seguido de cerca el caso afirman que Moro es una persona sumamente reservada, un hombre apasionado por las leyes que consume vorazmente casos legales en varios idiomas.

Es reconocido por escribir decisiones jurídicas meticulosas – mucho más rápido que la mayoría de los jueces brasileños – que rara vez son revertidas por tribunales superiores.

«Hablamos de que los mejores abogados, las personas más influyentes de Brasil, están contra Moro» en las cortes, dijo Vladimir Netto, periodista de Globo News, quien escribió un libro sobre el caso. «Estos tipos están acostumbrados a ganar, pero no esta vez».

También se le conoce por apegarse hasta a la más pequeña de las reglas.

Cuando era maestro de leyes en 1996, le advirtió a la alumna Rosangela Wolff de Quadros que le pondría falta y podría reprobar la clase si se ausentaba a un seminario programado para la noche de un viernes para asistir a la boda de un amigo.

«Lo odié. En verdad lo odié», reconoció Wolff a Netto para su libro «Autolavado».

Pocos años después, cuando Moro dejó la enseñanza, ambos comenzaron a salir y posteriormente se casaron. Ahora tienen dos hijos.

Esa implacable cualidad ha provocado desenlaces menos afortunados para los acusados.

A Moro se le conoce por obtener información de los sospechosos al imponer largas detenciones previas a los juicios y persuadirlos de aceptar acuerdos de culpabilidad poco benéficos. Eso ayudó a convertir lo que inicialmente parecía un caso rutinario de lavado de dinero en un escándalo de enormes proporciones.

La investigación comenzó en marzo de 2014 y explotó hacia finales de ese año cuando Paulo Roberto Costa, un alto ejecutivo en la paraestatal petrolera Petrobras, y Alberto Yousseff, quien entregó enormes cantidades de dinero a políticos y otras figuras, aceptaron acuerdos que revelaron los alcances de la corrupción.

Pieza por pieza, Moro y un equipo de investigadores revelaron que altos funcionarios en empresas constructoras tales como Odebrecht, OAS y Andrade Gutiérrez, formaron un cártel en el que se entregaban contratos multimillonarios inflados para el pago de sobornos a decenas de políticos.

El juez rara vez da entrevistas y declinó comentar para este reportaje.

Moro, hijo de dos maestros, creció en Maringa, una ciudad ubicada 425 kilómetros (265 millas) al noroeste de Curitiba, en el suroeste de Brasil.

Después de graduarse en leyes en la Universidad Estatal de Maringa, Moro comenzó a trabajar como juez federal en 1996 y al mismo tiempo obtuvo un doctorado y participó en un programa de intercambio para abogados en la Universidad de Harvard.

Al encabezar varios casos de lavado de dinero, Moro ganó experiencia y pericia en delitos de cuello blanco, y le llamó particularmente la atención una enorme investigación de corrupción realizada en Italia a principios de la década de 1990, en la que varios políticos estaban involucrados.

En un artículo escrito en 2004 para una publicación especializada, Moro resaltó la manera como los jueces italianos utilizaron acuerdos de culpabilidad para avanzar en las investigaciones, manteniendo a los sospechosos encarcelados en lo que se procesaban sus casos y sacando provecho de los medios de comunicación para moldear la opinión pública.

«Las filtraciones fueron de utilidad», escribió Moro. «El flujo constante de revelaciones mantuvo el interés público y puso a los líderes de partidos a la defensiva».

Hoy día, muchos expertos ven ese artículo como el modelo para el manejo que ha dado a la investigación Autolavado.

Sus detractores a menudo lo acusan de ser parcial.

El año pasado, fue duramente criticado por difundir conversaciones grabadas en las que se escuchaba a la entonces presidenta Dilma Rousseff discutir los detalles de un puesto como jefe de gabinete para su mentor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Esa designación, que eventualmente fue bloqueada, habría retirado a Lula de la jurisdicción de Moro, debido a que sólo la Corte Suprema puede decidir iniciar un proceso legal contra funcionarios federales y miembros del gabinete.

Moro defendió la medida en su decisión legal, en la que escribió que la «democracia en una sociedad libre requiere que los gobernados sepan lo que hacen sus gobernantes, incluso cuando buscan actuar a la protección de las sombras».

Y los juicios de Moro han sacudido a todo el espectro político. La semana pasada sentenció al ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, quien encabezó el proceso de destitución contra Rousseff, a 15 años de prisión.

La trascendencia de Moro le ha valido numerosos premios internacionales, pero parece luchar contra la fama, en lugar de aceptarla. Lleva su vida diaria de la misma manera que siempre, aunque ahora cuenta con guardaespaldas. Trota en el parque, pasa largas jornadas en su oficina y en casa, su vida gira en torno a su familia y un muy pequeño grupo de amigos.

«Es difícil saber quiénes están en su círculo íntimo», dijo Christianne Machiavelli, jefa del departamento de prensa de la corte federal de Curitiba, en donde trabaja Moro. «Su vida privada está muy distante de su vida profesional».

Sin embargo, Curitiba está orgullosa de él. Muchos en la ciudad de 1,7 millones de habitantes han colocado letreros en sus patios y jardines en los que expresan su apoyo al juez y a la investigación. El interés en el caso es tal que una agencia turística ha comenzado a ofrecer tours para mostrar el edificio en el que trabaja Moro, las obras de arte que se han incautado como parte de la operación Autolavado, y la cárcel en la que están detenidos los sospechosos.

«Los turistas expresan a menudo su esperanza de que Brasil esté cambiando», señaló Bibiana Antonicomi, directora de la compañía turística Special Paraná. «Cuando comenzó la investigación, era inimaginable que se arrestara a los ricos y poderosos».

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