Cinco mitos sobre las chucherías que han marcado tu infancia

Cuántas noches sin dormir pensando que iba a acercarse un señor a la puerta del cole a ofrecerte un caramelito con droga. Cuántas horas de insomnio preadolescente imaginando un quirófano frío e inhóspito en el que un grupo de médicos te abrían en canal para extraerte un chicle que te habías tragado en un descuido, peligrosamente adherido a las paredes de tu estómago y, por tanto, letal.

Cuántos mitos sobre las chucherías, cuántas mentiras has tenido que tragarte hasta que fuiste mayor. Aca te revelamos que has vivido en la mentira.

1- Si te tragas un chicle se te pega a las paredes del estómago. En el momento en el que te llevabas a la boca un chicle te invadía, y con razón, una sensación parecida a la que debe experimentarse justo el segundo antes de saltar en paracaídas. Te estabas jugando la vida, pues esa deliciosa gomita que hacía esos globazos estupendos podía quedarse pegada a las paredes de tu estómago y tus intestinos y complicar inesperadamente tu existencia.

Lo que sucedía a continuación dependía ya de la imaginación y el talante de cada madre, todas dedicadas en cuerpo y alma a sembrar el pánico. Estaban las que que creían que tragar un chicle era causa directa de muerte, y las madres más optimistas que auguraban una apertura en canal a corazón abierto y sus consiguientes secuelas de por vida.

2- Si se te acerca alguien en la puerta del colegio a darte un caramelo, no lo cojas: lleva droga. Sólo los años te hicieron darte cuenta de que a los precios que van las drogas que alguien vaya repartiéndolas de forma totalmente altruista por las puertas de los colegios no puede ser. Alguien que para más inri solía ser, en el imaginario de las madres, simpáticas ancianitas transportando toneladas de éxtasis junto a las agujas de ganchillo. De aquí nuestro homenaje a otro mito de la misma familia: la droga en el cubata, otro clásico materno menos creíble si cabe.

3- Las gominolas están hechas de petróleo. Somos muchos los que coincidimos en que tal vez aquí se les fue un poco de las manos a las madres, que durante años nos hicieron creer que era lo mismo beber gasolina que comerse uno de esos deliciosos ositos de colores. No, las gominolas no están hechas con petróleo ni nada parecido, pues pese a la gran cantidad de azúcares y aditivos que contienen todos ellos están regulados, del primero al último, por la Unión Europea, que establece unos controles férreos sobre los aditivos que se añaden a sus productos. Espesantes y gelificantes, y no petróleo, son los causantes de esa textura viscosa y adictiva, que no seguía fascinando pese a creer que le estábamos hincando el diente a un bidón de gasolina.

4- Si comes azúcar te salen lombrices. Ingenioso ardid el de algunas madres, acuciadas, no nos engañemos, por otras tantas abuelas, para disuadir a los más pequeños del consumo de azúcar y asegurar así menos visitas al dentista y un mejor estado de salud. Pese a la buena voluntad materna –la cual, vaya por delante, no es nuestra intención poner en duda en ninguno de los artículos de nuestra serie ‘Tu madre te engañaba’–, lo cierto es que con la amenaza de las lombrices estaban llevando el asunto a un extremo innecesario.

Porque si bien es cierto que muchas personas, especialmente los más pequeños, sufren todavía hoy de lombrices (un problema que está a la orden del día en los colegios), no lo es en absoluto que su aparición tenga nada que ver con el azúcar que consumimos. Las lombrices se instalan felizmente en nuestros intestinos comamos o no azúcar, y lo hacen, sencillamente, porque hemos ingerido sus huevos, que suelen quedarse a vivir en nuestras uñas y después, patapam, nos los acabamos tragando. Tomad todo el azúcar que queráis, pues, pero lavaos las manos correctamente para no ser atacados por un séquito de lombrices hambrientas que os harán pasar un mal rato. ¿Que al final no podéis evitar tenerlas? Un simple jarabe las eliminará.

5- Si mezclas Peta-Zetas y refresco de cola te empieza a salir espuma por la boca y falleces. Hemos llegado, tal vez, a la madre del cordero, los refrescos de cola, esos brebajes que toda madre desea mantener lejos de sus hijos por sus efectos altamente adictivos. Y después está esa cosa a priori asquerosita que se puso de moda durante una época y que sorprendentemente encontramos ahora formando parte de las cartas de postres de numerosos restaurantes con estrellas Michelin. ¿Por qué no crear una leyenda lo suficientemente terrorífica como para ahuyentar ambos productos de las vidas de los más pequeños? Las madres lo vieron claro: una mezcla letal en el estómago, desmayos, convulsiones, espuma por la boca tras una reacción química de dimensiones apocalípticas y, al fin, la muerte. Cuando acabas viendo claro que toda esa historia no tiene ningún tipo de fundamento ya es demasiado tarde: a ti también te repelen un poco los Peta-Zetas.

Cocinatis

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