Basta con que llueva en el desierto para que surja una nueva expresión en su paisaje. Con un poco de agua cualquier terreno, por árido que parezca, empezará a manifestar una expresión nueva de vida.
De esta forma Israel ha transformado sus desiertos en plantaciones de inmensos cultivos. Abasteciéndose de los ríos y las aguas del subsuelo, la agricultura de este país prospera sobre un territorio ancestralmente inhóspito. Estas técnicas de convertir desiertos en oasis de verdor no serían un problema si no fuera porque en su proceso suelen sobreexplotarse y contaminarse los recursos hídricos. Los mismos israelíes están advertidos de la dimensión descomunal a la que ha llegado su producción agrícola.
En otros desiertos el derroche del agua subterránea evidencia el menosprecio de algunos excéntricos millonarios por malgastar un recurso que corresponde a todos los seres vivos. En pleno desierto de Wada Run se encuentra un inexplicable jardín al estilo francés, con canales que se extienden y ocupan centenares de hectáreas. Jeques de Oriente Medio construyen palacios fabulosos en lugares resecos, valiéndose de la explotación indiscriminada de las escasas y limitadas fuentes de agua.
La desfachatez llega al extremo cuando una gran ciudad parece prosperar a costa del deterioro ecológico. Es el caso de Las Vegas y Dubai. Íconos del despilfarro, estas aglomeraciones humanas edificadas en medio de la nada requieren un consumo demencial de agua para poder sustentar la tanta dilapidación de su estilo de vida.
Bajo este suntuoso modelo de vida, la ostentación predomina por encima de los valores que inculquen la importancia del cuidado y el respeto por los recursos ambientales. No sabemos por cuánto tiempo más podremos permitirnos estos lujos. Tendrán un límite. Será el momento en el que comprobemos que el dinero servirá de poco cuando pretendamos llenar de nuevo las fuentes con agua.