Libro: Corea en los ojos de un escritor colombiano

“Así arranca mi primer día de trabajo: despierto a las 7 de la mañana. Salgo de casa a las 8. Tomo el metro en la estación de Noksapyeong. Tres paradas hasta Gongdeok. En el vagón, oficinistas que ven el capítulo de una telenovela o leen mangas en sus teléfonos, estudiantes concentrados repasando una lección. Me fijo en una rusa con los ojos aguados y en un viejo con la peluca corrida. Cambio de línea. Gente que corre, gente que mientras corre mira las pantallas en las paredes que anuncian la llegada de su conexión, muchos tacones, ni una risa. Tres paradas más y cambio de nuevo en la National Assembly. Vagones silenciosos. Una parada, 120 segundos. Las estaciones que recorro parecen centros comerciales de varios pisos, con sus pasillos relucientes, sus cámaras de seguridad y sus escaleras eléctricas interminables y cargadas de gente donde los pervertidos aprovechan para tomarle fotos con sus celulares a las piernas de las mujeres que van de falda corta. He visto a señoras limpiar con cepillos de dientes y una espátula cada escalón de aquellas escaleras. En las plataformas hay máquinas dispensadoras que ofrecen té verde, libros o cepillos de dientes, y puertas de vidrio que separan el andén de las vías y solo se abren una vez que llega el metro a la estación, para evitar los suicidios. Unos treinta coreanos al día toman la decisión de matarse, incluidos expresidentes. En 2009, Roh Moo-Hyun, presidente de Corea entre 2003 y 2008, se tiró de un risco después que su hermano, ni siquiera él, fuera acusado de corrupción. Corea tiene la tasa de suicidios más alta entre los países industrializados. Viejos que se ahorcan en la noche o toman veneno para aligerarle las cargas a sus hijos, que están obligados a sostenerlos; adolescentes que se rehúsan a llenar el molde que sus padres han construido para ellos.

“Al salir de la última estación camino diez minutos hasta los cuarteles de KBS. Después de pasar por los controles y registrarme, tomo el ascensor al quinto piso, donde queda la gran sala que agrupa el servicio internacional (se transmite al mundo en alemán, inglés, francés, japonés, chino, vietnamita, indonesio, tailandés, ruso y árabe). Respiro hondo y saludo a mis dos jefas, tomo un vaso de agua helada en un vaso de papel y enciendo el computador a las nueve en punto. En ese momento suena, por un parlante instalado en una esquina, el glorioso himno de KBS.

“Durante las mañanas no hay tiempo para pensar. Lo primero que debo hacer es revisar las noticias que mis compañeras han redactado. Soy el único hombre en el servicio en español. Debo luchar contra la gramática de dos argentino-coreanas, una peruana-coreana y una coreana que pasó una corta temporada en Lima. Una vez corregidas las noticias, las subo a la página web. De inmediato paso a mirar los guiones de los programas semanales: ‘Economía Hoy’; ‘Callejeando por Seúl’, ‘Click de la semana’. A eso de las once, bajo a grabar en la cabina las voces masculinas de las entrevistas incluidas en los guiones que he revisado. El almuerzo es tempranero, doce y media como muy tarde. Compro mi tiquete y hago fila en la cafetería de KBS, con ese ambiente inconfundible de empresa pública, con esa camaradería nacida de años de estar encerrados entre las mismas paredes. Es intimidante. Doscientos coreanos que comen y hablan. Una mirada rápida y compruebo que soy el único extranjero, pero eso a nadie le importa. Al parecer los otros periodistas no coreanos almuerzan fuera del edificio. Hay que escoger entre fideos picantes con cerdo o dos minipescados a la plancha. O bien entre una sopa de mariscos o carne con verduras salteadas. Siempre hay dos opciones. Me llevo un cuenco de metal con arroz, me sirvo kimchi y otros acompañamientos, por lo general vegetales, todos en platicos diferentes. Un tazón con caldo humeante. Hace ya un tiempo me acostumbré a no tener un vaso con líquido para acompañar la comida. Para eso está el caldo. A veces, solo a veces, me sirvo un vaso de agua después de dejar la bandeja con los restos. Antes de regresar a mi escritorio salgo del edificio para fumar, con un vaso de café negro. Supongo que antes se podía fumar y escribir las noticias al mismo tiempo. Así lo hacía yo durante mi primer año como periodista, una década y media atrás. Ya tengo un sitio perfecto para sentarme, eso es importante, colonizar rincones, marcarlos como un perro. A la sombra de un cerezo en flor miro los enormes edificios de Yeouido, esa isla en medio del río Han donde está la Asamblea Nacional, las oficinas principales de varios bancos, empresas navieras y aseguradoras. Si Corea del Norte atacara, debería empezar por esta isla. Regreso al quinto piso. Reviso las noticias de la tarde, las subo a la página, lucho contra el sueño. Media hora más tarde las imprimo y las leo sobre papel en voz baja. Pregunto a Daniela –ese es el nombre que Hasun eligió en español– la pronunciación de algún apellido especialmente enrevesado o una ciudad de la que jamás había oído.

Espero la llamada para grabar. A eso de las tres siento que todo esto vale la pena más allá del dinero, que tampoco es mucho. Voy detrás de la productora, entramos al estudio, cierro la puerta gruesa de la cabina, que se parece a la de la bóveda de un banco, dejo un vaso de agua y un lápiz sobre la mesa. Ordeno las hojas para no tener enredos a la hora de leer las noticias del día. Acerco el micrófono. Espero por la señal de la productora, que está frente a un computador al otro lado de un gran vidrio. Suena la cortinilla de entrada, una tonada un poco alarmista. Siento un pequeño vértigo al ver encenderse la señal roja. Estoy al aire. Arranco con una seguridad y un aplomo extraños.

Una de las fotos cotidianas que Solano ha tomado con su celular.

Saludo a los oyentes, leo los titulares, un corte para dos segundos de música y paso a informar con voz muy seria sobre el cierre inminente de la fábrica de Gaesong en Corea del Norte, donde trabajan cientos de norcoreanos para empresas surcoreanas, una de las pocas muestras de cooperación entre los dos países; sobre el escándalo que involucra a la Agencia de Seguridad Nacional, que al parecer influyó en las elecciones presidenciales de hace unos meses; sobre la reinauguración de la puerta de Sungnyemun, tras cinco años de trabajos luego de que un hombre le prendiera fuego, sobre las dos víctimas de una garrapata mortal en la isla de Jeju, al sur de la península. A veces me equivoco, o se me va el aire, y hay que cortar. Ya casi domino la pronunciación correcta y de un solo tirón de la provincia de Chungcheongnam. Finalizo con los indicadores económicos y el informe del tiempo. Se esperan cielos nublados en el occidente del país y lluvias aisladas en el oriente. En Seúl la temperatura será de 18 grados centígrados, un punto más que ayer. Hasta aquí el informativo de hoy. Muchas gracias por sintonizar KBS World Radio.

Al despedirme muevo mi mano debajo de la mesa repitiendo el gesto de un presentador de televisión colombiano que acompañó toda mi infancia. Es una pequeña señal secreta para imprimirle fuerza al adiós, para que todos los que me oyen sientan que viajar en el tiempo y el espacio, de esta manera me llena de una felicidad extraña, por momentos infantil.

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(…) “Las calles están repletas de faroles. Pronto se festejará el cumpleaños de Buda. Imágenes sonrientes del iluminado, tan distintas a nuestros cristos sangrantes y nuestras vírgenes lacrimosas, recorrerán las avenidas. En todos los templos se regalará té y un plato de bibimbap, la comida más sencilla y sabrosa de por aquí, una simple mezcla de arroz, pasta de ají, gotas de aceite de ajonjolí, verduras de las montañas salteadas con ajo y un huevo frito con la yema blanda. Empresarios poderosos entregarán sus donaciones anuales. Todo el mundo cree poder lavar sus culpas con dinero, incluidos los budistas.

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“En un paradero de buses, frente a una pantalla tamaño natural, un viejo vagabundo saluda con una venia a una modelo que anuncia unas pastillas para los dolores menstruales. El hombre se queda esperando largo rato la respuesta de la mujer. Cansado de esperar, hace una reverencia profunda, marcial. Es un llamado al respeto y a la cortesía que tampoco tiene contestación.

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“Los sábados también tengo que ir a la estación de radio. Trabajo con una de las productoras de dos a cuatro de la tarde. Casi siempre es Stella. Solo tengo que revisar las noticias y leerlas. Hoy salí un poco más temprano y apenas crucé las puertas automáticas de la entrada me lamió una oleada de agradable calor. Decidí caminar cerca del río Han.

A medida que me acercaba a la orilla, el viento empezó a refrescar el aire. En una esquina vi la que se supone es la iglesia cristiana más grande del mundo, una construcción en ladrillo que parece un estadio techado. Pertenece a un culto pentecostal llamado Iglesia del Evangelio Completo de Yeouido, que funciona como una de esas pirámides económicas para captar incautos. Así ha conseguido más de 800 mil miembros. Desde hace un tiempo, a su fundador se lo investiga por malversación de fondos. Le tomé una foto con mi teléfono. De unos meses para acá vengo tomando fotos, notas visuales para este diario. Una de mis preferidas es la de una monstruosa langosta de dos metros frente a un restaurante de comida de mar. Si no se cuentan los edificios nuevos, los mercados centenarios, los palacios o los callejones, la cara de la ciudad puede ser anodina desde la ventana de un bus, salvo de noche y gracias al mar de neón que todo lo cubre. Después de tomar la foto de la iglesia, atravesé el puente de Dongjak, uno de los veintisiete que cruzan el río Han. Al de Mapo también se lo conoce como el puente de los suicidas. Ante la ola de saltos al vacío de los últimos años, una aseguradora y la alcaldía de Seúl decidieron lanzar una campaña de prevención y poner avisos luminosos con frases como: ‘Sé que no ha sido fácil para ti. ¿Cómo estás?’. Y un teléfono de emergencia que comunica con una línea de asistencia apenas se descuelga. Un año después de la campaña, la tasa de suicidios desde el puente de Mapo fue seis veces mayor. Me demoré media hora en cruzar el puente de Dongjak, porque me detuve en la mitad y me quedé viendo un gran islote. Es como un santuario natural en medio de Seúl, un pedazo de Luisiana en mitad de la ciudad. Vi pájaros de buen tamaño, plantas extrañas y pantanos. Antes de que la municipalidad instalara cámaras y sensores en todos los puentes, algunos vagabundos bajaban ayudándose de sogas y se refugiaban en el islote. Dicen que allí abajo todavía viven hombres que perdieron todo durante la crisis económica de los años noventa, el momento en que el país cayó, mordió el polvo y entró el FMI a hacer lo que mejor sabe.

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“Un gran charco de vómito en el metro. Hasta ahora, este es el acto más violento que he presenciado en Corea”.

Andrés Solano – Escritor Colombiano

DC  | ET | Foto: Web

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