Yo lo llamo ironía de la belleza

Juan Carlos Rodriguez / Ingeniero, fotógrafo y caminante @juanscoo. Hoy voy a hablarles de las cosas que me dan más miedo en la vida, no son muchas, pero son extremadamente terroríficas. Estas son: 1) Los discos de Arjona, los cuales son la verdadera razón por la que nunca voy a Traki. 2) Las personas que se auto colocan “Me gusta” en Facebook, las cuales son más o menos las mismas que en los 90’s casi matan el español cuando inventaron el “K ai pa oi?” y llevaron a las tildes casi a la extinción. 3) A los hermanos Valentino.

Pues bien esos son mis mayores miedos, o al menos lo eran, hasta hace poco cuando descubrí una nueva fobia gestándose dentro de lo más profundo de mi mente. Se trataba de un día normal, yo iba camino al trabajo cuando el carrito por puesto, que no tenía ni luces, ni cinturones de seguridad, ni freno de mano, ni tapa de la gasolina, de repente se accidentó delante de mi. Sin más alternativa más que esperar a poder pasar  al susodicho representante del “Patrimonio Regional” no pude evitar caer en cuenta del afiche que cubría casi la totalidad de su vidrio trasero, lo cual lógicamente no representa riesgo alguno ya que después de todo el vehículo tampoco tenía espejo retrovisor.

Se trataba del afiche de una niña, no mayor de 10 años, la cual daba la impresión de haber sido maquillada por un chimpancé, ebrio, y casi con certeza ciego… y tal vez con Parkinson. En fin, en afiche había un texto: Madeleiner Mini Reina de Cabimas. Entonces un sentí como un sudor frío se escurría por mi espalda. Allí estaba Madeleiner, aparentando haber crecido cuatro tallas justo después que la vistieron, pues llevaba una blusa muy pequeña y una falda muy corta, como si hubieran desvalijado a una Barbie para vestirla a ella. Como complemento quienes la vistieron decidieron que nada mejor que unas sandalias de plataforma con correas que le envolvían las piernas hasta las rodillas y un suerte de tara bruja mutante en la cabeza, como por no dejar nada al azar, ni al buen gusto.

Mi primer impulso fue bajarme del carro y enrollarme en la acera en posición fetal, pero no podía moverme, y ni pensar usar el teléfono para denunciarlos ante la LOPNA. Aquello no era la imagen de una niña, era como ver lo que sería el resultado del matrimonio de Lady Gaga con Marilin Manson. Era atroz.

Voy a dejar aparte lo absurdo que considero los concursos de belleza, porque la verdad no quiero herir susceptibilidades (en realidad es que es por falta de espacio en esta columna), pero sembrar en niñas pequeñas la necesidad, o la obligación de ser “hermosas” siguiendo patrones acartonados y frívolos es simplemente un crimen. Los niños son hermosos simplemente por ser niños. Maquillar a una niña para hacerla ver mayor es robarle la esencia de su belleza. Es como ponerse a pintar flores para que sean más floridas.

Todos los niños fantasean con ser adultos, y no me parece mal que una niña desee crecer y convertirse en una hermosa mujer. Lo que me parece mal es que ese concepto de belleza esté limitado a lo perfecta de su sonrisa, a lo liso de su cabello o al tamaño de su busto. En la historia de la humanidad hay miles de ejemplos de mujeres reales y exitosas, la mayoría de ellas apenas y se maquillaba, porque sabían que la mayor belleza está en la virtud de trabajar duro y alcanzar metas, más allá que de la simetría y proporciones de sus cuerpos.

Nota:

Todos los nombres fueron cambiados para proteger a los inocentes, menos el de Cabimas.

 

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