La vida de los boliherederos: Aman los carros, los caballos y echárselas con sus amigos

Ya no pueden, ni les importa, disimular las fortunas mal habidas de sus padres, protagonistas de los más recientes escándalos de los bancos de Andorra y Madrid. Estos hijitos de papá corruptos se retratan montando caballos de raza, asistiendo a carreras de autos en Mónaco y blandiendo en Instagram sus fotos con los alpes suizos, Dubái o París de fondo.
“En primaria, era un chamo clase media, como todos los del colegio Santiago de León de Caracas. Pero ya en noveno grado, pasó a ser a uno de los tipos con más billete en la promoción. En el colegio siempre fue burda de bruto.

De hecho, ninguno de los que estudiamos con él entendemos cómo co… terminó estudiando negocios. Las bromas grupales que se armaban por sus resultados en matemática y física, eran comidilla de todos los días. El se se ponía violento y para protegerse quiso adquirir cierta fama de malandro por las juntas que tenía, compañeros de nuestra misma promoción que jugaban basquet y se las daban de raperos… Nos graduamos en 2005 y la promoción se fue de viaje a Punta Cana. Mi amiga M (quien actualmente trabaja en un empresa de seguros) no fue al viaje porque el papá no la dejó, pero el año siguiente sí fue a Punta Cana a celebrar el cumpleaños de él, con todos los gastos pagos: los pasajes y estadía de todos sus invitados corrían por cuenta del cumpleañero… De aquella fiesta salió una foto que tuvo puesta como perfil de Facebook por mucho tiempo: traje blanco, camisa rosada, abierta hasta la mitad, una cadenita de oro, el pecho pelúo y un vaso de whisky en la mano… En 2009, cuando Le Club estaba en el C.C San Ignacio, estábamos varios de la promoción 2005 del colegio y el portero no nos dejaba pasar… El problema se acabó cuando él llegó en flux y con dos guardaespaldas. No solo entramos, sino que nos invitó rondas de shots a todos los compañeros de colegio”.

Hoy, en su Instagram, este boliheredero presume de su cría de caballos de paso en Carolina del Norte o de los maravillosos paisajes que le ha tocado visitar a escala planetaria: Los Alpes Suizos, Paris, Grecia, Dubai, cualquier ciudad importante o playa magnífica, cuyas fotos envía a sus amigos, quienes le replican “Waooo, qué éxito¡”. O le envían emoticones de aplausos, de besitos y de corazones.

“Pronto el mundo conocerá tu historia y aportes al caballo de paso”, le escribe otro. Alguien le manda saludos a la familia: “Buena cosecha”, le dicen, refiriendo a sus éxitos en su actividad empresarial heredada. Eso sí, ni una referencia al régimen, al socialismo. Al contrario, fotos de los fuegos artificiales el Dia de la Independencia de Estados Unidos. Legitimar la imagen, pasa también por romper con una historia incómoda.

Más discreto – no podía ser menos si su papá fue director de la Disip-, Carlos Luis solo demuestra su pasión por las carreras de autos. La escudería Ferrari, la carrera de Daytona, es fanático de Alonso y su portal en Facebook es ultra secreto. Menos pantallero que el hijo del teniente Alejandro Andrade, quien devela en más de un foto los privilegios de la mansión que habita, la hermosura de las harás de sus caballos, la marca de botas italianas que adquiere para montar a gusto ejemplares de miles de dólares.

Caballos, autos deportivos y viajes de lujo, todo un cliché del nuevo rico – o nuevo multimillonario más bien-, a quienes no les importa las conclusiones que puedan extraerse sobre su fortuna mal habida, siempre que se obtenga reconocimiento social. Por lo mismo, adquieren mansiones en el Country Club de Caracas, adonde han terminado rodeándose entre ellos mismos porque la mayoría de los grandes apellidos que lo habitaron han huido despavoridos de semejantes vecinos. Socio del Caracas Country Club Diego Salazar se exhibe sin vergüenza alguna con sus miss es en los mejores restaurantes de Caracas, con la champaña más cara haciéndole compañía y cuatro guardaespaldas prestos a rodearlo cual parabán para que a ningún indiscreto se le posibilite hacerle una foto de semejante despliegue de dinero.

“Lo detesto porque me robó a mi chef”, susurra una señora en la mesa de al lado.

En otra mesa, en otro restaurante, un boliburgués le reclamaba a su hijo veninteañero que dejara la “junta” con un bolichico que se daba el tupé de gastar 100 mil dólares en discotecas en Miami, en un fin de semana. El joven se defendía señalando que no era él quien despilfarraba el dinero sino su amigo, a lo que el padre respondía que, de todas maneras, eso no le convenía. “Yo no andaría con alguien que se gasta una fortuna en discotecas”.

Al margen de lo que se puede analizar sobre los valores heredados o la naturalidad con la que gozan de una riqueza cuestionada, lo que cabe preguntarse es si la llamada “Alta Sociedad” ya ha sido tomada por completo por estos nuevos apellidos que tratan de aprender, apresuradamente, los rigores de la etiqueta, el uso de los cubiertos, el rito al destapar una buena botella de vino. Si su capital es tan grande que les ha permitido ingresar al circulo privado de los ricos del pre-socialismo, hoy al margen de las páginas sociales, y buscan cupo en los mejores colegios de Caracas para que sus hijos se “codeen” bien y así terminar de instalarse, definitivamente, en la Clase A de un país que aún no se ha indignado frente a esta nueva pero ya podrida oligarquía.

DC | Konzapata

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