Acerados (y una digresión), por Luis Barragán (@LuisBarraganJ) 

Quizá porque crecimos en una economía de precios y tasas de cambio estables,  remotísimo el recuerdo de las monedas de plata y la modesta como útil locha (con los centavos), nos impresionó la primera vez que vimos la imagen de la carretilla sobrecargada de billetes para comprar una pieza de pan del alemán al que le faltaba poco para enrolarse en la primera guerra mundial.  O, hasta no hace mucho, el abultado fajo de dinero que un argentino entregaba para alcanzar un insumo equivalente en la mañana, evitando el riesgo de no conseguirlo  – además – por el aumento del precio en la tarde.

Histórica viveza de años atrás,  merecedora de toda una leyenda en los anales de la política económica y de la política misma, al gobierno no se le ocurrió mejor idea para engañarnos que la de restarle tres 0 a nuestra moneda y, faltando poco, denominarla bolívar fuerte. Además, dijo hacerlo con el propósito de recuperar el poder adquisitivo y fortalecer la estabilidad macroeconómica, según el  Decreto con Rango, Valor y Fuerza de Ley de Reconversión Monetaria de 2007.

Nominalmente, hoy creemos pagar 10 bolívares por transportarnos en una camioneta por-puesto,  80 por una lata de refresco, 60 por un humilde perro-caliente,  50  por una golosina, 200 por una arepa rellena,  5  mil por un perfil-20, 8 mil por un par de zapatos. Sin embargo, esos tres 0 de nuestros tormentos, están aviesamente escondidos, pues el carrito cuesta 10.000 bolívares, el refresco 80.000,  el perro-caliente 60.000, la golosina 50.000, la arepa 200.000, el examen de laboratorio 5.000.000, los zapatos 8.000.000, por no citar otros ejemplos tanto o más escandalosos.

El escondite de los tres 0, la más avispada ocurrencia de nuestra historia contemporánea, está facilitada por el frecuente uso del dinero plástico y el cada vez más recurrido trueque de bienes.  No se necesita mucho de los postergadísimos informes del Banco Central de Venezuela (BCV) para razonar la crisis que vivimos, ya que bastará con  imaginarse el fajo de billetes que cargaríamos para pagar el transporte público o medio comer en la calle: en todo caso, puede decirse que acerados o portadores de ceros, ya lo cargamos para otros pagos, reacio el gobierno a emitir billetes de alta denominación, convertido en riesgo y peligro el retirar una modesta suma en efectivo de la taquilla bancaria.

Valga la digresión, asistimos a un taller sobre la Ley Orgánica de la Administración Financiera del Sector Público, dictado por el Dr. Enrique Sánchez Falcón. Una magistral exposición y un productivo intercambio de opiniones con el maestro, que nos permite inferir el enorme desastre gubernamental de todos estos años en la materia y reto gigantesco de una transición democrática.

DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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