REFLEXIONES| Las Reglas de juego. Por Luis Acosta

En los momentos más dificultosos  y en el medio de las calamidades, los contrincantes, hombres al fin, por peligrosos y alzados que sean, manejan y defienden los derechos humanos que son sus propias fuerzas y derechos. En efecto, las peleas, por sangrientas que sean o el  tamaño de las diferencia, aun así los contrarios ceden, limitan las ofensas y los ultrajes y siempre, gracias al Señor, un general militar, que sopesa las pasiones, logra que los agresores no toquen su hiel. El problema ha sido que en los opositores principistas y políticos en los últimos 20 años no le han puesto inteligencia a las dimensiones sino odio a las pasiones. En el caso de haber aparecido la inteligencia, no se han llenado las bolsas de probidad, pues, tal lo ha expresado Bolívar, “La inteligencia sin probidad es un azote”. En otras palabras, el hombre está preparado para el éxito pero lo destruye por sus abusos y mala obras en la guerra y en la paz. Ha faltado solidez y honestidad.

Azotes lo fueron Atila y Calígula. También lo fue Boves en Venezuela. Y quien dice que eran lerdos, cuando conducían hombres por montones pero arrasaban con todo por falta de la pulcritud deseada y la probidad necesitada. Cajigal, apodado el Tigre encaramado, era otra cosa. El dominaba las riendas de su caballo con sus dientes; en sus manos colocaba sendas lanzas y atacaba a sus enemigos en el cuerpo a cuerpo que ayudaba con el vigor de su emoción y la envión de su caballo. Sin embargo, nada de valentía tiene que una docena de soldados, cada uno cargado con un fusil reforzado con balas, pólvora y bayonetas usadas para acabar con  la vida de hombres, frecuentemente sin causas justificadas en el andar de la propia guerra.

Esto va también con el caso del diputado Edgar Zambrano, Vice-Presidente de la AN. Edgar Zambrano ha sido un hombre guapo y abierto pero le ha gustado dialogar siempre y, por eso, ha aparecido entre las personas y políticos que insinuaban en la discusión el acuerdo necesario. Eso ha debido ser motivo de distinción para respetar su foro y darle lo legal a lo cual tiene derecho. En este sentido, no es ajena a la vida del Congreso y al calor democrático de las instituciones que las proporciones sean igualdad, como dice el dicho, de dos razones. El decir, son los derechos del unos y otros. Aquí recordamos a Benito Juárez cuando asomaba con un pensamiento que dio la vuelta al mundo: “el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Por otra parte, deseamos de aprovechar esta especie de misceláneas, para ocuparnos un poco de la Iglesia, concretándonos a lo bueno y lo extraordinario de ella. Lo malo, que lo comenten otros. De sí, la Iglesia ha sido estupenda, además de católica, apostólica y muy romana. Desde hace dos mil años ha sido señalada torpemente por ateos, sirios  troyanos. La persecución no ha cesado por años y siglos pero nadie, y menos los demonios, han podido doblegarla. Su humildad es impenetrable y la conciencia abierta a los ojos de los pobres, lo que la ennoblece y le da una dimensión inmensa, bella e histórica. Las debilidades de Santo Tomas, “ver para creer”, y las de San Pedro, “no conozco a ese hombre”, fueron perdonadas porque el hombre de fe y su servidumbre ha sido mantenida intacta. Estudiosos de la fecundidad de la Iglesia se deleitan escribiendo de sus ejercicios y sus catequesis, cristianismo, educación y los repartidos servicios como, por ejemplo, Cáritas. Todos sus elementos se engalanan por su rendimiento humano y moral, y la esencia del contenido de su asamblea eclesiástica, operativa y versátil. Agreguemos a esto, su visión y misión misericordiosa que se pierde de vista ante la majestad de la Iglesia humana y contemplativa. Estas se elevan cada día más alto desde el grande San Pedro, el medio Juan Pablo II y el tercio, el famoso y fecundo Pio XII. El crecimiento de la Iglesia en santidad y prestigio es tan sagrado y vertiginoso que nunca ha bajado en sus principios sumatorios. Empezaron doce apóstoles y un Señor; y están vivos y coleando alrededor de mil doscientos cincuenta millones de seres santos y puros, católicos convertidos. Se han cometido errores, pero no se ven ante tantas victorias y valores éticos manejados. Pio XII mantuvo las intimidades del Vaticano y logró guardarse de los ataques de los ejércitos de Mussolini y Hitler durante la II Guerra Mundial y el Opus Dei esta aquí sin haber bajado Cristo y tan solo con Su Ayuda. Pero nada más grande que el tamaño señorial, espiritual, hermoso y moral de su obra y majestuoso trabajo con y por sus hombres creyentes, fuertes y entregados a la Gloria de Dios.

 

Luis Acosta

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