REFLEXIONES| En los años de la juventud de nuestros padres. Por Luis Acosta

Un solo dicho, o un general concepto de aquel entonces, nos hace recordar cuánto querían a su país, Venezuela, y tanto y cuánto amaban a su patria chica, Maracaibo. En efecto, se decía “Dios empezó a realizar su periplo por el mundo e inicio su repartición equitativa de los bienes que a cada país le tocaba. Pasó por París, Washington, Moscú, Buenos Aires, Lisboa, Singapur, Oslo, Helsinki y México. China, Irán Y Tokio. Riad, Roma, Teherán y todo el resto de capitales del planeta”. Agregaban y decía la gente de ese tiempo “y Dios, cargado aún de toda generosidad, vació con holgura todo el resto de lo que le quedaba en Venezuela para favorecerla”. Dejó oro, estaño, petróleo y plomo. Bauxita, diamante, para uso industrial y de joyería, carbón, níquel, manganeso y fosfato. Azufre, mica, asbesto, marquesita y sal. En agricultura, café y cacao, arroz, maíz, algodón, sorgo, trigo, frijoles, caña de azúcar y plátano. La explotación forestal comprendía el caucho, balata, copaiba, vainilla y maderas finas para ebanistería. La ganadería de esos años llegaba a seis millones de cabezas  de ganado vacuno, millón y medio de porcino y considerable número de ganado caballar, asnar y caprino. En petróleo, Venezuela era el segundo productor del mundo.

Todo esto para 5.8 millones de habitantes. La composición social del país se basaba principalmente en la mezcla de la población indígena aborigen con la inmigración española. Se estimaba un 66% de población mestiza, 19% de blancos, 9% de negros y 6% de indígenas. En este entonces, Caracas tenía escasamente 700 mil habitantes.

Al recordar a nuestros padres, a estas alturas del relato, nos toca identificarlos. Era el grupo de Don Seleuco Acosta que fundó en Los Haticos la Tenería La Mano de Dios y la Tenería El Carmen. Quiero compartir y comentar la siguiente anécdota. Las familias, por familia, eran amigas de los contrabandistas de cigarro desde Aruba y Curazao. Nuestros mayores le guardaban el dinero en efectivo y los protegían, físicamente, en sus casas, pero jamás los acompañaron en sus andanzas y, por lo tanto, cada cual corría con los riesgos y responsabilidades. Esa Venezuela no se había formado sola, “a grandes performances, grandes hombres”, y así fue. Bello, la familia de Bolívar, Vargas, Páez, Sucre y Miranda; Carreño, Michelena y Blanco Fombona. Gallegos y Andrés Eloy Blanco. Mas vinieron otros: Carlos Soublette, José Tadeo Monagas, José Gregorio Monagas, Julián Castro, Manuel Felipe Tovar, Manuel Gual, Juan Crisóstomo Falcón, José Ruperto Monagas, Antonio Guzmán Blanco y, más aun, Rojas Paul, Raimundo Andueza y Juan Vicente Gómez.

Podemos enumerar que Gómez pagó la deuda externa, cerró las etapas de las guerras civiles y manejó una dictadura de 30 años, pero arruinó al país. López Contreras y Medina Angarita rehicieron lo perdido y reconstruyeron la República y el resultado fue bueno. Después entró Pérez Jiménez. Para muchos, hizo su trabajo y ordenó el país pero por vías nada constitucionales y muy dolorosas. Así, llegó el Pacto de Punto Fijo y, por cincuenta años, el país se pacificó totalmente y todo se emancipó para la democracia.

Mas aquellos años, de la vida pasada y primaria de nuestros viejos, no volvieron nunca. Es más, se fueron acabando lentamente sin remedio. Nuestro amigo, el Profesor, Abogado y mejor poeta, Gustavo Pereira, una vez nos dijo, palabras más palabras menos: “Luis Acosta la generación del 60 y 80 se perdió. La del medio, 80 al 2000, pasó sin pena ni gloria. Y la del 2020 volvió a las ruinas de Gómez”. En efecto, los últimos años solo han servido para guerrear y delinquir públicamente; darle dinero, poder y armas a los que gritan más para, de esa manera, mantener el mando pase lo que pase y sea como sea. Estos hechos nos recuerdan al incansable trabajador Don Jesús Farías y al prestigioso dirigente el Dr. Gustavo Machado, ambos líderes comunistas pero con una hechura distinta y decente.

Al cerrar, no podemos olvidar a nuestros padres y ancianos de entonces que se paraban de la cama todos los días a las 4am para tomar un carrito de “a medio” que los llevaran al mercado viejo de La Marina, en el malecón de Maracaibo, a buscar y trasladar sus compras en peñeros y cayucos por el Lago Coquivacoa. Nada se perdía ni en el lago, ni en el mercado, ni en los peñeros, ni tampoco se perdía el tiempo. Ellos no hacían otra cosa que trabajar. De allí, el éxito de Maracaibo y el crecimiento de aquella Venezuela.

¡No hay otra forma para lograr la grandeza!

 

Luis Acosta

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