Comerciantes cucuteños imponen restricciones para la venta de harinas

Mientras en Cúcuta cada vez se restringe la venta de la harina de maíz, en el Táchira las pacas de Harina Pan, por sus altos costos permanece en los estantes vendiéndose poco a poco mientras la gente va guardando lo suficiente para adquirir así sea un paquetico, o desaparece por ensalmo ante el rumor de una nueva alza.

Hoy los supermercados en Cúcuta ante la avalancha de compradores venezolanos, han decidido que solo venderán un número limitado de harina de maíz, algo que solo había ocurrido en Venezuela, donde la carestía y el bachaquerismo hicieron de las suyas.

Lo curioso es que en principio las informales “importaciones” servían en principio para compensar un producto, en sus marcas más emblemáticas, cuya existencia llegaban a niveles preocupantes, y cuya adquisición en un momento determinado solo era posible trasnochándose en las afueras de los supermercados, o cancelándosela al doble a los bachaqueros.

Ahora la harina se ha convertido en un motivo de discordia entre los dos países; y una que afecta directamente el mercado de los cucuteños. Por ella, según se leen las quejas en los medios de comunicación locales, deben pagar a un precio más alto en comparación a como se cobra en otras ciudades colombianas, y en los establecimientos donde si se corresponde a su valor normal apenas si se permite adquirir unos cuantos kilos, o un poco más, si la factura supera los 50 mil pesos, o más.

Esas colas, hasta los momentos extendidas al interior de los establecimientos, que para el venezolano se han convertido en algo normal, y han tomado dimensiones kilométricas, para el cucuteño representan un escándalo, injustificable, en su concepto, en un país con estabilidad económica.

En Cúcuta se está presentando una carestía que en nada suple el hecho de que las ventas de víveres se han multiplicado para dar abasto a la gran demanda de los venezolanos que vienen de todas partes de Venezuela.

Ironías de la vida y la economía

Las carestía de la harina a lado y lado, ha despertado la polémica en la frontera.

Se da entonces una cadena de ironías, la primera de las cuales trae a colación un pasado muy reciente en el cual el desabastecimiento nacional de la harina se adjudicaba a un supuesto contrabando de extracción, lo que traía como consecuencias múltiples restricciones cuya superación se celebraba con júbilo en los hogares.

La ausencia de la harina de maíz de abastos y supermercados, de repente se ha ido resolviendo; pero a un costo: ahora los consumidores deben pagarla por kilo entre 10 mil y 11 mil bolívares, que al cambio actual, equivale a más o menos 6 mil pesos. Si tenemos en cuenta que el salario integral ronda los 60 mil bolívares, y un paquete de harina puede no durar en un hogar más de dos días, estaríamos hablando que con ese salario, si se gastara solo en ese artículo, no se alcanzaría a cubrir medio mes.

Es decir, que incluso la harina colombiana que se ofrece bachaqueada o en locales comerciales, que ronda los 4 mil pesos. Aquí surge otra ironía si tenemos en cuenta que antes se la consideraba muy costosa; pero que el sacrificio valía ante la escasez en nuestro país.

Aprovechando el diferencial cambiario, por trochas y puentes internacionales, con todo y sus pasos obstruidos, la harina llegan al hombro de compradores y ayudantes al territorio nacional. En Cúcuta se observa cómo ni siquiera se espera a que los camiones cava descarguen cuando los compradores foráneos llenan con fardos envueltos en plástico sus sacos de fibra sintética.

Hoy la harina colombiana representa el gancho de los improvisados negocios hogareños, que se han multiplicado como el monte, por todo el Táchira, lo que se ha convertido en una alternativa para paliar la crisis económica. Como aspecto positivo, se resalta que los supermercado se han venido librando un poco del desorden interno y externo que tenían que manejar ante la oleada de clientes que arribaban allá especialmente por la harina. Una anarquía en el espacio público con sus respectivas confrontaciones con “avivatos”, o quienes han convertido las colas en su territorio particular.

Distorsiones en el mercado

En declaraciones a Diario La Opinión, Gladys Navarro, directora regional de Fenalco, explicó el fenómeno que tanta incomodidad causa en el consumidor cucuteño: “En Colombia hay escasez de harina de maíz y harina de trigo porque algunas empresas están enviando directamente estos productos a Venezuela, y eso ha hecho que las industrias estén limitando los despachos. No es que tengamos un desabastecimiento, lo que estamos haciendo es limitar la cantidad que se estaba vendiendo porque encontramos acaparadores comprando bultos para vender a un mayor precio en Venezuela, y eso no lo podemos permitir porque están distorsionando el mercado”.

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