REFLEXIONES| La Paciencia es virtud. Por Luis Acosta

“Despacio que vamos deprisa”. Napoleón

 

Cuando Kid Charol, El Tubo de Las Veritas, empezó a enseñar, en sus primeras peleas, su poder como pegador y boxeador exitoso, la gente y los expertos en la materia, de Maracaibo y Venezuela, hicieron ver con rapidez el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados en sus manos. Kid Charol le pegaba duro a sus contrarios pero nadie le había pegado aun a él.

Algunos fanáticos llegaron a más. Pensaban que Kid Charol le debía ganar fácilmente a Arturo Godoy, chileno que estaba bien colocado en el ranking mundial de boxeo. Después lo veían ganar a Menicheli, un magnífico argentino que, a la sazón, era el primero en el ranking mundial. Desde luego, después le ganaría a Joe Louis, uno de los mejores pesos pesados de todos los tiempos y titular de la categoría en ese momento. La imprudencia, lo insensato de la ignorancia, el apresuramiento en la pasión, mas la falta de equilibrio, dieron al traste con las esperanza y el futuro de Kid Charol. En vez de ir paso a paso y llevarlo primero a pelear con Godoy, lo llevaron a enfrentarse directamente a Menicheli. El resultado fue que, como era de esperarse, Menicheli le dio una golpiza a Valdez y lo noqueó a pocos rounds de iniciarse la pelea. Así pues, toda aquella ilusión se acabó rapidamente y la fama de “El Tubo de Las Veritas” se quedó en su pegada pues la defensa, el ataque y la sabiduría del ring no tuvo el tiempo suficiente para aprenderlos.

Algo así está pasando con el combatiente Juan Antonio Guaidó Márquez el agradable diputado, Presidente de la AN, en este momento tan importante para la República y transcendente en su propia vida. De algo al todo, el camino hacia la gloria que se le ha abierto no es tan fácil como aparenta, mientras que el combate de fondo se le ha complicado un poco ante un contrario que habló de paz pero siempre dijo que estaba preparado para la guerra.

Sin embargp, la población viuda, pobre y cansada no ha caído en cuenta de todas las dificultades y escenarios donde los contrincantes se están jugando a Rosalinda que no es otra cosa que a Venezuela. En efecto, a estas alturas nadie se ha preguntado ¿cuál es mi rol en todo esto?, sino ¿por qué se hace esto y lo otro? y ¿por qué no escogemos el centro de Caracas para reunirnos en vez de Montalbán? Si pudiéramos contestarle con propiedad al que pregunta lo haríamos, pero el problema no es fácil. Por lo mismo, lo interesante es saber que el ingeniero industrial Juan Guaidó esta cabalgando sobre un caballo indómito y rebelde pero exigente, tal es el pueblo venezolano, preguntón, curioso, crítico y exigente al punto de pedirle al jinete algo más que espuelas y fuetes. Mientras, el otro nada de eso tiene sino su coraje, altivez, atrevimiento y un amor fecundo hacia la tierra de Bolívar que tanto amor merece.

Igual pasó en 1945 poco antes de terminar la Segunda Guerra Mundial. En Yalta se reunían Stalin, Churchill y Roosevelt. La gente se preguntaba para que esa reunión de un fumador de tabaco, un paralítico y un borracho empedernido. La repuesta fue, para derribar a Hitler, acabar con el ejército alemán, el más fuerte y preparado que se había conocido, y ganar la guerra. Así fue.

En eso está Guaidó. Buscando en su enemigo a su amigo, y en la tarea de reunir todo lo posible en almas, vida y corazón. Uniendo a adecos y copeyanos; masistas y gardelianos; maracuchos, orientales y centrales. A los fuertes y a los débiles. Por lo mismo, no distraigamos a Guaidó de su universo porque lo alejamos de su trabajo más importante y, además, tengamos fe en sus procedimientos con la ayuda de la ayuda principal y la colateral de su pueblo. Su humildad, su leal corazón y la nobleza de su alma, de su contagio largo, complejo y seguro son acicate para realizar la obra que Dios y los hombres le han encomendado.

 

Luis Acosta

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