REFLEXIONES| La crianza, la educación y el formato académico, la vida civilizada y la posibilidad de la igualdad económica. Por Luis Acosta

La igualdad entre los hombres en el sistema social, político y económico de nuestra sociedad no luce viable ni aquí ni en Pekín. Los políticos y los tratadistas en la materia han hablado de este concepto para arengar a los adláteres y otros niveles poblacionales. Empero, nunca hablan de cómo conseguirlo. Desde luego, si alguien, algún día, hace posible la metodología para aplicar la igualdad económica y social, se hará famoso y después de ese hallazgo, las peleas humanas subirán a otros cuadriláteros para contiendas distintas a la igualdad. Sin embargo, analicemos el asunto con principios, puntos diferentes, con seriedad, honestidad y posibilidades.

Empecemos con que la clase política y comunista del mundo, aumentando a los izquierdistas, han manejado mucho, y por mucho tiempo y poco estudio, ese cultivo que quiere convertir o ha convertido, por repetición, la igualdad en doctrina, pero no han logrado base ortodoxa y menos filosófica para una maniobra creíble y posible. Decía el reconocido estadista francés Fouché, desde tiempo de la Revolución Francesa, que tal izquierda y cual derecha nacieron en París y no salieron como doctrina, si no simplemente, en la iglesia, ayuntamiento o en el Senado de la Republica los que se sentaban en la bancada de la izquierda del recinto o del altar mayor eran  los izquierdistas y los que se sentaban a la derecha, eran los derechistas. Después de la Revolución Francesa salió la idea de la igualdad que por la parte económica se podría lograr mediante la repartición de los bienes exclusivamente por el Estado y entregas similares y equitativas de adentro hacia afuera.

Así pues, no hay razones filosóficas para plantear diferencias entre unos y otros que no sean producto de inventores de siempre que exaltan la tesis de “divide y vencerás” traída al mundo por el terrible Florentino Maquiavelo. Desde luego, que la tesis de la igualdad sí tiene sostén en política pública con la igualdad social en el caso exclusivo de la mujer que posee todos los atributos para aspirar a los mismos beneficios económico pagados al hombre, agregados a los beneficios de la mujer por el hecho único, autentico y preciso de la maternidad dada por Dios con exclusividad a ellas, lo cual les puede permitir un tratamiento especial de preparación y posterior descanso ante la solemnidad del parto y luego de dar luz a su bebé, hecho que da origen y acción a la vida material de los humanos.

De suerte pues, que esa igualdad de la mujer es, más que prestada, ganada y, más que regalada, merecida. Lo que no puede aceptarse es convertirla en una clausula proletarizada dentro de un contrato colectivo que no puede cumplirse y donde el rendimiento de desempeño de sus miembros se puede medir pero no garantizarse en la igualdad. Entonces, una igualdad social y contractual va directo al fracaso, amén de estar prohibida por la ética al poderse convertir en una conquista laboral o social o, peor, cuando el estado la regala, la distribuye y la controla. Así los intereses pueden reventar los escenarios.

Todo esto, para recordar que la igualdad ante la ley funciona en libros de textos y leyes. Funciona también con justicia alardeante y protegida como lo son la inglesa y la norteamericana, ambas avaladas por sus propios pueblos.

También la igualdad de los derechos humanos como la inviolabilidad del hogar; el derecho a las libertades y el derecho al voto, consolidados en la Revolución Francesa. O el derecho público contenido en democracias como la sueca, la finlandesa, la danesa, la noruega o la suiza. En tribunales internacionales como La Haya, Holanda, y el respeto a la ley en el aforo legal norteamericano e inglés.

Empero, la igualdad económica no creemos que será realidad en este siglo, ni el otro. Necesita de tiempo y mucha meditación; de resignación y respeto humano. Necesita también de una gran concentración de esfuerzos, sabiduría, de aprendizaje sobre la realidad del mundo y la precisión de formar con más cualidad terrenal al hombre y mucha sensatez en el respeto al derecho ajeno para lograr la paz que siempre planteó el mexicano Don Benito Juárez. Pero sobre todo, necesita de educación y enseñanza con fuertes códigos de ética y una comunidad que rechace vicios y abusos, pagándose con honores la actitud honesta y robusta  en todos los quehaceres de la vida del hombre, y la salud fiel y justiciera de los pueblos.

 

Luis Acosta

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