REFLEXIONES | Un país. Por Luis Acosta

Los autócratas, dictadores o autoritarios, y sus gobiernos, se distinguen porque saben mucho de armas, balas y municiones pero suelen conocer poco de los valores morales e integrales de un país y sus ciudadanos.   En efecto, un país es real, no una entelequia, ni una soberanía que sea más política que sabia. De allí que, si se manejen los criterios de los abogados consultados, regularmente también funcionarios del gobierno de turno, siendo la soberanía, expresión nacional propia del estado y su pueblo, que piensa, corre, come, maneja y vota, una masa sólida y humana muy importante, por tanto, su uso debe regularizarse y  normalizar su práctica que hoy parece más ejercicio de los gobiernos que del propio pueblo.

Por otro lado, las regla mágicas para la conformación de un país son: a) un poder legislativo poderoso, organizado y altamente institucional. b) Un pilar ejecutivo fuerte y democrático y c) un coloso solido, plural y sano en el Poder Judicial. En efecto, cuando este cuadro político e institucional se establece y perpetúa, la formación ciudadana se encarga de dar soporte, sostén, pasión y grandeza a la República, la cual se atrinchera en un sistema electoral legítimo y de resultados seguros y eficientes, cuyos directores debieran ser rotativos en los titulares desde la Presidencia hasta los otros componentes, durando en sus funciones entre 5 y 6 años. Es decir, se cambiarían los miembros con los ejercicios electorales. Entonces, por este camino, decimos que estamos a la luz de un estado fino, solvente y orgánico.

En adición, un país precisa del hombre para cada cosa y, si no se tiene, hay que importarlo, inventarlo o improvisarlo porque se corre el riesgo de empezar a colar en sus trabajos las debilidades y las malas compañías y soluciones. Por lo mismo, un país precisa de múltiples expresiones profesionales. Sus maestros, su cuartel y su iglesia. El maestro Don Simón Rodríguez aseguraba: “nadie puede hacer bien lo que no sabe”, pensamiento que tanto hemos repetido. Luego, la educación es básica para la preparación de los mejores republicanos capaces de dirigir y asomar soluciones sobre las dificultades que presente el estado.

Un país requiere de ciudadanos probos y honestos exigidos de su propia escuela. También de militares patriotas obedientes a la constitución y las leyes. Del rendimiento y respeto, la libertad y el orden ciudadano el pueblo se mantendrá soñando y alabando a Dios. Con ello, obtendremos la fortaleza institucional y espiritual para una república preñada de justicia social y de regocijante felicidad que cada cual debe trabajar para obtener. Por eso debemos estudiar mucho y “ver mucho más allá de la punta de la nariz”. Recordemos una vez más, que la felicidad es un estado de ánimo que se cuela y toca el cuerpo tal el aire que no ves.

Los soldados de la república deben estar en sus cuarteles. Ello es un principio universal salvo pocos países que no tienen ejército. De suerte que un país y su vida es historia y disciplina normativa. Si eso no existe, al país algo le falta y, en consecuencia, se corregirá cuando los espacios se llenen y su conducta social y cívica se cubra y aplique con método y sabiduría. Luego, un país es un todo o nada. Jamás una media tinta es decir “ni chicha ni limonada”. En ella todos somos democráticos, con iguales derechos y deberes.

Como último detalle, queremos comentar que la soberanía y el pueblo son indestructibles e inseparables. Así, sus reglas deben ser sensatas y equilibradas. No vaya ser que a los verdaderos patriotas y valientes sean llevados al patíbulo por traición a la patria.

 

Luis Acosta

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