El misterio de la corrupción. Por Eugenio Montoro

Por rebote llegó a nuestras manos un libro gordo de casi 600 páginas que conforma una especie de biblia empresarial de religioso cumplimiento. Allí se muestran los principios éticos con los que se desarrollan las actividades en esa empresa, el cuidado en la selección y formación del personal, la necesidad de individuos con vocación de servicio y muchos otros aspectos sobre cómo hacer bien las cosas. En algunos trozos, hasta se atreveanalizar las preguntas peludas de la filosofía, como de dónde venimos, quienes somos, hacia dónde vamos y, por supuesto, el libro es generoso en incluir frases célebres de hombres importantes.

Habría pasadodesapercibido como otro libraco más de los que abundan sobre asuntos empresariales, pero la diferencia la hizo que este fue escrito por Norberto Odebrecht, el papá de los helados y fundador de la quesería una de las mayores empresas de construcción de Suramérica.

Hace unos años esta empresa pasó a las primeras planas de los periódicos pues formó parte de un escándalo donde se revelaba que había sobornado a personas de mucha influencia a fin de obtener contratos de obras en la mayoría de los países de América. Su presidente Marcelo Odebrecht (nieto de Norberto) fue condenado a prisión.Los montos de los sobornos fueron de decenas de millones de dólares y las listas involucraron a funcionarios de altos cargos incluyendo a presidentes.

Cómo explicar que esta empresa con ese libro gordo de conductasbonitas, ejecutaba actos condenables. Cómo explicar la existencia de tantos funcionarios que sin arrugar la cara recibieron una coima que compraba su decisión. ¿Qué virus invisible infecta a empresarios y a funcionarios que los hace olvidar sus principios?Este es el tema de estas líneas.

La corrupción cuantiosa no la ejecutan individuos perversos y malignos que huelen a azufre y no tiene que ver con cuanto dinero tiene la persona. Los tipos son de lo más normales y la mayoría simpáticos. Sin embargo, la corrupción ocurre en todos los niveles de la administración pública y casi todos los ciudadanos aceptamos como algo usual el tener que “bajarse de la mula” para obtener o resolver alguna cosa. De tal manera que el asunto corrupción nos arropa a todos y si hay alguno que se proclame “puro y libre de culpa” debe abandonar su altar, pues al no denunciar los casos que le chismearon sobre corruptelas, se hizo cómplice.

Mi estimado Manuel Caballero decía, en su siempre pícaro y certero humor, que la corrupción existe porque “es muy sabrosa” y con el tiempo he hecho fila con esto. A nosotros, herederos de los hidalgos castellanos, nos encanta demostrar nuestro poder y si además nos “tiran” algo, que más se puede pedir para ser felices.

Pienso que la corrupción es un proceso donde los involucrados se van acostumbrando hasta que llega el momento que el soborno deja, en su mente, de ser ilícito y se vuelve aceptable Una especie de droga que llega a permitirse y deja de ser prohibida para el que la consume.

El primer puente sobre el Orinoco que construyó Odebrecht costó 400 millones de dólares, mientras que todos los que saben de puentes coincidían que el precio correcto debía haber sido 200 millones. El sobre precio se lo llevó Odebrecht y con ello recuperó lo que le pagó en sobornos a los funcionarios chavistas. Lula, Chávez y Odebrecht hicieron el trío perfecto para ordeñar nuestros ahorros, pero de seguro ninguno se sentía haciendo algo malo, tal vez lo consideraban un apoyo revolucionario o un favor entre buenos amigos.

Sacar la corrupción de Venezuela será muy difícil. Solo un proceso de educación podrá lograrlo. La corrupción se reduce algo con controles y castigos, pero la única forma de que los hombres no hagamos trampa, es que nuestra decisión personalsea la de ser honrados.

Estos malandros rojos llevaron a nuestro país a niveles impensables de corrupción y lo primero que tenemos que hacer es sacarlos para siempre.Creo que llegó la hora.

Eugenio Montoro / montoroe@yahoo.es     

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