De las autoridades ilegítimas. Por Luis Barragán (@LuisBarraganL)

Cual Gaceta Oficial, el derribamiento o incineración espontánea de las estatuas avisan del colapso de todo régimen que las levantó para la devoción forzada de su líder fundamental, e, incluso, de los atrevidos que aspiran a serlo. Sobran los ejemplos históricos de esta suerte de épica popular que sintetiza toda la frustración y el rechazo acumulado, bajo la censura y la represión.

Todavía recordamos lo ocurrido con los monumentos ganados por Lenin en la Unión Soviética y el resto de la Europa Oriental que, además, requirieron de las grúas,  trepando la jerarquía del ícono cinematográfico, con la ya sabida debacle.  Más lejano fue el destrozo del ego de Guzmán Blanco que alguna vez distinguió a la Caracas del siglo XIX, en El Calvario y frente a la fachada sur del Capitolio Federal.

A veces, creemos que debieron perdurar las estatuas alusivas para que no olvidar tan pronto lo que representan, pero también comprendemos la rabia que llevó a su inmediata destrucción, como la patología de los nostálgicos que le hubiesen rendido culto al pasar el tiempo, por nefastas que fuesen las dictaduras que las erigieron. Por supuesto, cobra otra significación que, a la entrada de Michelena, estado Táchira, haya un tributo a Pérez Jiménez, como hijo notable de la localidad, o, en Maracay, estado Aragua, Gómez invocara la fundación de la aviación militar en nuestro país.

Nada fortuito es que los bustos, estatuillas, estatuas o cosas parecidas en homenaje a Chávez Frías, reciban el impacto de la indignación y, en días pasados,  como si no fuese Fuenteovejuna,  condujeron a El Dorado a cinco personas señaladas por la destrucción de una pieza en San Félix, estado Bolívar. Se les ha imputado los delitos de daños a la propiedad, incendio, instigación pública y agavillamiento, aunque la tipología o tipificaciones penales empleadas por este régimen frecuentemente son arbitrarias, amañadas como improvisadas.  No obstante, trátese de faltas o delitos, esta dictadura no tiene autoridad moral alguna para enjuiciar a nadie por hechos que responden a una rabia generalizada.

En efecto, convicto y confeso, Chávez Frías públicamente celebró el derribamiento de las estatuas de Colón en Plaza Venezuela y en El Calvario a manos de sus huestes, e, independientemente de la apreciación  que merezca el célebre navegante, involuntario unificador de la España que llegó a este lado del mundo,  luce inconcebible la afectación de piezas de un innegable valor histórico, convertidas en tradición del paisaje urbano. Muy pocos conocen su paradero, quizá están fundidas, pero lo cierto es que la desaparición configura varios delitos que incluye a los funcionarios públicos de entonces, tras el deliberado propósito de siquitrillar la memoria histórica, siquitrillando los bienes públicos, sin dar ocasión al debate. Luego, ¿por qué unos sí y, otros, no? ¿Cómo evitar el remordimiento de consciencia de defensores públicos y fiscales, como jueces ya ilegítimos que contribuyeron al Estado Criminal, con sus omisiones descaradas? ¿Por qué ensañarse contra las humildes personas que van a parar a un centro penitenciario que es ejemplo de oprobio?

 

Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganL

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