REFLEXIONES| Sofía, Carlos y el hebreo. Por Luis Acosta

Sofía, la creadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, y su esposo Carlos Rangel, autor del libro “Del buen salvaje al Buen Revolucionario”, dejaron una huella bien marcada con sus programas en la televisión  venezolana. Sofía recibía como invitado cada año a un sabio Rabino, jefe sinagoga en Palestina. No recordamos su nombre pero si sus sueños, mitos, fantasías, clarividencias, misterios sabiduría y respuestas.

Sin embargo, han pasado alrededor 50 años de esas entrevistas y el mundo poco ha cambiado, a pesar de que hay más medicamentos, mejores alimentos y el nivel de vida y su promedio algo haya ganado. Entonces, en aquel tiempo todos los inquietos y los mas estudiosos le preguntaban al rabino que hacer para cada vez ir mejorando la familia. Entonces surgía la rápida repuesta que sugería largos años de meditación sobre el tema: la invocación a una sociedad más y mejor organizada, y una fecundidad más interesante y útil en el colectivo que, sin prisa pero sin pausa, sea capaz de lograr mejores estructuras sociales que se reúnan en un proceso común que revierta lo insensato e  inútil que tanto se repite en los grupos. En efecto, el Rabino agregaba, “todo se arregla transformando la sociedad educando la familia, y acercando el núcleo hogareño a la civilidad, reubicando pueblos y ciudades, adaptándolos a los nuevos tiempos y colocando los centros de viviendas, no al borde de los ríos, sino en terrenos urbanos organizados.

Por otra parte, actualizar al ciudadano común con nuevas inclinaciones morales y actitudes éticas y razonables para reformar los códigos de convivencia. Recogiendo lo mejor de India, Usa, China, Rusia; el pudor de la Iglesia; el orden social de Costa Rica; los prestigios de Suiza y Suecia, y sus vidas llenas de disciplina. Aquel barbudo de piel blanca aseguraba que hubo una línea que estableció un orden que era: “Dios, las Leyes y los hombres”. Pero los modernos fariseos voltearon las escalas y dijeron: “los hombres, las leyes y Dios”. Es decir, se puso al hombre primero por encima de Dios.

Entonces, dándole algún sentido a lo escrito, recordamos a Arquímedes, el sabio griego de Siracusa, cuando dijo “Dame una palanca y moveré al mundo”. Siendo así, aprovechemos la arenga del viejo Rabino y digamos: si somos 6 mil millones de seres humanos repartidos en este mundo y si promediamos 6 personas por hogar organizado, tenemos entonces un mil millones de unidades de viviendas. Si, además, podemos cuadrar los kilómetros de países y continentes, se puede establecer la superficie de las tierras ocupadas por estas viviendas y dónde están ubicadas.

Mas, regresando al Rabino, nace la posibilidad de establecer un código mundial de trabajo que permita una plataforma de unidad en el servicio a prestar, ya que, por distinto que sean, tienen comunicación natural y bien marcada por el idioma español y una buena porción del inglés. En efecto, para cambiar el mundo, sus vicios y costumbres tenemos que regresar al árbol original que creció desde el primer hogar organizado. De allí que debemos reconstruir lo civil y lo doméstico, mezclar lo moral con lo ético y el hogar con el respeto al derecho ajeno para que la familia vuelva a ocupar el lugar primario en la sociedad.

No existe otro instrumento humano, cultural, físico, cívico y espiritual más parecido a lo que queremos que el propio hogar con sus beneficios y sus tropiezos. Pero de su composición, buena y mala, tenemos que sacar lo malo, siendo esta la conquista a lograr. Por todas estas cosas, al tener ideas posibles de manejar para lograr el éxito de esta inmensa tarea que proponemos iniciar, esperamos que suceda como el Euro que tuvo su dificultad de unificación pero que al final logró el éxito rotundo que nadie creía.

Cuando salgan los primeros maestros, pedagogos, sociólogos, historiadores, deportistas y auxiliares con pizarras y libros domésticos, tal el libro de Carreño, en las manos y los bultos a sus espaldas, nos daremos cuenta de la empresa de enseñanza más grande que jamás se había pensado. Veríamos en 20 años la libertad intelectual con la fuerza de Arquímedes, lo honesto del Rabino y los deseos legítimos del prójimo que esta vez lo compondrían viejos y jóvenes de la América Latina.

Luis Acosta

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